2016 está siendo un año terriblemente duro para el mundo de la música. Si en enero nos dejó David Bowie, el 21 de abril le tocó el turno a Prince, a quien una sobredosis accidental de analgésicos le hizo abandonarnos a los 57 años. Son muchos los paralelismos que se han hecho y se harán entre estos dos grandes artistas: polifacéticos, excéntricos, sexuales… Aunque si tuviese que remarcar un aspecto común que les hizo destacar dentro del encorsetado mundo de la música moderna, ese sería sin duda que hicieron lo que les dio la gana.
Prince, publicado por Libros Cúpula, no es una biografía. Al menos no una al uso, como se encarga de recalcar su autor, Mobeen Azhar, en el prólogo. Azhar es, sin duda, uno de los mayores fans de Prince; acudió a 53 de sus conciertos, incluso desde el escenario, y fue el encargado de rodar el exitoso documental Hunting for Prince’s Vault. Este trabajo, por su parte, es más bien un álbum de (preciosas) fotografías a las que acompañan decenas de anécdotas, que son recordadas por personas muy cercanas a Prince. Sin embargo, aunque el texto, como digo, queda en un segundo plano con respecto al material gráfico, son estos breves testimonios los que permiten que vayamos construyendo en nuestro cerebro una imagen nítida del ser humano que se ocultaba bajo aquellos llamativos trajes.
Y es que las anécdotas, a pesar de lo que podría esperarse, no destacan las rarezas y las excentricidades del de Minneapolis, sino que nos muestran a un tipo sumamente cercano y hasta humilde, en boca de los músicos, bailarines o miembros de su equipo técnico que le acompañaron durante décadas. Y eso que rarezas tenía. Y muchas. Como cambiarse su nombre por un símbolo impronunciable a los 35 años como protesta contra la Warner Bros por el control de su música. O contratar a una prestigiosa pastelera para su servicio privado a pesar de que no le gustaban los pasteles y, poco después, despedir a su contable y ofrecerle su puesto a ella.
Normalmente, cuando tengo la oportunidad de leer un libro sobre un artista o un grupo musical, intento hacerlo al tiempo que escucho algunas de las canciones que se señalan en el texto, como forma de complementarlo y, en los mejores casos, de encontrar el sentido a algunas de las letras que hasta entonces eran indescifrables para mí. En el caso de Prince, creo que leerlo sin tener a mano YouTube debería estar penado, dado que buena parte de las conversaciones de Azhar con su núcleo cercano quedan a medias si no escuchamos el resultado final en boca del músico. Para muestra, el simpático relato de su encuentro con la cantante Martika, que narra ella misma en este libro y que se sintetizó en la canción Martika’s kitchen.
Los incondicionales de Prince tienen en este trabajo una buena oportunidad para conocerle mejor, de una de las mejores maneras en que se puede conocer a alguien: en boca de aquellos que han tenido que compartir con él tanto los buenos como los malos momentos. Estamos ante un libro bello, extraño, emotivo, sincero… Un digno homenaje a Su Majestad Púrpura.