Proyecto Niebla, de Daniel Hernández Chambers
No hay tiempo, y si lo hay, ha cambiado. Tan pronto como cierras los ojos y los vuelves a abrir puedes encontrarte en una fecha, y al segundo en otra. Los viajes en el tiempo siempre han sido motivo de obsesión por los profesionales y adicción para los lectores – yo, como se puede suponer, entre ellos -. Las agujas del reloj han hecho que pasen los minutos, que se alarguen hasta el infinito, y que en ese binomio que se ha dado en llamar espacio – tiempo, sucedan las más increíbles historias en la mente de aquellos que – y yo les envidio – poseen una de las más grandes imaginaciones posibles. Proyecto Niebla es un viaje en el tiempo, hacia tiempos aciagos donde las balas corrían por la simple ideología, y hacia otros mundos más lejanos donde puede que las cosas no cambien demasiado, por mucho que el presente intentemos que se labre con la mejor de las intenciones. Pero ese viaje en el tiempo, que ancha y estrecha las ondas por las que viajamos, viene en su interior con una aventura, digna de los grandes, de aquellos autores que marcan una diferencia sustancial entre los libros que pueblan las estanterías de una librería y que llaman la atención, la llaman como si fuera una sirena que nos conmina desde lejos a acercarnos, más, más, como los cantos de sirena que llevaban a los barcos hacia las rocas, sólo que en este caso, gracias a la escritura, nos lleva a vivir algo tan épico, tan monumental, tan bien orquestado, que en definitiva sólo habrá una forma de que, tal vez, muramos: de placer.
Tres hombres viajan al pasado y desaparecen. David Miller será el encargado de enterarse qué ha sucedido y arreglarlo para que el tiempo no sufra ninguna alteración. Pero los planes no saldrán como esperaba cuando aparezca Héctor, un niño que ha robado unas joyas entre las que se encontraban los brazaletes que permiten el viaje entre las diferentes épocas. Una aventura que empezará en una edad, pero que no sabremos a dónde nos llevará.
A Daniel Hernández Chambers le conocí por otra novela suya que ya reseñé. Fue uno de esos descubrimientos que a veces te dejan tan buen sabor de boca que esperas poder encontrártelo muchas más veces en la librería para llevártelo a casa prácticamente sin pensar. Con Proyecto Niebla hay que considerar lo evidente: madurar como escritor debe ser esto. Una novela que, aunque tratada por los catalogadores – benditos y malditos a un tiempo – de las librerías como novela juvenil, disfrutamos los que como yo tenemos poco de adolescentes y mucho de adulto que no ha querido crecer demasiado – o que, simplemente, no tiene prejuicios a la hora de meterse de lleno en historias bien escritas -. Lo que aquí nos propone el autor es un recorrido por la Historia, por la guerra civil y sus consecuencias, aumentando nuestra diversión y la aventura, con un viaje en el tiempo, con ese gran desafío que tiene el hombre para conseguirlo, llevándonos de la mano por otras edad más distantes, pero que aparecen tan bien descritas, tan bien enlazadas, tan certeras, que es imposible no caer bajo su influjo. Será que yo no quiero hacerme mayor nunca, o que se presupone que yo, peinando ya alguna que otra cana, no parece que deba disfrutar de novelas como ésta, pero lo hago, con creces, porque lo que tiene el autor es esa capacidad de meterte en la historia y no dejarte hasta que no has llegado a la última página – o, cómo sucedió en mi caso, hasta que el sueño, a las cuatro de una madrugada cualquiera, venció a mi cuerpo -. Son pocas las veces en las que una historia me obsesiona tanto, pero esta es una de ellas. ¿Qué queréis?, no lo puedo evitar.
Pero si lo que alguno de vosotros queréis es una opinión más “técnica” de Proyecto Niebla diré que el autor crea una historia dinámica, que no da tregua, con un lenguaje accesible a todo el mundo y con el perfecto hilo conductor de los viajes en el tiempo que convierte en imprescindible el tiempo que pasemos – sea cual sea, y en la era que sea – leyendo lo nuevo de Daniel Hernández Chambers. Hay algo que no solemos decir los que leemos libros como si nos fuera la vida en ello y que, si lo decimos, lo hacemos esperando que la persona que tenemos delante no nos mire mal. Ahí va: yo no puedo vivir sin leer. Y así, sin pretender pecar de extremo, resulta que me vuelvo a encontrar con este autor y me falta, en cierto modo, la respiración cada vez que me metía en esta historia que tiene mucho de perfección y poco de vaguedad, de palos de ciego, de no saber contar las cosas. Él, el que escribe, sabe lo que hace, lo vive, se entusiasma, y nos lo traslada a los lectores desde las páginas. Decidme, ¿hay algo mejor que eso?