Reseña del cómic “PTSD”, de Guillaume Singelin
No es nada difícil sentirse atraído por este cómic. Su carta de presentación en realidad son varias: un póker de ases. Para empezar una portada evocadora, de esas que consiguen que entres en una historia incluso antes de que la hayas empezado. Seguidamente, cuando consigo despegarme de la ciudad, de la muchacha de pelo rosa y del shiba inu que la acompaña caigo en la cuenta de que el cómic se titula PTSD. El acrónimo me resulta familiar. Mi memoria no tarda en ofrecerme una respuesta: Trastorno de Estrés Postraumático, si traducimos las siglas del inglés. El TEPT es una patología mental muy compleja y grave que se desarrolla ante situaciones de estrés extremo y que normalmente va asociada a los veteranos de guerra. Porque, ¿qué puede haber más jodido que el batiburrillo de muerte, locura y sinsentido que engendra una guerra? Así que PTSD muestra sin tapujos, en una sinopsis escueta y certera, la unión entre lo bélico y la crítica social. Una sinergia de géneros y la única forma adecuada de contar una historia como esta. Y el naipe final, esa carta del todo o nada, queda algo escondida, demostrando que el autor busca que su historia sea más visible que su ego. Pero ahí está el polifacético autor de Guillaume Singelin: un ilustrador francés que lo mismo lo encuentras diseñando personajes de videojuegos, que creando cómics o metido en la preproducción de una película de animación de esas que dejan poso por lo imaginativa y rara que resulta.
PTSD no tiene una gran historia. No es original, está repleta de clichés y peca de predecible. Pero demuestra que importa más el cómo que el qué. Y ese “cómo” es una sensibilidad extrema para tratar un tema peliagudo y complejo sin dejar de lado lo divertido. El drama social se pone en marcha en cuanto Jun aparece en las primeras viñetas. Jun es una veterana de guerra que ahora vaga por las calles en busca de comida y lugares solitarios en los que intenta acallar sus demonios. Vive en constante tensión, cualquier ruido hace que reaccione con miedo así como con violencia. Para ella, la guerra está instalada en su cabeza de manera perpetua y se torna más virulenta por las noches cuando es asediada por pesadillas y recuerdos. Entran en escena los flashbacks. Los recuerdos nos trasladan a un conflicto en plena selva que no es Vietnam ni La Guerra del Pacífico, pero que es esas dos y a la vez todas las guerras pues el autor tomó referencias e inspiración de películas como Rambo: Primera Sangre o La Chaqueta Metálica entre otras. En ese escenario de violencia descubriremos que Jun era una francotiradora excelente y que su pelotón era su familia. ¿Su obsesión? Protegerlos a toda costa. Con esto en mente, y sin haber desconectado de la guerra que dejó atrás, Jun se embarcará en una cruzada para acabar con las bandas de narcotraficantes que dominan la ciudad. Entre la espiral de violencia Singelin introduce varios personajes que sirven para mostrar la bondad ante tanta desidia. Y es que los veteranos malviven en campamentos, en condiciones insalubres y abandonados a su suerte por un gobierno que los usó y los tiró cuando ya no servían. Leona, madre soltera, regenta una tienda de comida y tras un encuentro con Jun decide empezar a ayudar a todo aquel que acepte su ayuda. Pero para ser ayudado hay que ser consciente de que se necesita ayuda. El autor trata este tema con tanta soltura y normalidad que el mensaje llega alto y claro. Así como ese que, a través de Grey (soldado anciano y con fuerte ansiedad social) nos dice que los animales, que no juzgan y que aman sin condiciones, pueden ayudar con el TEPT, pero que al final es necesario volver a acercarse a los humanos.
Grafito Editorial es la encargada de traernos esta magnífica obra en la que el dibujo es su punto más fuerte. La excelente edición, con un buen gramaje en las hojas, consigue que disfrutemos al máximo de los colores. ¡Y qué colores! ¡Y qué dibujos! La ciudad multicultural y atestada de ciudadanos que dibuja Guillaume Singelin, con fuertes y evidentes reminiscencias a la cultura japonesa, es un escenario único y a la vez uno de los grandes protagonistas de PTSD: los mercados, donde la comida hace acto de presencia cada dos por tres, la lluvia cayendo sobre los templos o la noche alcanzando las azoteas de los rascacielos es el telón de fondo de la guerra abierta que Jun declarará a las bandas que trafican con medicamentos. Unos diseños de personajes que son un soplo de aire fresco unidos a dibujos dotados de una atmosfera compleja y repletos de detalles, capaces incluso de evocar sonidos y hasta olores, son los cimientos para un guion que busca sensibilizar al lector con un mensaje donde se hace hincapié en los mejores valores del ser humano.