No hacen falta raíces para que la tierra sujete tus pies anclados a la tierra como pequeños árboles nacidos de un útero de arcilla, como niños paridos cuando se ha partido el fruto del nogal, como niñas alimentadas de las ubres de las vacas, como vacas alimentadas, cada mañana a la misma hora en el mismo minuto, por todas las manos de hombres y mujeres que habitan sobre la tierra, con sus ojos legañosos llenos del polvo de la hierba seca recogida en verano, o llenos de barro de las botas que salpican el rocío matinal de los pastos donde se alimentaron todas las ovejas y todos los campesinos, todas las vaqueras y todos los bueyes que en el mundo han existido; y no hacen falta aquellas raíces que amarren tus pies, porque la tierra te atrapa, y no te suelta, con historias, con el recuerdo de todos los pasados y antepasados de cada una de las familias que han existido en las tierras de labranza, en las tierras de pasto, entre montañas de piedra y bancales, o entre llanuras de cereal y frutas; no te suelta de todo aquello que quedó enganchado como en telarañas de recuerdos que se aparecen en todos los rincones de los caminos, en cada cruce, en las piedras, en cada herida, en los muertos, en cada viaje, en los sucesos, en las alegrías, en las tristezas, en cada campana que toca a muerto o a fuego, o a inundación, en las manzana con sabor a sidra, en cada sidra con sabor a manzanas y a manos llenas de cieno y cielo. “Puerca tierra” son las historias de un estrecho pedazo de mundo, cerrado y cercado de montañas, pasados los años 50 del siglo XX en una Francia rural y campesina. Son personas y animales, sucesos y aspiraciones, ruegos y pérdidas, ganancias y maldiciones atrapadas entre esas montañas y pastos, entre esas casas colgadas del precipicio, y agarradas a las faldas de las montañas, entre aquellas hierbas y piedras llenas de musgo, llenas de los fantasmas de generaciones que pasaron por allí pisando las mismas rocas, saltando por los mismos atajos, viviendo en las mismas casas. Son las historias de un instante de sus viajes por la vida, pero que no pueden haber sucedido, ni sucederán, en aquellas tierras sin el recuerdo y la mirada olvidada de todos los antepasados que habitaron entre esos aires con olor de hierba cortada, estiércol y nieve.
“Puerca tierra” son relatos sobre gentes que habitan un paisaje entre montañas, un pequeño universo en el que sufren, sudan, pelan, gritan, soportan duramente…y lo hacen porque es el suyo; fuera de él solo sabrán vivir las nuevas generaciones que no han sido absorbidas por la tierra, por sus querencias y por sus deseos de preñada con antojos; jóvenes que se fueron, y pocos volvieron. Así van apareciendo unos relatos sobre la realidad de personas, presentes y pasadas, que viven, y vivieron, de la agricultura y el pastoreo; y todos aparecen y se adivinan presos a las tradiciones, a las miradas exigentes de sus antepasados, a esas tierras propias, a los muros de los “chalets” en los que viven. Sus costumbres, sus apegos, sus odios, sus amores, sus recias personalidades están pegadas, y plegadas, a la dureza de las piedras, a su acerbo de generaciones que no quieren cambiar, que no quieren descubrir que debe haber algo nuevo, y hoy todo parece llevarlos hacia un fin lánguido, como la muerte dulce en la cama caliente, o en la bañera del agua cargada de vapores; muerte desde la que caerán los muros de sus casas, de sus bancales, de sus frutales, porque nadie seguirá cuidándolos; las generaciones pasadas acabarán junto a ellos, y lejos de sus hijos allá en la ciudad, allá en París,.
John Berger, cuenta, e interpreta, las historias que le contaron durante una época en la que vivía en la montaña francesa, y lo hace sobre las cosas que por allí habían sucedido, o suceden, pero también las impresiones que le deja todo aquel material humano, aquella tierra llena de heridas, sangre, sudor y estiércol; todo aquel aire impregnado de palabras cortas y frenéticas que sirven para parar el tiempo o para llamar a los animales o al buen tiempo desde las cumbres de las montañas; o sirve para mostrar recios odios y alabanzas, y para anunciar que la vida es ayuda y lucha, y para hablar de viejas historias de las guerras mundiales, o para recordar a padres o madres que enseñaron cómo debe ser al vida, pero no enseñaron a vivirla, solo a trabajar; trabajar y sudar desde que se va la luna hasta que aparece de nuevo, cuando ya comienza a salir la escarcha. Pero Berger no solo habla de lo que sabe y le contaron, -y habla con su voz o con las del viajero que ha vuelto y encuentra el pueblo otra vez, o del niño ya viejo con recuerdos inolvidables o … -; también habla de sus sensaciones, de esa impronta que solo pueden aparecer desde la poesía. Con ella muestra el lado oculto de la personalidad del pueblo, esa que solo puede explicarse con los silencios entre las estrofas, y los gritos en los versos
Y los relatos que cuenta son sobre una pequeña mujer que tiene tres vidas y que parece pelear con el mundo desde su pequeña estatura; y hablan de vacas y de perdidas y de cerdos y matanzas y de viajes a la nada; y hablan de padres e hijos que no se comprenden; y de pelear por subir todos los días una cuesta con la fuerza de sus brazos y un viejo caballo; y hablan de campesinos que solo quieren defender lo justo, su justicia propia, su saber de siglos que no es el que rige ahora el mundo; y hablan de la ayuda entre todo el pueblo para la matanza del cerdo, o para construir casas, o para cavar en la nieve en búsqueda de cualquier cosa: tuberías, topos, comidas, tesón, fuerza…todo eso que une y todo lo que dispersa. Todas las historias de las que habla el libro son sobre campesinos que aman más su forma de vida que a la propia tierra: y la aman porque saben de ella, saben como será, saben que nada debe o puede cambiar para que intenten sobrevivir, saben que tras las lluvias siempre escampa, que las nieves traen silencio y prosperidad, saben que deben seguir los pasos de sus padres, y de los padres de sus padres, y la de los padres de estos, porque ellos supieron vivir y asentarse en aquellas tierras, y con aquellos animales, que no siendo los mismos, son las crías de las crías de las crías que aquellas que acompañaron y alimentaron a su vieja familia, y así deberá seguir siendo. Los relatos y poemas que hablan de la vida en esas tierras duras y fecundas, son relatos de vida y de muerte, de crecimiento y caída, de lo viejo que se quiere y lo nuevo a lo que se deben acostumbrar, son relatos de nacimientos y de pensamientos de huida pocas veces cumplidos, porque la tierra se agarra a su piel.
La última historia que cuenta John Berger, que no lo es, es un ensayo sobre la vida del campesinado a lo largo del tiempo, es posible, que con los cambios que se han introducido desde que escribió este libro , haya cosa que no encajen, pero sin duda es un análisis lúcido sobre un mundo que comenzaba a cambiar, pero que seguía siendo tan feroz y tan difícil como la de hacía cien o mil años.
Es un libro bello en sus pensamientos, bello en su lenguaje, triste en sus palabras profundas, profundo en sus palabras tristes; es un libro para sentarse y mirar el horizonte capado por las montañas que rodean pueblos, que rodean casas, que rodean animales, que rodean hombres y mujeres que rodean montañas…
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