Reseña del libro “Putas os quiero”, de Hernán Migoya
Ojalá pudiera decir que he leído toda la bibliografía de Hernán Migoya, pero no puedo. Ojalá* pudiera decir que todo lo que he leído de él lo he reseñado en este portal en el que reseño, pero tampoco puedo (tan solo hay tres muestras representativas, Deshacer las Américas, una participación en el cómic BCN Noire, la reciente Nadie nuevo cerca de ti y la adaptación gráfica de Todas putas, pero se quedó fuera, por ejemplo, la emotiva Y si quieren saber de nuestro pasado).
Y precisamente de esta penúltima, de la adaptación al cómic, me voy a autocitar y a extractarme un párrafo o dos, que siguen siendo igual de válidos que en aquel entonces, el 2014, cuando me refería al 2003, fecha de publicación del «polémico» Todas putas:
«Recuerdo la que se armó en su día, allá por 2003, cuando el libro Todas putas, de Hernán Migoya, vio la luz. Ni lo entendí entonces ni lo entiendo ahora. A la directora del Instituto de la Mujer, Miriam Tey, se la llegó a acusar de «justificar» e incluso «hacer apología» de la violación, de la violencia contra las mujeres y de la pederastia. Soportó insultos, anónimos con amenazas y tomates a la hora de dar conferencias, entre otras cosas. (Y seguramente muchos ni lo habrían leído, como suele pasar en estos casos).
Parece mentira, la verdad, que a estas alturas, o a aquellas, feminazis, politicuchos de mierda y amigos de lo políticamente correcto no sepan o no quieran saber (los politicastros usaron el libro como arma arrojadiza en plena campaña electoral) distinguir ficción de realidad y coartar el democrático derecho a la libertad de expresión. Si por ellos (y ellas) fuera, media literatura universal o más, (Biblia incluida) habría ardido ya en la hoguera neoinquisitorial».
La verdad es que se me da de puta madre citarme, pero es exactamente lo que sigo pensando. Por desgracia, cada vez más nos estamos pareciendo en esto de no saber diferenciar la ficción de la realidad a los yanquis, y eso es lo que a mi más miedo me da. La puta censura, la autocensura y que los ofendiditos como los aleluyos de Abogados Cristianos (que deben de creer que lo que pone en la puta Biblia va a misa) se salgan con la suya.
Por otra parte me entristece saber que este Putas os quiero es la retirada literaria de su autor, que no sé a qué se dedicará ahora, pero espero que sea un hasta luego, aunque me da que no. Me da que va a ser fiel a sí mismo igual que lo está siendo a su promesa de no volver a pisar España. Desde luego, se ha despachado bien a fondo con todos sus enemigos, con la gentuza que se hacía y se hace llamar crítica literaria, con la basura que le insultó y difamó (Rosa Regás le llamó «violador nato», Millás le comparó con los nazis y Rahola dijo que lo peor del libro era su autor), y con los políticos cutres y cortos de miras (PSOE y CiU llegaron a pedir al Parlamento Europeo la censura del libro sin conseguirlo).
Migoya, vuelve veinte años después con una tercera entrega de cuentos provocadores y urticantes. Pero es una pena que no haya causado tanto revuelo como entonces (creo que ahora con tanto móvil y Netflix se lee menos) porque me apetecía batallar con los jodidos ofendiditos…
Casi quinientas palabras ya y aún no he empezado con la reseña propiamente dicha del libro. ¡Qué desastre! (¿Pero a que os habéis entretenido con la intrahistoria de esta trilogía? Si es que no doy puntada sin hilo.)
Venga, va. Putas os quiero contiene diecinueve cuentos de extensión desigual. Me han gustado todos, salvo el de Podemos (y no, no tiene nada que ver con que me guste más o menos la formación morada, que de hecho es la más decente de todas) y El violador 3 (este incluso me ha aburrido).
En estos cuentos he asistido como espectador a la sátira más cruel pero futurible de la telebasura de la cadena podrida de Tele 5 en su formato de Sálvame; al terror en forma de muñecos de niños que pierden sus partes conforme las pierden sus juguetes; al sexo reprimido y liberado por fin por fantasmas; a ver a mujeres que se dedican a comer mierda a paladas directamente del culo de sus parejas (este ha tenido su gracia hasta la explicación final, ahí la caga…); a escenarios y situaciones muy futuristas y philipkdickianos que pueden llegar a convertirse en realidad en algún momento; a aplicaciones de ligue en tiempos transgéneros en los que, como en la guerra, cualquier agujero es trinchera; a un extraño caso de posesión literario-cinéfila; a la ocupación de la casa de un pobre hombre por parte de la familia latina de su mujer (me cago en la puta, ese diente asqueroso me lo he imaginado como la punta pintada de negro de un sacacorchos, ¡qué asquito, joder!); a un taxi con moral anticuada; a la cobardía de las multitudes en el metro y en la vida en general; a descubrir que H. G. Wells no se equivocaba al escribir su La máquina del tiempo; a quedarte a gusto dando bien de hostias a un bebe mocoso; a no dejar de buscar el origen de un pelo ajeno en tu cama; a hacer felices a tus padres divorciados al precio que sea, incluso el de alguna que otra vida; a dejar a los niños que coman lo que quieran, incluso si son imitadores inconscientes de Renfield; y a una fiesta final en la que el autor se ha vengado de todos los hijos de puta mencionados párrafos más arriba.
«Sara volvió a zambullir sus manos un par de veces en el lodazal de mi patio trasero y a engullir la carga extraída. Su lengua se relamía ya marrón y a sus labios se adherían copos también marrones, junto a pequeñas, repulsivas ciénagas cuajadas en las comisuras. Lo tenía todo, qué ricura.»
Cuentos todos narrados con la proverbial soltura, sin cortapisas ni pelos en la lengua, y la habitual frescura de Migoya, que no pierde el tiempo con lindezas y arrolla contra todo y contra todos. Y hace bien, ¡qué cojones! Migoya ya no se corta un pelo y no tiene freno ni autocensura, que es lo peor que puede tener un escritor. Historias que a veces te parten en dos y te destrozan, otras te hacen sonreír y otras asquearte pero siempre con la lógica interna y para nada gratuita del relato. Lo que pasa en ellos, pasa porque tiene que pasar y es puta ficción.
Los que conozcáis al autor no necesitáis ser convencidos para leer este Putas os quiero. Los que no, tenéis una buena oportunidad de hacerlo. Puede que incluso os guste.
*¿Véis periodistuchos y tuiteros de mierda cómo se conjuga correctamente la palabra «ojalá»? No es «ojalá»+ infinitivo, como los indios.