Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End, de Paula Bonet
Un final. Que se cuela entre los dedos y escapa. Dos finales. Que se juntan y convierten la despedida en la película de nuestra vida. Tres finales. Que como un trío amoroso juegan con nosotros en una suerte de orgía con máscaras que protegen nuestra tristeza. Cuatro finales. Que se pliegan como el tiempo que se pierde en la palabra adiós, en la mirada que se aleja sin volver a mirarnos, en las mudanzas que llenan de cajas nuestros pensamiento. Cinco finales, y seguir cuesta arriba, deseando volar y perdernos de vista, huyendo, o quizás quedándonos quietos esperando que todo pase, que todo se evapore. Seis finales. Y unas páginas que escuecen, que nos hablan, que se convierten en el jugo de la fruta más madura, en la excursión de fin de curso más esperada, en el juego de la infancia en el que participábamos sin saber las reglas. Habrá muchos finales, tantos como historias quieran terminarse, poner el punto que les falta para acabar lanzadas por el precipicio de los amores frustrados, pero en las ocasiones, en esos instantes en los que nos abrazamos al abrigo de los empieces, aparece Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End como las luciérnagas que guían los pasos en la oscuridad, como los tréboles de cuatro hojas que dan suerte o como la colcha que tejimos con sueños enredados, demostrando una vez más que cuando de finales se trata sólo se puede empezar desde el principio, desde esa primera página que nos llevará a lo que todavía desconocemos.
Cuarenta finales que son como una imagen, como ese recuerdo de lo vivido y lo sentido, como ese bolígrafo que dejó de escribir hace tiempo y que tanto nos gustaba, como esas cartas que se rompen antes de ser enviadas.
Cuando la vida te toca, te impulsa, te trastoca, ya no hay lugar para permanecer, para quedarse en el mismo sitio, con los mismos argumentos o con la misma sensación. Todo cambia, desde el escalofrío más pequeño hasta la risa más grande. Vivimos infinitos finales a lo largo de los días, y en ellos se encuentran las fisuras por las que la sangre del corazón va filtrándose, poco a poco, hasta dejarnos sin el aliento necesario para continuar. Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End es un sonido que se va metiendo poco a poco en los ojos, en las manos que acarician las páginas, en los oídos hartos de tanto ruido de fondo, en la lengua que intenta paladear el sabor de los sueños, en la mente cuando viaja a aquellos lugares propios y ajenos donde nadie quiere refugiarse. Paula Bonet nos dibuja, en esos retratos de la vida cotidiana, los paisajes que el alma ansía y los finales que no aparecerán nunca en una película, pero que sí lo hacen en nuestra vida. Porque cuando algo termina, cuando acabamos una historia, es ese recuerdo, el que se traduce en las palabras capaces de ser el arma más poderosa, el que nos vigila de cerca para convertirnos en una especie de espectador de nuestra propia vida. Leer es un espejo, y este libro es nuestra imagen, nuestras palabras, elegidas con el acierto de quien lo ha vivido, con el placer de quien lo ha sentido, con el indiscutible talento de quien lo ha creado.
El camino que transita entre un principio y un final es accidentado. Los socavones de la vida nos manejan a su antojo en este apartado que hemos decidido en llamar realidad. Por eso, cuando una apisonadora como Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End hace acto de presencia, a pesar de lo llano del asfalta, a pesar de la tranquilidad que deja a su paso el bullicio, a pesar de tantas otras cosas que permanecen cuando se ha despejado el sendero, nos damos cuenta de lo importante de los adioses, del silencio arrollador que deja lo acabado, lo dejado atrás, y que Paula Bonet nos traduce en palabras e imágenes, en esas imágenes que nos abrazan y nos apartan, que nos consuelan y nos endiosan, que nos contemplan y cierran sus ojos, consiguiendo que este humilde escritor no conciba nada tan necesario. Somos los finales que, como ese río que va a parar al mar, nos diluimos entre tantos peces que navegan sin rumbo fijo. ¿Por qué, entonces, no nos dedicamos a buscar una brújula como esta, que nos indique el camino, que nos regale palabras, y que convierta una experiencia en algo tan sublime? Abramos los ojos, sólo así seremos incapaces de perdernos una maravilla como la que yo, desde estas letras, he intentado transmitir.