Que levante mi mano quien crea en la telequinesis, de Kurt Vonnegut
Kurt Vonnegut es uno de esos autores de quienes uno, o al menos uno a quien le guste como es mi caso, quiere leer todo lo que haya escrito porque tiene la convicción de que incluso en sus listas de la compra debía haber algo brillante, divertido. Tan imparable es su torrencial capacidad narrativa que no se detiene ante detalles menores como el género, Que levante mi mano quien crea en la telequinesis no es novela, cuento, ensayo, memorias, diario ni artículo periodístico, ni su propia muerte ya que sus últimas ediciones póstumas no es que parezcan recién escritas mañana, sino que parecen ser creadas en el momento en que se leen. Y lo son.
De la brillantez de Kurt Vonnegut da testimonio el título: Que levante mi mano quien crea en la telequinesis, un prodigio de humor e ironía. Del género literario que ocupa al autor en este caso da pistas el subtítulo: y otros mandamientos para corromper a la juventud. Este libro es ni más ni menos que una recopilación de discursos de graduación (y otros) impartidos en diferentes universidades. Bueno, no es sólo un recopilación de discursos, es una recopilación de discursos de Kurt Vonnegut, lo que es una diferencia sustancial.
Esto me suscita una reflexión nada literaria, una digresión que tal vez no debiera tener cabida en una reseña pero que aquí va de todos modos (tratándose de Vonnegut cualquier restricción de la propia libertad creativa está fuera de lugar): yo trabajo en una universidad y la sola idea de que el acto de clausura de un curso corra a cargo de alguien como Kurt Vonnegut, y nótese que datan del periodo comprendido entre 1978 y 2004, me resulta tan transgresora que me hace sentir nostalgia de algo que no he vivido. Y esa sensación es algo francamente triste porque no se me ocurre un lugar mejor para alojar la inconmensurable brillantez de alguien como él que una Facultad, pero la Universidad española desgraciadamente está a otras cosas. Fin de la digresión
Los discursos son un prodigio de ironía, de sutileza, de compromiso y de sentido del humor. Hay temas recurrentes no porque el autor no preparase los discursos, sino porque le eran muy queridos, entre los que sin duda destaca el compromiso humanista que en estos textos encarna su tío Alex de quien cuenta una y otra vez cómo acostumbraba a detenerse y decir “No me digas que esto no es bonito. ¿eh?”. Y eso resume gran parte de su filosofía, aunque parezca sencillo, la necesidad de detenerse a admirar la vida y concederle que es algo hermoso y que merece la pena. Es un ejercicio de lo más sano.
Algo hermoso es, por ejemplo, esta magnífica edición, con la personalidad de todas las de Malpaso y con el valor añadido de las ilustraciones. Un producto tan cuidado que es un buen paso para iniciarse en las enseñanzas del tío Alex.
Por lo demás trata muchísimos temas, divinos (“si lo que dijo Jesús fue fantástico, ¿qué mas da que no fuera un Dios?”) y humanos (el comunitarismo, el humanismo, la violencia, las libertades…). Todos ellos con su talento narrativo y ese aura de buena gente que convierten la obra de Kurt Vonnegut en entrañable, algo más allá de su innegable calidad literaria. Si Que levante mi mano quien crea en la telequinesis honra a su subtitulo y corrompe a la juventud, ¡bendito sea! Habrá que convertirlo en lectura obligatoria en los colegios porque la corrupción a la que aboca no es otra cosa que a comportarse decentemente con los demás y en tratar de mejorar el mundo con los propios actos.
P.S: En un momento dado Kurt Vonnegut da a su auditorio un consejo sobre la escritura: no utilicéis jamás el punto y coma. Si no estuviera rendido a sus pies de antemano, este único consejo habría bastado para convertirme en devoto vonnegutiano. Ya me darán la razón cuando lo lean. O no.
Andrés Barrero
contacto@andresbarrero.es
@abarreror