Reseña del libro “Que no te quiten la corona”, de Yannick Haenel
¿Una novela sobre un escritor francés llamado Jean, tocado del ala (loco), borracho, obsesionado con los nombres y sociópata, que ha escrito un guion de mil páginas sobre la vida de Herman Melville —el autor de Moby Dick—, que hace un viaje de ida y vuelta a Nueva York en un solo día para encontrarse con Michael Cimino, porque está convencido de que la única persona en el mundo capaz de llevar a la pantalla su monumental guion es el director de El Cazador y de La puerta del Cielo, película esta que lo llevó a la ruina y que coprotagonizaba Isabelle Huppert, quien, a su vez, tiene una aparición estelar en la segunda de las tres partes en las que se divide esta intensa novela de apenas 300 páginas? Pues sí. Eso es Que no te quiten la corona, la delirante nueva novela de Yannick Haenel, publicada por Acantilado.
Aunque también es mucho más. Muchísimo más. Porque en esta novela excéntrica y plena de giros argumentales, vamos a leer también (y mucho) todo tipo de digresiones en torno al arte, la religión, la mitología, la bajada a los infiernos, la caza, Apocalipse Now, el Rey del Bosque, la Rama Dorada de Sir James George Frazer, el terrorismo islámico, el amor, el sexo y hasta la esclerosis múltiple.
Todo este batiburrillo, a priori desnortado y sin sentido, nos guiará con sumo placer a lo largo del recorrido vital de Jean con una solvencia magistral. Porque, a pesar de las numerosísimas referencias culturales (incluso frikis), y de una narrativa plena de simbolismo (no he llegado a contar cuántas veces aparece la imagen de un ciervo, cuyo significado se nos revela en las primeras páginas, pero puedo asegurar que son muchas) su lectura no se hace nada densa ni pesada. Las magníficas digresiones están incrustadas en el desarrollo de la trama con tanta facilidad y solvencia que, poco a poco, vas entrando en ellas con muchas ganas y gran placer porque, por encima de todo, Haenel logra una cosa poco usual: que te diviertas con la novela. Esa segunda parte, donde he comentado que aparece la Huppert —mi idolatrada actriz francesa—, ganadora de la Palma de Oro por La pianista —de mi idolatrado director Haneke—, es un no parar de sonreír y, en algunos pasajes, hasta de reír. Los capítulos de esta parte transcurren durante un almuerzo en Bofinger, una conocida marisquería de la Bastilla, y los momentos en los que Sabbat, el dálmata de Tot, el vecino cazador de Jean hace de las suyas, no tienen desperdicio. Me han recordado, por ejemplo, al premio Pulizter La conjura de los necios de John Kennedy Toole y, en ocasiones, a Sin noticias de Gurb, de mi admirado Eduardo Mendoza.
Hay dos últimos detalles que me gustaría resaltar. El primero de ellos es que Haenel es columnista en la revista de cine Transfuge desde 2010, y no me extraña: todo el libro rezuma amor al séptimo arte. De hecho, una de las cosas que más vemos hacer al protagonista es encerrarse en su casa con su megapantalla de cine y visionar, una y otra vez, sus grandes clásicos, como los ya mencionados y muchos otros más. Que conste que yo, si pudiera, también lo haría. El segundo, es que Haenel es igualmente columnista en la revista satírica Charlie Hebdo desde los atentados de enero de 2015. Y tampoco me extraña: el paréntesis de gravedad que la irrupción del terrorismo islámico abre en la tercera parte del libro es de una gran lucidez narrativa.
Sin embargo, no me gustaría quedarme con este amargo sabor de boca, pues no es el que te deja la novela, cuyo final, que no desvelaré, es tan mágico y romántico que hace que todo el viaje de Jean en busca de la luz (un viaje físico, emocional y espiritual) haya merecido la pena. Mi viaje, con la lectura de sus peripecias, también la ha merecido. Mucho.