Quedan los huesos, de Jesmyn Ward
La literatura pone orden donde la vida lo mezcla todo. No sé si a vosotros os ha pasado alguna vez, que las cosas se os enredan entre sí. Como lo que pensáis y lo que sentís, o los nombres propios de las personas, y los comunes, y los recuerdos que tenéis almacenados en los recodos de vuestra memoria y la sangre. A veces también, la sangre. Que no sé si tira o no. Pero sí duele.
Para Jesmyn Ward, la autora de Quedan los huesos, ese caos tiene nombre de mujer, Katrina. Y los doce días que transcurren alrededor del huracán, los diez previos, el durante y el después, es su modo de organizar el tiempo. Doce, como los meses de un año, como un diciembre, es además el número total de capítulos en los que Esch y sus tres hermanos, siguiendo las indicaciones de su padre alcohólico obsesionado con los huracanes, tratarán de prepararse para la tormenta que se avecina. Pero cada uno tiene sus propias distracciones. Skeetach a su perra China, que acaba de tener cachorros, Randall el partido de baloncesto con el que podría conseguir una beca, el pequeño Junior un reclamo de su parcela de atención y Esch y sus quince años, un nudo que le crece rápido en su vientre enredándose fuerte con su estómago. Así, en ese mundo tan loco y tan real que les ha tocado vivir, todos tienen que aprender a cuidar de sí mismos y entre sí demasiado pronto, como adolescentes jugando a ser adultos, o viceversa, mientras conviven con el recuerdo de la madre que no está y la ausencia de alimentos y recursos en esa casa, rodeada solo de árboles, que tiene nombre de sepultura y a la que ellos mismos conocen como el Hoyo.
Pero, decía, la vida a veces lo mezcla todo y pone esperanza y supervivencia donde debería haber desazón. Como esta historia gris, repleta de colores. Quedan los huesos huye de la marca profunda de su esqueleto, triste por definición, y se convierte en un tierno relato narrado en la dulce voz de su única protagonista femenina que hace lo que a veces solo se puede hacer, dejar que las cosas ocurran sin más, mientras trata de prepararse para su propio tornado, que le crece en las entrañas, y se busca en las palabras con las que se cuenta. A ella misma pero también a sus hermanos. Y ahí está la sangre, que no sé si tira o no, pero a veces sí cuida de ti. Y te protege. Porque esta es, ante todo, una historia tremendamente entrañable sobre el amor fraternal. Sobre cómo la vida, por muy triste que sea, tiene sus matices.
Y mejor si estos son los de los de Jesmyn Ward, la joven norteamericana, oriunda de Mississippi, también sufrió las consecuencias del Katrina, y lo recrea, ordenando su paso y sus trágicas secuelas de una manera brillante en Quedan los huesos, su segunda novela, por la que con razón obtuvo el National Book Award en 2011. En ella el discurso narrativo, como un huracán, te remueve y te arrastra, pero de un modo hermoso y poético, por el texto, en este conmovedor relato sobre lo impredecible de la vida, cuyas amenazas van más allá de las provocadas por la naturaleza y en el que las consecuencias están completamente fuera de nuestro control.
Y al final, yo no sé si quedan o no los huesos, o son solo palabras. O si realmente importa que la literatura después devuelva todo a su sitio, cuando el daño ya está hecho. Ni si quiera estoy del todo segura de que algunas cosas puedan volver realmente al lugar al que pertenecían, por mucho que ocupen su mismo espacio. Porque una vez que pasa la vida, todo cambia, irreversiblemente. Pero hay algunas certezas. Por ejemplo, que novelas como estas deberían permanecer. Y los nombres propios. Como el de su autora. Jesmyn Ward. Quedaros también con él.