Cuando los periódicos sacan esas odiosas listas de títulos o autores, cuando hablas con gente aficionada al género o cuando pides recomendaciones de novela policíaca siempre salen a colación los nombres de toda la vida, los clásicos y los no tan clásicos pero habituales: Hammet, Chandler, Nesbo, Mankell, Leonard, Thompson, Montalbán… Pero menos veces de las que debiera, aparece el nombre de Alicia Giménez Bartlett.
Reconozco que yo también tengo mi parte de culpa, ya que, hasta 2015, (año en el que ganó el premio Planeta con Hombres desnudos, y en el que tuve la tremenda suerte de ser invitado a los actos de dicho premio –¡y de hacerme una foto con ella como flamante ganadora con esa camiseta estampada con la palabra “merde” bien visible, qué cachonda!–) solo había leído Mensajeros de la oscuridad y me había gustado mucho, como se puede comprobar en la reseña. Hombres desnudos también me gustó. No llevaba una trama criminal como la que suele acompañar a las historias protagonizadas por Delicado y Garzón, pero el ambiente y atmósfera de fondo no se alejaban mucho.
Así que intentando reparar mis carencias lectoras de los libros de la Bartlett, me pongo a ello con Mi querido asesino en serie. Sí. Ya sé que no sigo ningún orden. Empecé la saga por el tercero y sigo por el undécimo y último hasta ahora. Pero no pasa nada. Estos libros son como los de la saga de Kurt Wallander de Mankell. Cada libro es un caso y el orden solo importa en el sentido de que el/los detective/s de turno tienen una vida que va evolucionando con cada nueva entrega. Por tanto, seguir el orden es aconsejable pero para nada imprescindible.
Llegados a este punto vamos a meternos de una vez con el libro de marras. Unas mujeres aparecen asesinadas, con la cara destrozada y una nota de amor despechado. Todas tienen idénticas marcas y eso confirma que esta vez Petra y Fermín se las van a tener que ver con un asesino en serie, algo bastante infrecuente en España. Pero en esta ocasión, a la pareja se les unirá el inspector Roberto Fraile de los Mossos d’Esquadra para que ambos cuerpos cooperen y logren atrapar al criminal lo antes posible.
Por supuesto el fuerte carácter de Petra chocará con el del joven “recién llegado” y habrá varios roces al principio, que Fermín, como es habitual, se encargará de suavizar. Y es que Petra es combativa y feminista y le toca mucho las bolas que ella, rondando la cincuentena, con dotes sobradas y más que demostradas para el liderazgo y para llevar una investigación tenga que acatar las órdenes de un Roberto Fraile, que, aunque con mismo grado, es mucho más joven e inexperto, más frío, come a base de donuts y táperes en la oficina en lugar de los platos de La Jarra de Oro que Fermín y ella papean, y parece no vivir para otra cosa que no sea el trabajo.
No obstante a medida que la investigación va desarrollándose la relación irá calmándose y haciéndose cada vez más amigable.
El libro atrapa desde la primera página en la que Petra, frente al espejo, se da cuenta de que tiene una edad que no siente suya y a partir de ahí comienza a agrandarse la bola de nieve y la seguiremos en comisaría, en las escenas de los crímenes, interrogatorios, en las comidas con su equipo de trabajo (y comen mucho, muchísimo, muchas veces), en las “acampadas”, en los momentos de estancamiento en los que las pistas parecen no llevar a ningún sitio y en su vida familiar y sentimental. Una vez empiezas a leer a Barlett, es muy difícil parar porque lo que te ofrece es una lectura ágil, rápida, zas zas, sin rodeos, sin entretenerte en chorradas y captando fielmente la realidad cotidiana, el día a día y la rutina de unos protagonistas como tú y como yo. Una historia que engancha, que es directa y que está bien documentada, tramada y desarrollada, con unos personajes tan bien perfilados y, por tanto, humanos, que te los llegas a creer del todo, que te transmiten los cambios de humor (el cansancio acumulado, el renacer de las fuerzas…) y en seguida conectas con ellos, con las chanzas de Fermín, los diálogos (a veces bruscos y cortantes y por eso mismo magistrales) de Petra, la progresiva integración de Roberto en la peculiar pareja, y los problemas de la vida diaria de cada uno al margen del trabajo policial…
Hay también una cosa a destacar de Mi querido asesino en serie que es evidente pues la propia trama lo exige y varias veces se comenta en boca de los protagonistas: la soledad. La soledad en las grandes ciudades es algo que se toca a menudo y que está ahí, en el fondo, como si fuera un decorado, y en el propio núcleo de la investigación.
“Saber a qué grado de soledad puede llegar una persona era un ejercicio sociológico muy difícil de realizar. Barcelona es una ciudad discreta, donde los ciudadanos conviven sin preguntarse gran cosa, casi sin mirarse por no interferir en la vida del otro, por no molestar. Todo sucede en medio de un silencio social compartido, como una especie de pacto implícito.”
Me queda un muy buen sabor de boca de esta lectura, y la promesa hecha a mí mismo de intentar leer poco a poco todos los casos de Petra. ¡Sí, joder, me he quedado con mono! Y también me queda al acabar esta lectura, una sensación extraña al despedirme de Fermín y la inspectora. Parece mentira que se les pueda coger tanto cariño a unos personajes con solo 400 páginas devoradas en dos o tres días.
¡Tiene mérito la Bartlett. Ya lo creo que sí!