Tengo seis sobrinos y a pesar de esta época tan visual en la que han nacido, aún hay esperanza para la literatura. Algunos de ellos, aunque usen (o más bien abusen) de las tablets, ordenadores y demás, siguen disfrutando de un buen libro y eso, como tía y lectora, me llena de orgullo y satisfacción. Una de ellas, a la que luego le presto algunos de mis libros de literatura juvenil, se sentaba en la cama con la enciclopedia (que abultaba más que ella) y cuando aún no sabía leer, se pasaba el rato mirando sus páginas. Lógicamente, ha resultado ser la más lectora de todos.
De pequeña a mí también me encantaba leer y leía casi todo lo que caía en mis manos. Recuerdo que en la época del instituto tuve un parón lector cuando me obligaron a leer libros tan apetecibles como Don Gil de las calzas verdes. Sobre este tema de lecturas obligadas hablaremos otro día, porque creo que da para largo y no es cuestión de extenderme ahora. Menos mal que en el último curso de instituto tuve un profesor de literatura universal que nos leía a Borges en clases y que me hizo volver a los libros con más ganas.
Volviendo a mis sobrinos, el más pequeño va a cumplir dos años dentro de un mes y es un pequeño trasto con cara angelical. A pesar de lo chico que es, hace tiempo que vengo notando que le gustan mucho los libros. Ha heredado algunos de los libros de sus primos y más de una vez me ha pedido que le coja en brazos para que le lea alguno de esos cuentos. Son libros muy simples, claro, pero disfruta mucho cuando te sientas con él y vas pasando las páginas y contándole pequeñas historias. Uno de estos libros, que está ya un poco viejuno, es de esos libros con muchas solapas donde se esconden dibujos y palabras y éste le gusta especialmente. Quien busca, encuentra es uno de esos libros así que cuando lo vi, me dije: éste para mí y para el trasto, que seguro que le va a gustar. Disfruto mucho ejerciendo de tía y los más pequeños son mis preferidos (por aquello de que no te contestan ni tienen aún indicios de pavo).
En Quien busca, encuentra, la ilustradora Ingela P. Arrhenius nos propone un viaje por un pueblo muy especial, un pueblo lleno de secretos y cosas por descubrir. Cada lugar del pueblo tiene un montón de cosas ocultas que no podemos ver a simple vista: tenemos que buscar bien y curiosear y no hay nada mejor que un niño para eso, ¿verdad?
La panadería, la pescadería, la peluquería Cool, el museo y el circo son los escenarios donde debemos encontrar todas las sorpresas escondidas. Yo me lo he pasado genial enredando entre sus páginas, levantando solapas, observando las geniales ilustraciones y descubriendo todos lo que este libro esconde.
Ahora estoy deseando que me toque hacer de canguro del peque para poder disfrutar de Quien busca, encuentra con él. Estoy segura de que este libro tan original y bonito le encantará. A mí ya me ha ganado.