Quien mate al dragón, de Leif GW Persson
Soy muy fan de Leif GW Persson y, cuanto más lo leo, más convencida estoy de que este hombre es, antes que un muy buen escritor –que lo es–, un sutil y despiadado humorista. Porque nunca me he reído tanto con una novela policiaca; si me apuran, no recuerdo haberme reído tanto con casi ninguna novela, así, en general, como me río con las obras de Persson. Para los que ya conocen el estilo de este peculiar autor, verdadera joya entre toda la avalancha de cultivadores nórdicos de novela policiaca, Quien mate al dragón y su protagonista, el singular comisario Evert Bäckström, no necesitan de mayor apología; para los demás, si les apetece explorar la vena humorística de Leif GW Persson en su momento de gracia, Quien mate al dragón es un excelente punto de partida.
Quien mate al dragón incorpora como protagonista a un personaje que brillaba con rutilante luz en la novela Linda, como en el asesinato de Linda –la cual recomiendo leer antes que ésta y cuya reseña está aquí–: el comisario Evert Bäckström. Quienes hayan leído Linda… sabrán cómo es Bäckström: un tipo inolvidable por méritos propios. En Quien mate al dragón, Bäckström está en el momento justo en el lugar preciso: después de unos asesinatos que resultan tener más intríngulis de lo que parecía en un principio, y en un distrito policial con cambios en la cúpula y una nueva jefa, Anna Holt, quien necesita a su vez un caballero de la justicia que mate al dragón del crimen para que la población se tranquilice y vea que la policía sueca hace bien su trabajo. Pues bien, Bäckström puede llegar a ser ese caballero. Para eso, habrá de poner en juego todas sus dotes de investigador, y batallar contra los muchos enemigos con los que comparte campo de batalla… a la par que encontrar nuevos aliados en quienes menos espera.
Quien mate al dragón sigue el mismo estilo de Linda, como en el asesinato de Linda, pero Persson introduce aquí algunas novedades. El tono de sátira se agudiza, dando lugar a escenas descacharrantes –a no perderse la escena en que Bäckström tiene una visión divina– y a una trama que mezcla lo sórdido y criminal con lo hilarante; así, Persson afila su pluma para describir una realidad bastante desoladora con escenas de astracanada, con el paradójico efecto de hacernos ver esa realidad con más nitidez que muchos autores que utilizan un tono realista y sombrío.
Evert Bäckström sigue siendo el mismo de siempre, el comisario de mentalidad algo primitiva y gafas muy bäckströmianas para mirar la vida. Pero en Quien mate al dragón, se introducen nuevas perspectivas y voces acerca de Bäckström, de modo que nuestro retrato mental del comisario se enriquece sobremanera. Y, para sorpresa nuestra, comprobamos que no tenemos a Bäckström tan bien catalogado como pensábamos. Es todo un héroe del siglo XXI, más real aun en sus rasgos caricaturescos que cualquier otro protagonista de novela policiaca que haya pasado por mis manos, ésos tan bien educados, tan guapos, tan misteriosos, tan románticos, tan atormentados, tan asquerosamente perfectos.
El repertorio de regalitos que nos trae Persson en esta novela acaba con su desenlace, que le puede romper los esquemas al más avezado. No esperen final sorpresa; el final es la sorpresa, todo él, en su clímax y en su epílogo. Se lee con una sonrisa incrédula, preguntándonos de qué más será capaz el señor Persson, qué otra audacia se le ocurrirá perpetrar, aparte de reírse de sí mismo, del mundo que describe, deformándolo, y del lector experimentado que tan listo se cree. Y, al cerrar el libro, piensa una que ojalá llegue pronto la tercera entrega de las aventuras de Bäckström. Queremos más.
P.S.: No sé si la zanahoria rayada que se menciona en la traducción, en la página 73, es un plato típico sueco; yo sólo conozco la zanahoria rallada, aunque nunca se sabe.