Reseña del libro “Quienes se marchan de Omelas”, de Ursula K. Le Guin
Úrsula Kroeber (Berkeley 1929 – Oregón 2018) es, a día de hoy, una de las escritoras más conocidas y respetadas dentro del género de la fantasía especulativa y de la ciencia ficción. Su nombre artístico es Úrsula K. Le Guin y estoy segura que has oído hablar sobre ella y su obra más conocida Historias de Terramar.
Pero hoy no vamos a hablar de ese mundo creado para hacernos soñar, no. Hoy hablamos de Quienes se marchan de Omelas, una novela corta, de apenas 40 páginas, que nos enseña un mundo distópico donde la prosperidad de todos sus habitantes depende de la miseria perpetua de un único chico.
Escrita en 1973, Nórdica Libros la recupera en cartoné con unas estupendas ilustraciones de Eva Vázquez y una excelente traducción de Maite Fernández.
Cuando Le Guin incluyó este cuento en su colección de 2012, The Unreal and the Real, Volume Two, contó que Quienes se marchan de Omelas “tiene un feliz y prolongado oficio de ser usado por los profesores para hacer enojar a los estudiantes y hacerlos discutir ferozmente sobre la moral”. Y no es una exclamación errónea, porque al leerlo sientes como algo se remueve en tu interior y es un texto propio para provocas debate.
Omelas es un lugar casi mágico, una utopía, un mundo que no te creerías aunque lo tuvieras delante, porque allí TODO EL MUNDO es feliz. No sabemos qué tipo de sistema social tienen, sólo sabemos que conviven en paz y armonía, que los niños son muy felices y que los adultos no tienen preocupaciones, nadie sufre.
En Quienes se marchan de Omelas asistimos a un momento concreto del año, un día de verano donde se celebra una fiesta ascentral con música, fuegos artificiales, comida, bebida…y hasta orgías. Don´t panic! (como decía Douglas Adams en La guía del autoestopista galáctico) porque Le Guin habla de esta actividad lúdica con toda la naturalidad que el hecho en sí puede ofrecer.
Y es que si algo caracteriza a Omelas es que aquí todo sucede de forma natural, sin prisas, sin remordimientos; aquí no es necesario fingir. Si todo el mundo vive en plenitud, si no echan de menos nada porque todo lo tienen ¿por qué no van a disfrutar del sexo de forma natural? Ya cuidarán entre todos de las pequeñas consecuencias que 9 meses después puedan empezar a formar parte de su sociedad.
Y una vez que sabemos todo esto, debemos pensar que hay algo raro ¿no?, pensaremos que no puede ser todo tan perfecto y, nuevamente, tendremos razón. Para que los habitantes de Omelas sean así de dichosos y para que sus vidas sean tan perfectas, hay una única solución: un niño debe sufrir todas las penalidades.
En algún rincón ese niño (o niña, es difícil de distinguir por su aspecto) vive encerrado en una cueva. No se le puede dar de comer ni beber, no se le puede hablar ni mostrar cariño. Él o ella es el único que nunca conocerá algo parecido a la felicidad. Este motivo me imagino que será lo que utilizan los profesores para abrir debate entre sus alumnos ¿es justificable el sufrimiento de un único individuo para que el resto sea feliz?
Y es aquí, en este punto de la lectura, donde aparecen aquellos que dan sentido al título del cuento, Quienes se marchan de Omelas ¿por qué lo hacen?, ¿hacia dónde dirigen sus pasos?, ¿por qué renuncian a la felicidad?, ¿qué creen que van a encontrar que sea mejor que eso?
Desde luego, que no es un cuento que vaya a pasar desapercibido o que no vaya a dejar huella en quien se acerque a leerlo.
Nórdica Libros nos ofrece una hermosa oportunidad de reflexionar tras hacer una de esas cosas que tanto nos gusta: leer.
Quienes se marchan de Omelas fue nominada al Premio Locus al mejor relato corto en 1974 y ganadora, ese mismo año, del Premio Hugo al mejor relato corto. ¿Te la vas a perder?