¿La inteligencia es un don difícil de manejar o solo una calamidad que a veces resulta útil? Quizá los humanos no tengan ningún mérito especial, por muy superiores que se sientan respecto al resto de seres vivos. Al menos eso es lo que debaten los dioses Hermes y Apolo, mientras se emborrachan en una taberna de Toronto.
«Me pregunto qué pasaría si los animales tuviesen la inteligencia de los humanos», dice Hermes. «Me apuesto un año de servidumbre a que serían aún más desgraciados que ellos», contesta Apolo. «Acepto la apuesta —responde Hermes—. Pero con una condición: si al final de sus vidas una sola de esas criaturas es feliz, gano yo». Y, de esta forma, la vida de quince perros que pasan la noche en una clínica veterinaria queda en las manos de estos ociosos dioses, al ser los elegidos para recibir el don de la inteligencia. Así da comienzo Quince perros, de André Alexis, una fábula donde unos perros de distinto pelaje y condición nos muestran lo mejor y lo peor de las naturalezas canina y humana.
Al igual que los humanos, no todos los perros sabrán o querrán hacer uso de su capacidad. Mientras un chucho inventa poemas —fascinado por cómo percibe el mundo de repente— o un caniche entabla amistad con una humana —esta vez, de igual a igual—, otros canes, en plena crisis de identidad, deciden ignorar su raciocinio y seguir siendo como antes, aunque sus comportamientos naturales ahora solo sean ritos desesperados por no perder su esencia canina. Unos y otros buscan su sitio, mientras los dioses se entrometen en sus destinos para ganar su particular apuesta. Con la vida y muerte de cada uno de los quince perros, Hermes y Apolo acabarán comprendiendo que la inteligencia y felicidad son variables complejas que ni siquiera ellos, con su omnipotencia, son capaces de encaminar.
Quince perros me trajo a la memoria la magistral Rebelión en la granja, de George Orwell, donde los animales se corrompían a medida que se iban pareciendo a los humanos, o incluso El señor de las moscas, de William Golding, por la imposición que llevaban a cabo algunos de los niños protagonistas de una determinada jerarquía y organización social. Sin embargo, André Alexis ha conseguido un relato diferente, único, y eso se percibe desde la primera página. A través de las vivencias de los quince perros, nos adentramos en su psicología animal, en el irremediable choque entre sus instintos y la razón y en su percepción del mundo humano.
Como decía Mahatma Gandhi, el progreso moral de un pueblo puede juzgarse por la manera en la que trata a los animales, y según estos perros, el comportamiento de los seres humanos deja bastante que desear. Aunque el de ellos con su manada esté lejos de ser mejor, ya que la violencia premeditada que llegan a ejercer es aún más cruel que la irracional que les caracterizaba antes. Y es que, quizá, la inteligencia solo sea un medio para desarrollar nuestra forma de ser innata y ninguna especie esté libre de un lado oscuro. Pero hasta en el lado más oscuro puede surgir un rayo de esperanza, como demuestran varios de estos perros. Ellos nos enseñan que la inteligencia es un don maravilloso cuando sirve para superar obstáculos y acercarse a los demás, y que la calamidad solo lo es realmente cuando nos dejamos vencer por ella.
Las desventuras de estos perros me han emocionado y me han estremecido, me han hecho reír y me han hecho pensar. Por eso, la lectura de Quince perros se ha quedado rondando por mi cabeza y hurgando en mi corazón durante días, y presiento que pronto se agazapará en un rincón de mi memoria para quedarse por siempre allí. Esa es la grandeza de algunos libros, de muchos animales e, incluso, de más de un humano.