Hay libros que son un tesoro y, sin duda, El rapto del príncipe Margarina es uno de ellos. Hay tantas razones para catalogarlo así que no sé por cuál de todas empezar. Así que comenzaré hablándoos de la noche en la que se fraguó esta historia.
Era una noche cualquiera en el hogar de la familia Langhorne. Clara y Susy, que sabían la suerte que tenían de que Mark Twain fuera su padre, nunca desaprovechaban la ocasión de irse a la cama escuchando un cuento inventado exclusivamente para ellas. Pero no se conformaban con cualquier historia, no. Disfrutaban planteándole retos literarios cada vez más complicados para poner a prueba su imaginación. Y se ve que habían sacado el sentido del humor de su padre, porque aquella noche le pidieron que inventara un cuento inspirándose en un diagrama de anatomía de una revista.
¿Qué historia podía salir de ahí? Pues la de las aventuras del pequeño Johnny para vender su pollo; durante su viaje, se cruzaba con extraños personajes y terminaba envuelto en la misteriosa desaparición del príncipe Margarina. Una preciosa historia que ahora todos podemos disfrutar en El rapto del príncipe Margarina.
Pero la versión que Océano Travesía ha publicado no es exactamente la historia que se narró aquella noche. Y es que Mark Twain creó decenas de cuentos para sus hijas, pero nunca los transcribió. Sin embargo, de El rapto del príncipe Margarina sí tomó bastantes notas y, a partir de ellas, ha surgido este maravilloso libro. Por eso, leerlo es como poseer un tesoro. Sabes que tienes entre las manos algo único: un cuento inteligente y honesto que, hasta ahora, había permanecido inédito e inconcluso.
Ha habido que esperar casi dos siglos para que aquellas anotaciones se recuperaran y Philip y Erin Stead las tomaran para acabar de darles forma. Philip Stead reescribe el cuento desde el respeto al célebre escritor estadounidense, sabiendo captar su esencia, su humor, su crítica y su ritmo narrativo repleto de aventuras. Y, además, aprovecha para tomarse un té con Mark Twain entre las páginas de este libro. Así, es él mismo el que le narra aquel cuento que contó a sus hijas, y Stead —cumpliendo la fantasia de cualquier lector— no para de interrumpirle para hacerle preguntas e inventar versiones alternativas cuando el curso de los acontecimientos no le convence. Este cuento dentro de otro cuento hace que todavía los sintamos más cercanos.
No nos olvidemos de Erin Stead, que también contribuye con sus ilustraciones a que este libro sea un tesoro. Con su manejo de varias técnicas —grabado de madera, tinta, lápiz y cortadora láser—, nos cuenta visualmente la historia, transmitiendo su sátira y su dulzura, así como su homenaje a la naturaleza y a los animales.
Y por si todas esas razones no fueran suficientes para reconocer el valor de este libro, encima Twain —o Philip Stead, quizá— nos desvela en él las palabras mágicas para salvar a la humanidad de tanta sinrazón y estupidez. Y no sabéis cuánta razón tienen. Cuando las descubráis, custodiarlas bien y compartirlas con quien las merezca. Igual que El rapto del príncipe Margarina, un tesoro literario que se revaloriza con cada lectura.
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