Reseña del cómic “Raptor. Una novela gráfica de Sokól”, de Dave McKean
Abrir un cómic dibujado por Dave McKean ya es un desafío. Su arte habla en diversos códigos y con distintas técnicas, que domina a la perfección, enfrentándote con tus sombras. Pero si además es el guionista, como en este Raptor, hazte tres respiraciones profundas antes de empezar. O como diría la generación de mis padres: “agárrate, que vienen curvas”.
Raptor arranca con una dedicatoria que es una flecha directa al plexo solar: “Si has caminado a solas por los bosques, o siguiendo el sendero de un acantilado, o en los límites entre la tierra y el mar; y has escuchado atentamente el aliento del mundo… este libro está dedicado a ti”.
Y por si fuera poco, las primeras líneas son del Infierno de Dante: “En medio del viaje de la vida, me encontré dentro de una selva oscura, con la senda recta para mí perdida”. Las pinceladas que cortan los dibujos, trabajados en capas con photoshop, son alfileres que se te clavan obligándote a mirar en un espejo siniestro. Pero debería comenzar resumiendo el ¿de qué va? Siempre es difícil pero con Dave McKean me inclino a decir que será una historia radicalmente distinta según quien la lea. Lo cual es un éxito rotundo de su narrativa.
Raptor lleva el subtítulo: “Una novela gráfica de Sokól”. Pero nadie sabe de este protagonista antes de abrir las páginas. Ni siquiera queda claro a medida que avanzan las viñetas. Algunos atributos sí parecen objetivos: lleva una máscara rígida que convierte a sus ojos en un abismo negro (rollito Sandman), va acompañado de una ave rapaz, digamos un halcón, aunque a veces me pareciera un águila y en otras ocasiones, una lechuza. Sus ojos destacan en los pasajes más oscuros como faros blancos.
Bien pues parece que la misión de Raptor es matar monstruos. Y como buen nómada y viajero su consejo es: “nunca os quedéis en un mismo lugar tanto tiempo como para convertiros en ese lugar” (p. 21). Son brutales los pasajes de esas criaturas estilo Lovecraft como un megacrustáceo o una oruga gigante con ojos rojos y aspecto bestial. De ella poco contaré aquí, solo que la moneda de oro con la cabeza de dos caras, más que al dos de oros de la baraja, me ha llevado a la diosa doble, al doble hacha o al a serpiente doble tan reconocible en nuestros tiempos en el imperio farmacéutico.
La historia de Sokól se cruza con la de Arthur, que acaba de perder a su esposa, a la que llamaba “mi pajarito”. Las viñetas que le muestran sobre su escritorio, tratando de escribir para soportar la vida sin ella, dejándote ver los recuerdos en sepia en un plano de fondo son sencillamente magistrales. Así como esos sueños o visiones, de trazo grueso, con colores fauvistas, que provocan deseo y pasión a la par que miedo y terror. Raptor es una caja de pandora que sublima todos los males presentados evocando la belleza del otro lado del espejo.
Porque hay un espejo claro, que es la puerta. Y un libro, que es la llave. Y una membrana que separa mundos. Y un hermano que tontea con el oscurantismo, la sociedades secretas, el tarot y la posibilidad de controlar o al menos entender los misterios de la existencia humana. Arthur se resiste, se aferra a eso que llaman cordura y que tanto desasosiego le produce. Raptor juega su papel en esa historia, pero para saber cuál, tendrás que leer el cómic.
Me alucinan estas propuestas, me lo leeré.