Recuerdo que, la primera vez que fui a comer a casa de una amiga, vimos Ace Ventura, un detective diferente. Así descubrí a Jim Carrey. Dos tontos muy tontos llegó a mi vida poco después, y es una de las películas que más veces he visto. Aún me acuerdo de un montón de sus frases. Y, cómo no, la primera película que vi con mis amigas en el cine fue Ace Ventura 2: Operación África. Por tanto, soy un ejemplo de lo que supuso Jim Carrey para los que crecimos en los noventa. Era el actor de moda, y sus películas, taquillazos asegurados. Años después, demostró que no solo se le daba bien la comedia. ¡Olvídate de mí! o El show de Truman son peliculones. Pero, en los últimos diez años, ha protagonizado varias películas fallidas y se ha hablado más de sus escándalos personales o declaraciones desafortunadas que de su faceta artística. Una lástima.
Jim Carrey ha estado tan presente en mi vida que es normal que me llamara la atención Recuerdos y desinformación, la novela semibiográfica que ha coescrito con Dana Vachon. En un primer momento, pensé que Jim Carrey iba a contar cómo había sido estar en lo más alto y caer en el olvido. Craso error. Vamos, ¡es Jim Carrey!, nunca se ha caracterizado por ser sencillo y previsible.
Lo que me encontré al leer Recuerdos y desinformación es difícil de definir, como su propio protagonista, pero trataré de hacerlo para que sepas a qué atenerte si te asomas a sus páginas. La novela arranca con un Jim Carrey deprimido que, viendo Netflix, descubre a Georgie, una actriz de tercera que acaba siendo su nuevo amor. A partir de ahí, intenta recuperar el estrellato perdido embarcándose en proyectos cinematográficos arriesgados y en campañas publicitarias que detesta. Y todo eso aderezado con apariciones estelares de Nicolas Cage, Tarantino, Spielberg, Tom Hanks, Leonardo Di Caprio o Gwyneth Paltrow, además de mujeres cíborg, llamadas telefónicas de su difunto padre, ovnis y hasta el fin del mundo.
Como ves, Recuerdos y desinformación en ningún momento trata de ajustarse a la realidad. Todo el relato es delirante y se cuenta desde el cinismo. Pero, detrás de cada situación esperpéntica, salta a la vista que Carrey cuela vivencias reales y critica directamente los claroscuros de Hollywood y la superficialidad y vulnerabilidad de sus celebridades, empezando por sí mismo. Se siente su vacío existencial, su hastío respecto a la sociedad capitalista, para la que él ha sido un mero engranaje, un «vendedor ambulante de falsos escapismos». Y, pese a ello, ansía recuperar esa admiración de antaño, única escapatoria a su actual existencia gris. Se declara adicto a la relevancia.
Buscarle el sentido a la trama de Recuerdos y desinformación es ridículo, incluso innecesario para disfrutarla, igual que sucede con la vida. Jim Carrey, ayudado por Dana Vachon, se sirve de la mentira de la ficción para sincerarse, y creo que esa ha sido la mejor manera de hacerlo. Como dice él mismo sobre la novela: «Nada de esto es real, pero todo es verdad». Sin embargo, el lector deberá hacer el esfuerzo de leer entre líneas para percatarse de hasta qué punto es cierto.