Un regalo de Navidad, de Robert Louis Stevenson
Ilustrado por Tyto Alba
La obsesión tiene diferentes compañeros de viaje: ideas mezquinas que se clavan en nuestro cerebro, palabras que nos recuerdan qué hemos hecho mal, que alguno de nuestros pecados saldrán a la luz en algún momento, y sentimientos de desasosiego, de actividad desenfrenada, de no saber bien qué acabamos de hacer y qué tenemos que hacer a continuación. La obsesión es una sensación cercana a la locura, esa en la que todos podemos caer por numerosas razones, y de la que nadie está a salvo. ¿Quién es el cuerdo? ¿Quién el loco? ¿Acaso pueden ser los dos una misma persona? Porque en una vida podemos ser muchas cosas a la vez, sólo nos queda elegir qué camino queremos tomar. Y esa puede ser la peor elección de nuestra vida, aunque no sólo de la nuestra, sino también de todo aquel que nos rodea.
Dos relatos sombríos, oscuros, pero bellos en su interior, que reflejan con una perfección exquisita la obsesión que recorrer nuestras fibras, nuestros nudos capilares, nuestro interior, cuando lo que tenemos en frente no es otra cosa que la vida de otra persona en nuestras manos.
Robert Louis Stevenson. Su nombre invoca irremediablemente “La isla del tesoro”. ¿Quién me iba a decir a mí que, años después, me encontraría con estos dos relatos que han consumido mi tiempo y el alma por no poder dejarlos? Hay una sensación que nos recorre a todo buen lector cuando no puede soltar un libro: el cosquilleo de las manos al pasar las páginas. “Un regalo de Navidad” consigue, con sus dos pequeños relatos, convertir la literatura en algo soberbio, en algo extraño dentro del mundo de los relatos que no es otra cosa que esculpir con cincel de maestro el mundo del misterio. Bajo ese título amable, apaciguador, se esconden dos historias que remueven los sentimientos en un crescendo absoluto, permaneciendo mucho más allá del fin, como si fueran una nube de polvo que no conseguimos disipar. Pero, ¿qué nos dice cada uno de ellos? Ahí va la respuesta.
En el primero, “Markheim” nos encontramos ante un asesinato perpetrado por sorpresa. Y allí, mientras nuestro hombre se convierte en asesino, su mente, sus palabras, sus sentimientos, lo convertirán en un alma pensante en forma de torbellino, en forma de huracán que barre con todo aquello que conoce. En el segundo y último, “Olalla”, un hombre se enamora hasta la extenuación, con el asombro y la poca lucidez que puede dar un amor a primera vista, mientras es llevado por esos sentimientos al borde de un precipicio del que sólo puede haber una salida: la huida más absoluta.
Y así, Robert Louis Stevenson nos envuelve en “Un regalo de Navidad” con su manto de oscuridad en dos historias que vibran por sí mismas, que nos abrazan al principio con calidez, para soltarnos el frío de una navaja en la yugular. Acostumbrados como estamos a extensas novelas, encontrarse estos pequeños oasis de crimen y misterio, es toda una suerte para un espectador – lector como yo, que observa todos los días como las personas llevamos bajo el brazo historias sin sentido que no nos llenan. Yo os digo a todos vosotros que eso no pasará en esta ocasión. Y que después, como si nos dieran un empujón para volver a la realidad, seremos capaces de volver a la cálida realidad, pero sintiendo ese pequeño frío desde los pies hasta el último pelo de la cabeza, que nos dará la pista para saber que nos hemos metido de lleno en el mundo de los tenebroso, para apreciar, todavía más si cabe, el de la luz.