Decía Hanif Kureishi en una entrevista de hará un par de años que envejecer es “aprender a ir perdiendo cosas. Pierdes capacidades, trabajo, estatus, amigos y familiares, que se van muriendo, hasta que poco a poco te quedas sin nada.” Y con el tiempo es fácil comprobar que es cierto. No lo digo por experiencia vivida en primera persona, sino por la de compañeros o familiares más mayores que yo. Lo que antes era una vida a todo tren, con el trabajo como principal ocupación, el cuidado de los hijos, la familia, las facturas… poco a poco va relajándose. Los hijos dejan el nido, se tiene más tiempo para uno mismo y un buen día llega la jubilación. Los recuerdos comienzan a pesar más que las ilusiones y sueños de futuro. Después, uno de los miembros de la pareja fallará y el otro se quedará solo o atendido por los hijos, si los tiene, y los recuerdos serán entonces aún más recurrentes, tristes y venenosos, porque la vida es una perra y está así de mal concebida.
Esa clase de historias en la que uno mismo (o un tercero) rememora su vida (o la de otro) desde una edad ya respetable me llaman desde siempre y siempre suelen tocarme la patata. Historias en formato de película como Cinema Paradiso, Érase una vez en América,… Historias como Arrugas, La casa y este Regreso al Edén, cómics todos de Paco Roca. Todos ellos han calado hondo en mí, y esta última obra del artista integral (guion, dibujo y color corren a su cuenta) es tal vez la que más me ha llegado, particularmente una viñeta, y me ha provocado alguna lagrimilla.
“No somos nada sin un pasado”. “Mantenemos una lucha constante contra el olvido, que intenta borrar el pasado”. “Creamos el dibujo y la escritura… Y también la fotografía, capaz de retener un destello de existencia”.
Y de fotos va la cosa. O de una en concreto. Una que fue tomada en 1946 en la playa de Valencia. La más importante de las tres fotos (en aquellos tiempos, lo creáis o no, las fotos no estaban al alcance de todos ni se hacían con teléfonos, y eran casi casi un lujo) que Antonia se hizo antes de cumplir los veinte años. Una foto que la ha acompañado en todos sus cambios de domicilio, con la que dormía siempre a su lado y que, ahora que ha tenido que mudarse a vivir a la casa de uno de sus hijos, no aparece. Una foto en la que no está toda la familia y que ni siquiera era conserva congelado el recuerdo de un día especialmente feliz, pero… ¿por qué es tan importante esa foto para Antonia?
Esta es la base que lleva a Paco Roca a contarnos esta historia. En parte para bucear en el pasado semibiográfico de su madre y en parte por saldar una deuda con ella (en La casa hablaba de su padre y este no pudo ver el tebeo publicado. Ahora era el turno de ella).
En cuatricromía, y apaisado (cómo me gustan los libros en este formato), volveremos al pasado sepia de la posguerra, del franquismo, de las estrecheces, de los tiempos en los que la mujer solo aspiraba a ayudar en casa, casarse (y vivir en casa de los padres de él o de ella), y pasar a servir al marido. A los tiempos de las cartillas de racionamiento y el estraperlo, tiempos en los que la educación y la cultura eran sustituidos por el analfabetismo, la fuerza de trabajo, y una mezcla de hechos bíblicos oídos en la misa, rancias tradiciones y supersticiones populares; tiempos duros en los que el que era pobre lo era “porque se lo merecía y porque no trabajaba tanto como los ricos”; tiempos de esfuerzos y sacrificios en los que la madre a menudo se quedaba sin comer para que sus hijos tuvieran algo que llevarse a la boca; tiempos en los que la mujer debía llegar virgen al matrimonio pero el hombre podía hacer lo que quisiera, incluido el maltrato, con el beneplácito de la Iglesia, S.A. y con la asunción de esto como algo normal por parte de todo el mundo; tiempos en los que la propaganda franquista engañaba a la gente con la ilusión de un pasado glorioso que había que recuperar… Todo esto lo refleja Roca con cariño y mimo y con una naturalidad enmarcada en un contexto de lo cotidiano, lo intimista y lo familiar que nos muestra situaciones a veces demasiado privadas y en ocasiones algo fuertes.
A lo largo de las viñetas iremos recorriendo, con un marcado pero agradabilísimo tono costumbrista, a los miembros de la familia que aparecen en la foto y a los que no, y entenderemos las razones de por qué esa foto tiene para Antonia la importancia que tiene.
Si Altarriba homenajeó a sus progenitores con El ala rota y El arte de volar, Paco Roca, con su estilo y sus circunstancias, completa su particular deuda con este emocionante, respetuoso, emotivo y nostálgico tebeo. Una ofrenda a su madre y, por extensión, a todas las mujeres de una época.
Y si todo cómic de Paco Roca es imprescindible, Regreso al Edén, lo es más aún. Uno de los cómics indispensables del año. De cualquier año. Roca, apuesta segura.