Reseña del libro “Remake”, de Bruno Galindo
Si no estuviéramos todos tan acojonados (o si fuéramos una plaga de estoicos), diríamos que lo mejor siempre está por llegar, o algo de ese estilo. Pero salvo CR7 y alguno más, creo que la mayoría de nosotros no pensamos (ni nos sentimos) de esa forma, y no hay más que fijarse en cómo está el patio para darse cuenta de que por ahí no van los tiros. Lo de ir tirando es lo más cerca que estaremos la mayoría de los mensajes chupipandis de los Paulo Coelho y Cía.
Y es que, como normal general y llegado el momento de los sueños, los anhelos o los suspiros, el presente es tan peleón y el futuro tan escurridizo que tendemos a mirar siempre por el retrovisor, a tirar de nostalgias lacrimosas en Instagram sobre aquello que ocurrió en el pasado (y, más concretamente, en el pasado anterior al mes de marzo de 2020, cuando nos abrazábamos y nos tocábamos en el metro y todo eso, ya sabe usted lo que quiero decir). Pero, sobre todo, soñamos y nos excitamos con aquella época dorada, ya tan lejana, en la que aún teníamos pelo, bebíamos como cosacos o tocábamos en un grupo y las chicas nos miraban el culo sin disimulo.
¿Y qué decir del deseo que nos devora por dentro cada diez o cinco minutos, que nos lleva a coger el móvil e inmortalizar (con el fin de visualizarlo a la semana siguiente y de esa forma, quizás, sentirnos más vivos y más felices justo antes de tirar una nueva foto y de volver a empezar), el deseo de inmortalizar, le decía, ese momento en el que estamos tumbados en la cama y sin hacer nada, pero es que huele a café recién hecho que te mueres del gusto? Pues eso, ahí va esa foto con aroma. Para el recuerdo. Sonrisa de Joker…y clic.
Quizá por eso se han puesto de moda lo vintage. Y quizás por eso acudimos a encuentros de antiguos alumnos, compramos el nuevo disco de Hombres G o nos hacemos tatuajes de dragones en nuestras pieles flácidas y estriadas. Quizás por eso (y esto sí me parece más preocupante) nacen, crecen y se reproducen al olor de la carnaza y casi a partes iguales, los profetas del Mindfulness, los de la Vida Sana y los del Camino hacia el Éxito, junto a los fantasmas más tenebrosos de la (otra) España cañí.
Y quizás también por eso o por algo parecido, el escritor y periodista de origen bonaerense Bruno Galindo escribió (hace ya unos ocho años, aunque no se ha publicado hasta ahora) este Remake, una interesantísima novela plagada de experimentación tanto en el fondo como en la forma y que pilota sobre la idea de que “nadie quiere escribir su historia, sino reescribirla”. Y qué verdad es.
La historia de la novela va de un conocido director de cine que vivió sus años de éxito en las últimas décadas del siglo XX y que ahora, en plena crisis económica, sobrevive haciendo videos corporativos. Luego está su antigua amante, que antaño fue una actriz cotizada y ahora es representante de jóvenes talentos. Ambos son invitados a una extraña fiesta en la que participarán, cada uno en su momento particular de la historia, en la recreación, minuciosa y casi cinematográfica, de los momentos más importantes que han sucedido en la vida de un famoso productor al que conocieron, y tal y como sucedieron en aquel momento concreto. Esta práctica, el remake, o la recreación de cualquier cosa que ya fue para reproducirla treinta años después tal y como fue, es el mainstream y adopta diferentes formatos y modalidades entre las diferentes capas de la sociedad, donde todo lo que importa es recrear el pasado ya que el futuro no existe y el presente es bastante insulso.
Porque “la gente quiere alejarse de su vida. Por eso mira hacia atrás”.
A través de una gran cantidad de referencias culturales de los años 70, 80 y 90, de humor, ironías y de parodias varias, el autor va introduciendo una seria reflexión en torno a esta idea principal dentro de una trama casi distópica (retrotópica, la ha llegado a definir el propio autor), y mediante un lenguaje directo y sencillo, construido a base de frases cortísimas, descripciones largas y concisas y de diálogos muy sugerentes.
Remake, de Bruno Galindo y editada por Aristas Martínez (otra editorial independiente a la que seguir la pista) es una novela tremendamente fresca, diferente, de esas que esperamos leer de vez en cuando por aquí y que nos dejan cierto regusto durante un tiempo. Porque Remake se aleja de las historias banales y tremendistas de siempre sobre guerras civiles, amores imposibles o aburridos misterios sin resolver, y que no nos importan una mierda ni a usted ni a mi. Por eso yo le recomiendo a usted que lea Remake, si es que después de las vacaciones está usted pensando en leer un libro.
Porque huye de esos lugares comunes, tan trillados y tan propios de cada reentré literaria y más allá.
Y también porque es divertidísima.
Porque no son setecientas páginas, ¡joder!
Y porque nos habla de un tema sumamente interesante, como es el frío y denso color gris con el que se colorea todo (todo) nuestro presente actual.
Y también porque nos muestra las consecuencias que tienen las políticas antisociales de este neoliberalismo que nos hace crujir la carcasa cada día más y más.
Pero también porque vemos los espantos de la madurez y el deseo de dar algo de sentido a nuestra vida y nos damos cuenta de la fugacidad del tiempo y de las cosas.
¡Ah, y luego está el Acorazado Potemkim, ya verá ya!
Remake, ya le digo. Una novela distinta para mirar nuestro tiempo también de forma distinta. Escrita con inteligencia e imaginación y de la que usted, como seguramente haré yo, podrá hablar tan bien como se merece en Facebook o en Instagram y justo antes de acudir (con más miedo que vergüenza, no me diga que no) a la cena de antiguos alumnos del colegio para reencontrarse allí, con mascarilla y treinta o cuarenta años después, con esos ojos tan verdes que sigue teniendo esa tal Susana.
Y es que el pasado, en realidad, nunca es pasado.