Reseña del álbum ilustrado “¡No soy un monstruo!”, de Shinsuke Yoshitake
¡Cuán identificada me siento con la protagonista de este álbum! Con esa cabeza invadida de manifestantes, dichosos personajillos o grotescos personajes que hacen ruido y enturbian la paz. Y a la vez qué afortunada me siento por haber nacido en un momento en que editoriales como Libros del zorro rojo editan álbumes como este nuevo título de Shinsuke Yoshitake. “Si me levanto con el pie izquierdo, trato de hacer cosas absurdas, para ver qué tal me siento. Me pongo una caja en la cabeza y hago muecas raras. Agito los frascos de salsa de la nevera. Le canto a la almohada”.
¡No soy un monstruo! Así, dicho entre exclamaciones porque hay que recordarlo, a una misma y a los demás. Seguro que sabes a lo que me refiero. Yo ya no puedo más con la culpa y frustración por no ser buena hija, buena niña, buena madre o buena amiga. Y no es una sensación de la madurez porque me reconozco en esa niña pequeña que no aguanta a sus compañeros de clase en primer lugar porque no se aguanta a sí misma.
El odio que puede llegar a generar la frustración por no acercarse ni tan siquiera a ese estado de felicidad, placidez o juego llanamente está magníficamente representado en estas páginas que combinan los amarillos y azules. Sí, esos que nunca llegan a fundirse en un verde esperanzador como en Pequeño azul y pequeño amarillo, de Leo Lionni en Kalandraka. Una especie de mutación entre pitufina y el pitufo gruñón que se sorprende cuando un ser querido, digamos su madre, le reconoce la belleza de sus pinturas o lo bien ordenados de los cajones que ha arreglado como estrategia para calmarse.
En la línea cómica pero reflexiva de Atascado o Ser o no ser… una manzana, Shinsuke Yoshitake sigue dando historias tan necesarias como ¡No soy un monstruo! Pienso repetirlo cada mañana. O mejor cada noche que es cuando la paciencia se agota y aparece el gremlin que toda persona oculta bajo capas de civilización y disciplina. Recordaré esa doble página con transeúntes de una ciudad random cargados con muñequitos morados que pesan, no te dejan andar, ni ver en ocasiones, que no has elegido llevar, que se suben a tu chepa y que cuanto más niegas, menos te dejan vivir.
Humano, demasiado humano, condición humana laberíntica y enredada. Lejos de la exclusión a la que es condenada toda existencia diferente y divergente en ¡No soy un monstruo! cabe la transformación, que pasa por la aceptación. Con un poco de ayuda de la imaginación muy del estilo cartesiano. Ya sabéis, cuando se preguntaba el filósofo si podía fiarse de los sentidos porque unos “geniecillos” malignos y diminutos podían modificar la información que recibía haciéndole creer cosas contrarias a la verdad, esa verdad que tanto añoraba.
Dichosas las personas adultas que saben apreciar estos recursos infantiles, que pueden aprovechar su imaginación para generar monstruos que disfrutan poniendo triste a los seres humanos. Así sería más sencillo elaborar una estrategia contra ese enemigo, ¿verdad amigo Sancho? No sucumbiré ante los gigantes, seré feliz, estaré en calma, daré abrazos de 8 segundos mínimo para que mi cerebro segregue oxitocina y transitaré mi camino para salir de este laberinto. Vendrán otros, pero quien haya leído este álbum sabrá que el malestar es causado por los monstruos, no porque lo sea quien se enfurece o frustra.