El próximo mes de Octubre, concretamente el día 20, se cumplirán 100 años del nacimiento de Gianni Rodari. Si usted no conoce todavía al genio del Piamonte le diré que tiene dos opciones. Una es mirar en la Wikipedia, así en plan rápido. Ahí hablan de un pedagogo (¿pero qué coño es eso?), de un maestro de escuela o de un periodista que se hizo comunista y tal y cual y pascual. Yo, sin embargo, le recomiendo la otra opción: la de leer su extensísima obra y descubrirle directamente en ella. Y si, además, esa lectura la realiza usted en compañía de un niño de ocho o nueve años, pues mucho mejor aún.
En el caso de que usted haya comprobado ya la cara que se le queda a ese niño cuando se encuentra con Rodari (por ejemplo, con sus archiconocidos Cuentos por teléfono), yo hoy le recomiendo que no se pierda por nada del mundo Retahílas de cielo y tierra y, sobre todo, que no se pierda la reedición que hace la editorial SM de esta joya publicada por primera vez en Italia allá por los años sesenta, y con la que celebran el centenario del nacimiento del escritor por todo lo alto. Y es que los poemas y canciones de Rodari viene esta vez acompañados de unas fantásticas ilustraciones, todas a cargo de Tomás Hijo, que no tengo muy claro si es Tomás ná más, elijo tomás, o un tomasijo, pero lo que sí tengo claro es que sus dibujos son excepcionales y aportan una nueva dimensión a las increíbles y disparatadas rimas de Rodari.
Retahílas de cielo y tierra es un libro de canciones y poemas para niños donde vamos a conocer a la familia Puntoycoma, que vive la tragedia de una coma o el triunfo del cero, o disfrutaremos de los poemas de la luna, de la luna niña, y bucearemos en sus mares, donde hay estrellas sin nombre, planetas de nombre extravagante y hasta un hombre en cielo. Fantásticas son las Retahílas de Arlequín y Polichinela, tan didácticamente fabricadas para recitarse de memoria que podrían haber salido de la cabeza de Miguelín Quecabezalamía, aunque yo me quedo con las de los cuentos al revés y, sobre todo, con las retahílas de los oficios. El contable caballito, el afilador, el hombrecillo de la grúa, el deshollinador o la retahíla del barrendero, que me tocó la fibra sensible y me llevó hacia atrás en el tiempo.
En definitiva, toda una explosión de creatividad que salió de la portentosa cabeza de Rodari, que desplegó en este libro tan fantástico su capacidad innata para agarrarnos y transportarnos a un lugar imaginario lleno de colores y buen rollo. Un lugar situado entre el cielo y la tierra, donde conceptos como la paz, la amistad, el amor, la familia, incluso la guerra, y por supuesto, el humor, sobrevuelan nuestras cabezas y luego caen sobre nosotros como bombas de diversión. Bombas, en este caso, en forma de poemas y de canciones que solo podrían salir de la mente de un niño (que es lo que siempre fue Rodari, diga lo que diga la Wikipedia).
Para terminar esta reseña y ya que estamos hablando de uno de los grandes referentes de la literatura infantil de todos los tiempos, voy a abrir un melón que, aunque no están de temporada, alguien tendrá que comerse de una vez por todas. Mi retahíla particular viene a ser esta:
Libros infantiles para conseguir dormir bien, pues no.
Libros infantiles para saber compartir, no.
Libros infantiles para entender la muerte, querer a los abuelos o no odiar la escuela, no, no y no.
Libros infantiles para guardar en tarritos no sé qué del corazón o las uvas de la ira: ¡joder, que no!
Lo que queremos son más libros infantiles para inventar e inventarse, para imaginar e imaginarse, para mutar, para transformar y transformarse pero, por encima de todo, para divertirse con la literatura. Y se acabó, óigame usted. Queremos libros infantiles sin moralejas porque lo que les interesa a los niños es saber cómo pueden convertirse en lentejas. Queremos, en definitiva, muchos, muchos más Rodaris y muchos, muchos menos emocionaris.