He de reconocer que cuando este libro llegó a mis manos, no tenía ni idea de quién era Sainte-Beuve ni de sobre quién trataban esos retratos. Había elegido este libro por una sola frase de la contraportada: “…en esta selección se han reunido los catorce [retratos] que ilustran la evolución e influencia del salón literario… Todas ellas, cultas, refinadas e inteligentes, son insignes representantes de la civilidad universal”. Y no me arrepiento de tal decisión.
Charles Augustin Sainte-Beuve (1804-1869) fue un crítico literario y escritor francés que había perdido la fe en su propia capacidad creativa, al fracasar en su intento de ser novelista, cuando decidió centrar toda su atención en producción ajena. Llegó a convertirse en uno de los mejores críticos del siglo XIX, cuyo método se basaba en la certeza de que una obra era el reflejo de la vida del escritor, y que ésta podía ser explicada a través de aquella.
Retrato de mujeres es una especie de reivindicación -y homenaje- del papel de la mujer en la creación del acervo literario francés del Antiguo Régimen. Esta selección de catorce retratos son el perfil de mujeres que destacaron por su “fuerza moral, su inteligencia, su gusto, su talento literario, transmitiéndose la antorcha de una cultura bajo el distintivo de la gracia y de la delicadeza”. Perfecto resumen que hace la prologuista Benedetta Cravari -especialista en literatura y cultura francesa de los siglos XVII y XVIII- de lo que fueron estas mujeres.
Con su método, Sainte-Beuve nos descubre el interior íntimo de estas damas, cubierto con un amplio velo de admiración y pasión hacia ellas; y a través de un lenguaje delicado y poético -aunque creo que esto también es debido a la magnífica traducción de José Ramón Monreal, persona que también ha sido el encargado de hacer la selección. Casi todas estas damas fueron escritoras, sin embargo fueron pocas las que vieron sus escritos publicados, pues la mayoría serían póstumos. Algunas destacaron como epistológrafas (Madame de Sévigné o la Marquesa du Deffand), otras como articulistas (Madame Roland) y otras como novelistas (Madame Duras o Madame de la Fayette). Pero todas, señoras de alta alcurnia con gracia y encanto innatos, tienen un nexo común que las une en esta colección: organizaron un salón literario. Promotoras de la cultura de su tiempo, desde estos salones -en las propias alcobas en la mayor parte del tiempo- difundieron un ideal ético y estético y promovieron las buenas maneras, el gusto y las diversiones. Todo a través de un eje central: sus ingeniosas y encantadoras conversaciones.
Asimismo, la ordenación de los retratos se nos presentan cronológicamente según las fechas de vida de nuestras protagonistas, que abarca desde 1626 hasta 1849, y no por orden de publicación original del autor. Gracias a esta organización, y conforme van pasando los retratos, se percibe una evolución en el papel de la mujer en la sociedad francesa, puesto que las últimas mujeres tienen un papel muy activo en la vida de la ciudad, y no solo cultural sino también político (periodo revolucionario y post-napoleónico). Por otro lado, la última retratada (Madame Récamier) vivió en época del autor. Su retrato, sin embargo, fue publicado en el año de la muerte de ésta. Y este hecho -la poca distancia temporal- marca una pequeña diferencia. En los últimos relatos se nota la cercanía del autor a los hechos que relata (en este caso a las mujeres que retrata) lo que le hace perder un poco de “análisis histórico”. Con las primeras, cuando el autor escribe sobre ellas han pasado varios siglos, y el alejamiento temporal permite una mayor rigurosidad de la crítica. Pero en cualquier caso, en todas las descripciones prevalece por encima de todo el encandilamiento que estas señoras provocaron en el crítico francés.
Finalmente, como nota un poco menos favorable -aunque no para mi-, habría que destacar que todo el relato esta salpicado de referencias históricas (periodos de gobierno, personajes y fechas) que si el lector no esta familiarizado con la historia de Francia durante los siglos XVII y XVIII puede perderse solo un poco del contexto. Pero esto en ningún momento desluce ni al libro ni a los relatos, y mucho menos impide ni la comprensión ni el disfrute de la lectura de los bellos retratos que hace Sainte-Beuve de estas damas de la alta sociedad francesa pre y post revolucionaria.
Me gustaría terminar esta reseña con una frase de Madame de Sévigné: “… esos hermosos días cristalinos del otoño, que no son cálidos ni todavía fríos”. De esta forma, podemos esperar la llegada del frío con esta magnífica obra entre las manos, sumergirnos en ella y dejarnos transportar a cualquier salón literario del Paris moderno.