¿Qué es, en realidad, escribir bien? ¿En qué consiste ese arte, o magia, como prefieran llamarlo? ¿Qué es lo que hace que una persona pueda hacer versar su historia sobre cómo crece la hierba y a pesar de todo nos enganche, y que otra pueda tener entre manos el relato con elementos más apasionantes del mundo, y aburrirnos, o simplemente no gustarnos? Afirmo que es un misterio; a día de hoy, no sabemos qué tienen algunos escritores para hacer que sus novelas funcionen y otros, tan equipados o más que aquéllos con habilidades técnicas, dotes de autoorganización, buena inventiva, extenso vocabulario, paciencia, y adecuada sintaxis (entre otras herramientas que, objetivamente, ayudan a que un escritor realice bien su tarea), sin embargo no logren el hechizo y no lleguen a superar el nivel de correctos escribidores.
Es precisamente a raíz de la lectura de la más reciente novella de Joyce Carol Oates, Rey de Picas, cuando se me ocurren esas reflexiones y preguntas sin respuesta. Y es curioso que sea esta autora la que me suscite esa reflexión, no sólo porque creo que ella personifica precisamente el modelo de escritor dotado de magia del que hablaba anteriormente, sino porque este libro trata con exactitud de esa cuestión (además de otras). Joyce Carol Oates escribe muy bien, magníficamente bien, eso está fuera de toda duda. Sus obras podrán gustar más o menos -en realidad, la mayoría son bastante desasosegantes y es posible que nos veamos impelidos a abandonar su lectura en algún momento-, pero esta autora puede elegir cualquier tema, cualquier anécdota, por banal o trillada que parezca (de hecho, esto es algo que ella ha llevado a la práctica en muchas ocasiones; ¿o alguien puede decir que en los relatos de Infiel, por ejemplo, se narraba algo verdaderamente original?), y dará probablemente igual, porque cautivará al lector sensible de inmediato. Un buen ejemplo de ese arte o magia lo tenemos en Rey de Picas, que viene a contar una historia que seguramente ha sido contada miles, si no cientos de miles de veces, o quizá incluso más: el descenso de un hombre a los infiernos, como un ciego pastoreado por un lazarillo también ciego, su propia mente ofuscada. El tema (uno de ellos), la lucha del bien contra el mal, anidando ambos en el interior de la misma persona, se nos presenta ya de entrada: el narrador es Andrew Rush, un escritor rico y famoso gracias a sus cuidadosamente redactadas novelas policíacas; aparentemente, un hombre afortunado y feliz con su familia, su mujer que lo adora y sus hijos ya emancipados; en realidad, en su intimidad, un hombre que se debate entre esa personalidad blanca y para todos los públicos, correcta, admirada, frágil pero sostenida por el poder y el ansia de fama y reconocimiento, y otra (¿su verdadera personalidad?), siniestra, brutalmente sincera, despojada de escrúpulos, solitaria: el Rey de Picas, personalidad con la cual escribe, en secreto, novelas llenas de violencia y crudeza.
La novela se abre en un momento crucial de la vida de Andrew Rush, pues, tal como se nos da a entender sibilinamente desde el principio, ese mundo de polos opuestos en delicado equilibrio está a punto de desmoronarse a medida que los pilares sobre los que sostiene su mundo ficticio se ven amenazados: su fama, su coartada de cara al público y a la sociedad, su honor, su reconocimiento.
Rey de Picas es una novela sencilla, terriblemente sencilla. Como suele suceder con frecuencia en las novelas de Oates, en ella encontramos una sucesión de escenas y de hechos que no necesariamente siguen una hilazón lógica con lo que hemos leído hasta ese momento, ni tampoco significan nada especial de cara al desenlace: puede que lo que en ellos se ha revelado tenga su peso al final o puede que no; puede que el aspecto, el carácter y las acciones de este o del otro personaje tengan un eco en las páginas finales o puede que no. Esto no significa que sean elementos huérfanos y sin sentido; todo tiene su sentido, pero no necesariamente un sentido que quede manifestado. Recordaremos después los detalles de los cuidados retratos de personajes que nos ofrece la autora; recordaremos escenas sueltas donde se nos revelan más facetas sobre ellos; pero los recordaremos no porque su presencia fuera decisiva en la historia, sino porque son suficientes y muy significativas por sí mismos, por lo que tienen de retrato en miniatura, de fotografía de brillantes y chillones colores sobre la depravación, la bajeza, el egoísmo, en una palabra, sobre la maldad, tema éste en que Oates demuestra su maestría.
Vuelvo al principio de esta reseña para retomar la cuestión que planteaba allí: la de la diferencia entre un buen escritor y uno mediocre. Porque hete aquí que ese tema se aborda también, y no de forma menor, en Rey de Picas, novela que nos presenta nada menos que a cuatro escritores, todos muy distintos entre sí y con suerte muy dispar en el mercado literario. Hay dos escritores que coinciden casi totalmente en temas y hasta en argumentos, pero uno goza de gran éxito y otro, no; hay un escritor que casi renuncia a su arte; hay otro que no consigue jamás triunfar y sufre por ello; hay otro que funciona exclusivamente a golpe de inspiración y es el único que realmente disfruta con su tarea; y hay otro más que ha cosechado el ansiado éxito comercial, pero que tiene clavada la espina del éxito de crítica y que, por si esto fuera poco, se aburre con su trabajo. Se nos invita a compararlos entre sí y a tomar partido (algunas veces, ocupan posiciones antagónicas) y, de paso, a preguntarnos a nosotros mismos a cuál de estos autores preferiríamos leer, a cuál le compraríamos su libro.
Rey de Picas es, como digo, una historia poco original, casi corriente (y sería decididamente vulgar en manos de un escritor mediocre o de un guionista de telefilmes baratos), pero excepcionalmente poderosa en sus ecos, en su capacidad de incitarnos a reflexionar y a preguntarnos una serie de cosas, en su habilidad para destapar perversiones y a vernos reflejados en ellas. Es, por si eso fuera poco, un entretenido -y, a ratos, burlón- pastiche de la literatura gótica, con Edgar Allan Poe como su máximo exponente, así como del gótico moderno de Stephen King y otros.
En realidad, Rey de Picas es casi una historia propia de King en manos de una merecedora del Nobel de Literatura: Joyce Carol Oates.