Ritual, de David Pinner
Que una obra -en este caso, un libro- sea objeto de culto quiere decir que tiene una serie de partidarios o seguidores muy fieles. También quiere decir que es un producto minoritario. Es la cara y la cruz que tiene el hecho de hacer gala de una gran excentricidad o, si lo prefieren, de un marcadísimo estilo propio a la hora de escribir. Ritual, novela de David Pinner, se ajusta perfectamente a esa definición.
Pinner escribió Ritual en 1967 y se puede decir que es una obra hija de su tiempo, de una época de experimentación y de gran permisividad en lo cultural y artístico, y también en lo social. Se da la circunstancia de que Pinner formaba parte, por entonces, del elenco de la obra teatral de misterio La ratonera, de Agatha Christie, y parece ser que esta trama influyó en él cuando escribió Ritual (aunque hay que aclarar que cualquier parecido entre Pinner y Christie y entre Ritual y una aventura de Hércules Poirot es pura coincidencia). Ritual se nos presenta como una historia de suspense en la que hay que desenmascarar al autor del asesinato aparentemente ceremonial de una niña, y a ello se dedica David Hanlin, de Scotland Yard. El asesinato ha tenido lugar en una población de apariencia idílica, un enclave en medio de los más hermosos parajes naturales de Inglaterra, pero enseguida nos damos cuenta de que se trata de un Twin Peaks a la inglesa, con personajes la mar de excéntricos y un no sé qué, qué se yo de siniestro en la vida de la comunidad. De ese aire ominoso participan no sólo los adultos, sino también unos niños que recuerdan a los de Quién puede matar a un niño o El pueblo de los malditos, y hasta los animales y, desde luego, la flora y la vegetación, los accidentes meteorológicos y el mar que baña las costas del pueblo. Pinner se toma su tiempo en describir este extraño estado de cosas, y lo hace de una manera tan morosa como eficaz: para cuando acabamos de leer las primeras páginas, ya nos hemos contagiado de un mal rollo impresionante, aunque también es justo decir que pocas veces se ha descrito de forma más enfermizamente lírica la muerte de una mariposa.
Todo en esta novela está impregnado de ese puntillismo, de esa belleza fantasmagórica y de esa extrañeza de estilo, por la cual casi oímos los pensamientos del investigador a medida que se van contagiando de la atmósfera telúrica y pagana de aquel lugar. Dicen que Ritual encubre una sátira o crítica al puritanismo, al parecer encarnado en la persona de Hanlin; yo no lo veo tan claro, pero es cierto que hay una socarronería subyacente y muchas veces claramente manifiesta, aunque no siempre quede claro de qué intenta mofarse el autor. Ese sentido del humor ayuda a continuar la lectura de una historia que, por lo demás, es sórdida y no deja títere con cabeza, al mostrarnos una galería de personajes con sombras más oscuras que el carbón y actos y palabras cuyo sentido no siempre queda claro.
No se puede negar que Ritual desborda personalidad y que el autor no retrocedió ante los convencionalismos narrativos o semánticos. Es, decididamente, una rareza que agradará a los amantes de esos libros (muy) minoritarios o a quien tenga gran curiosidad por leer la obra que inspiró la película El hombre de mimbre. Los demás harán mejor leyendo La ratonera.