Normalmente suelo dejar un tiempo desde que acabo un libro hasta que me pongo a escribir la reseña. Pienso en él, en cómo empezar, en los mejores momentos, los que me hubiera gustado mejorar, las citas que impactan y refuerzan una escena… Esas cosas. Pero esta vez no. Esta vez voy a hacer una excepción porque quiero tenerlo todo, las 570 paginacas que me he metido casi de un tirón, fresco a la hora de ponerme a ello. Fresquísimo. Como la sangre sobre un camino de nieve antes de que se torne rosa, negra y seca.
Antes de Rojo había leído Alma, y no llego a convencerme. Por eso no estaba seguro de leer esta nueva novela de Sisí. Si lo he hecho ha sido básicamente por dos motivos: el primero y más importante, (y obvio en mi caso), porque va de chupasangres, y, a estas alturas ya sabéis que es un tema que me priva (tanto como para haber escrito una bilogía vampírica: Valeria y El diablo da las llaves del cielo). El segundo, porque también leí hace tiempo el primero de la saga de Los caminantes, y me gustó mucho. (Si no seguí con ella fue por amontonamiento de lecturas, escasez de tiempo… la vida, vaya).
En fin, al turrón. Siempre he pensado que hay catástrofes y catástrofes (apocalipsis nucleares, cambios climáticos, escasez de agua…) Cuando uno piensa en vampiros, piensa en ellos como en algo aislado. Piensa que pueden vivir en la vieja casa abandonada de las afueras, o rondando por un cementerio, o en medio de un bosque,… levantándose a las tantas para tomarse su vermut de sangre, ver lo qué ha pasado en el mundo durante el día y volver al ataúd, cripta o lo que haya elegido como cama. No piensa en ellos en el sentido de una amenaza global. En cambio, si piensas en zombis es otra cosa. Estos acaban con la civilización por completo. Ya sean zombis que andan, que corren o que aburren (como los de The Walking Dead). Arrasan con todo. Son una manada devastadora. No como los vampiros, que van más en plan individual, son más solitarios, o como mucho, se reúnen en grupitos pequeños, ¿no? Pues ya no, porque en Hillsdale, uno de esos pequeños pequeñísimos pueblos de Yankilandia en donde nunca pasa nada, es en donde va a dar comienzo el fin de la humanidad en forma de invasión de bebedores de sangre, y, ¿qué mejor momento que a dos semanas de Navidad?
Ahí veremos cómo se monta un pequeño grupo de tres supervivientes con el único objetivo de salvar sus vidas e intentar averiguar cómo acabar con tanto monstruo. Jimmy, un chaval de 13 años, que parece haber visto todas las películas habidas y por haber de vampiros y que va a ser el que dé muchas claves sobre el modo de actuar de esas criaturas y el que más luz arroje ante tanta oscuridad al grupo, (aunque también es cierto que había cosas que poco menos que eran vox populi) es uno de los integrantes. Los otros dos son Sonia, una poli, y Jared, malhablado (“Ahora me vais a chupar mi sagrada almeja primigenia de vampiro ejecutivo VIP, por mis ovarios”), miembro de la Guardia Nacional, bebedor, pero entrañable al fin y al cabo.
Juntos emprenderán un camino buscando la salvación y, como en TWD, también encontrarán a más gente a la que unirse pero… ¿podrán fiarse de ellos? Saben gracias a Jimmy que los vampiros también reclutan a humanos para que los protejan durante el día, así que tendrán que andar con pies de plomo…
“Los vampiros solo hacemos lo que podemos hacer –dijo–, sin ponzoñas mentales, sin dudas, sin prejuicios ni limites autoimpuestos por una psique maltrecha y azucarada por los cuidados de vuestras madres. ¿Crees que el hecho de ser vampiros hace que nuestros músculos rindan más, que podamos desplegar más… energía en nuestras acciones? No, idiota. No, imbécil. Solo lo hacemos”.
Esto es todo lo que puedo contar sobre la historia sin destrozar mucho más. Una historia, ya digo, que me he ventilado en poco tiempo porque engancha que no veas. Pero lo más importante, además de la buena trama, es la forma en la que Sisí escribe. Había momentos en los que su escritura me recordaba al mejor Stephen King con su ojo para los detalles de lo cotidiano, sus referencias a la cultura popular cinematográfica, sus tacos (en boca de Jared, principalmente), y su manera de describir escenas y perfilar personajes con tantísima y aparente facilidad, pero de un modo que se te hace increíblemente verosímil (oxímorón que me acabo de cascar). Si incluso al comienzo del libro llegué a descojonarme cuando un vampiro muerde en el cuello al sheriff Peter Buchanan y a este solo se le ocurre pensar, tras cagarse literalmente encima: “Es una falta de respeto”.
Es de aplaudir también, el desarrollo del argumento (con la alternancia en la narración de los puntos de vista de varios de los pesos, gordos y no tan gordos del libro) y la forma (narración, extractos de entrevistas, recortes de periódicos, informes,… como si de un velado homenaje a Drácula se tratara), que hacen que la lectura sea muy ágil, rápida y divertida y unos diálogos llenos de una brutal credibilidad, fluidez, frescura y desparpajo. Si alguna vez los vampiros deciden invadirnos, es muy probable que fuera tal y como se nos muestra en este libro.
Pero hay otro punto también importante. No solo está el tema vampiro. Al igual que sucede en el caso de los zombis, llega un momento en el que los humanos llegan a ser tan peligrosos, o más, que los tipos con largos colmillos. Pillaje, saqueo, lucha por los víveres, asesinatos, desconfianza en los humanos con los que podamos cruzarnos, desunión ante un mal común… Ese es también el gran terror de este libro: nosotros mismos, capaces de lo mejor y de lo peor, las relaciones dentro del grupo que se va formando… y eso también lo describe Sisí con mucho tino, el muy jodido.
¿Qué más puedo decir? Una galería de personajes fantástica, unos villanos de los malos malos, una historia que me ha convencido, unos vampiros que son como deben ser, (o sea, sin gilipolleces crepusculares, de los que acojonan; pero de los que acojonan no como los elegantes Lestat o Louis de Entrevista con el vampiro –que también molan, ojo– , sino de los de la boca horrenda y enorme llena de dientes, con brazos con articulaciones imposibles; unos vampiros de los que buscan vaciar un cuerpo de sangre tras otro hasta conseguir una borrachera de hemoglobina cada noche y dejar tras ellos cuerpos mutilados), unas escenas sangrientas e incluso gore, una ambientación que no me cuesta creer (de hecho creo que he ido visionado todo el libro como si estuviera viendo una peli) y, en definitiva, todo un puto disfrute para el que guste de historias vampíricas soberbias.
Estoy deseando que lleguen la segunda (Fundación) y tercera parte (Infierno).
Carlos Sisí ha parido con este primer libro de la trilogía, una prometedora saga vampírica que va a hacer las delicias de muchos de nosotros. En definitiva, Rojo es una alegría para el género, que lo expande sin despegarse de sus raíces primigenias.
“Ya no olía a orines: olía a sangre. La sangre huele mucho. Huele muchísimo”.
Pero, un momento… aquí huele como a… menta. O naftalina rancia… ¿Habrá esperanza para nosotros?