Reseña del libro “Roma soy yo: La verdadera historia de Julio César”, de Santiago Posteguillo
¿Os ha pasado alguna vez que al recorrer ruinas romanas sentís una sensación extraña, como de inmensidad? ¿Como si, a pesar del paso del tiempo, la arquitectura guardase un alma propia, majestuosa y antigua, que os invita a recrear en vuestra imaginación la vida de aquella sociedad? También pasa con las personas. Y es que existen referentes históricos que lo llenan todo con solo mencionar su nombre —«¡César, César, César!»—. El sello Ediciones B de la Penguin Random House nos trae un título poderoso y bien justificado, Roma soy yo, en el que su autor, Santiago Posteguillo, asume el reto de contar la historia de un grande… cuando todavía no lo era.
En el año 77 a.C., Cayo Julio César hijo tiene solo 23 años, un origen de leyenda y la memoria de un tío, por línea paterna, que llegó a ser hasta siete veces cónsul. Para bien y para mal. A pesar de la inexperiencia de César en el mundo de la política, solicitan su ayuda para llevar a juicio al gobernador de la provincia romana de Macedonia por un asunto de corrupción, entre otros crímenes de carácter más escabroso. Él acepta ser el fiscal acusador a sabiendas que el tribunal está comprado, que su tío por línea materna es uno de los defensores y que el reus, o acusado, no es otro que Dolabela, la mano derecha del recién fallecido exdictador de Roma, Lucio Cornelio Sila, quien llegó a poner precio a la cabeza del joven abogado. Todos saben que enfrentarse a Dolabela y sus sicarios es una temeridad, entonces, ¿por qué César pone en riesgo su vida por defender las reclamaciones del pueblo? ¿Es acaso un insensato, un loco? Bueno, no seré yo quien lo niegue. ¿O quizás se trate de esa inocencia orgullosa de quien cree que el mundo se puede cambiar? La respuesta no es spoiler, es Historia.
Pero en la novela no todo es oratoria resonando en las entrañas de la basílica Sempronia. El presente del juicio se alterna con memorias que abarcan desde poco antes del nacimiento del protagonista, hasta su infancia y adolescencia. Memorias que, al ser biográficas, son como la vida misma: el calor de una familia romana, con sus alegrías y preocupaciones; las valiosas lecciones de vida de un tío admirable; la lealtad del amigo que lo es para toda la vida; la inocencia y la pasión del primer amor… Pero también traición, huida, sufrimiento, venganza, ira, coraje… —«¡Gladios fuera!, ¡acción!»—. Todo ello en medio de una situación política convulsa, dividida, entre batallas, conjuras y enfrentamientos que pondrán en peligro la misma Roma.
A quienes nos gusta la novela histórica estamos acostumbrados a leer al kilo, pero siempre nos queda ese temor de que el autor sea demasiado espeso y, por qué no decirlo, petulante. Que se pierda en nombres, fórmulas complejas que solo él entiende o se emocione demasiado por los relieves de una columna que después no tienen ninguna relevancia para la historia. Con Santiago Posteguillo no ocurre nada de eso. Se trata de un escritor consagrado que escribe con la claridad de quien sabe de lo que habla y pretende que los demás lo entiendan —Leer las reseñas de Yo, Julia; Los asesinos del emperador; Africanus: el hijo del cónsul, entre otras—. Su narración se basa, sobre todo, en dichos y hechos, más que en descripciones interminables. Además, Roma soy yo está dividida en partes, estas en capítulos y estos a su vez en escenas encabezadas siempre por el cuándo y el dónde, para que, a pesar de los saltos temporales, el lector no se pierda nunca. Esta estructura me ha facilitado tanto la lectura, que parece que pisé un jabón en la primera memoria y acabé estrellándome contra el epílogo. Y aunque el libro cuente con un glosario de personajes, mapas y definiciones de las palabras que aparecen en latín, doy fe de que la trama puede seguirse sin consultarlos. Leerlos al final es todo un regalo.
No es la primera vez que leo un libro relacionado con la vida de Julio César, pero sí el primero que cuenta con detalle toda la primera etapa de su vida, la más desconocida, y es sorprendente la cantidad de datos que ignoraba. Comencé a leer Roma soy yo embaucada por la portada y la larga sombra de quien llegó a ser dictador y he acabado conociendo a un escritor, tan cómodo de leer, que puedo imaginarme a la romana, recostada en el triclinium de mi propia domus, engullendo racimos de cultura y sintiéndome más sabia; rabiando y apretando los dientes por el ascenso de Sila —una tiene sus favoritos—, deseando un enfrentamiento con un Pompeyo todavía tierno y asombrada por la aparición de Cicerón. Es curioso que, tratándose de una época anterior, la forma de vida se asemeje más a la actual que lo acontecido un milenio después.
Pero aquí viene lo mejor, porque Santiago Posteguillo tiene intención de continuar la historia a modo de saga, con lo que podremos ver crecer a los personajes sobre una base histórica fiable que nos revele más sorpresas. Y nosotros aquí, sin despeinarnos. ¡Aprovechad este lujo! «¡César, César, César!».