Romanticidio, de Carolina Cutolo
Si atendiéramos a los arquetipos de princesas que se nos presentaron en la infancia tendríamos, por un lado, a Blancanieves que caía en un sueño profundo por la mordedura de una manzana y, por otro, la Bella Durmiente que se pincha con un huso y cae en un sueño profundo a la esperaba, ambas, del beso del príncipe y del amor verdadero. A ver, en serio, ¿qué sucede con estas muchachas? ¿En serio es necesario caer rendidas para que un hombre las bese? ¿Tan difícil es decir “oye chato, que me gustas” y lanzarse? Los tiempos han cambiado: los hombres ligan poco, las mujeres cada vez son más independientes (bendito seas, oh, tú, quien seas) y la sociedad ya no apunta con el dedo a quien vive su sexualidad de una forma libre. Los adictos al amor persisten en su intento de encontrar al caballero de la armadura pero, seamos serios, eso no deja de ser un mito como una catedral de grande. ¿Y os estaréis preguntando a qué narices viene un alegato tan cínico de la realidad? Pues bien, porque han bastado años y años de la destrucción de un tópico como el de la princesa desvalida para que aparezca algo como Romanticidio y me haga ver que las heroínas de hoy en día pueden ser independientes, pueden ser sexualmente activas, pueden ir a su bola, y aun así caer en coma para tener que replantearse si lo que están viviendo les motiva o no lo suficiente. ¿Cómo, que no me entendéis? Sí hombre, yo lo explico ahora mismo. En el párrafo que sigue, no os alarméis.
Marzia salta de hombre en hombre, trabaja como barman en un bar donde le deben un año en atrasos, tiene pocos amigos, y para colmo de males una familia que reza más que escucha. Por si eso no fuera poco, se encuentra en coma, pero no en un coma cualquiera. Ella ve y escucha todo lo que dice la gente alrededor de su cama del hospital y lo que está a punto de descubrir puede no gustarle un pelo. ¿No decían que la verdad nos hará libres? Pues toma dos tazas, bonita.
Dije hace poco una verdad como un templo y la sigo manteniendo: me encantan los excesos. Entiéndanse los excesos, en la literatura (en la vida real suelo ser más comedido). Me gusta que los libros se dirijan a mí con toda la franqueza posible, con ese toque de mala leche incorporado que sólo dan las personas que son sinceras, esas que no adornan la verdad ni la disfrazan con papel de colores. Carolina Cutolo es algo así como una amazona que cabalga, que nos pisa y que después se ríe hasta del prójimo, porque seamos sinceros, ¿si perdemos el sentido del humor, qué narices nos queda? Su Romanticidio puede que sea uno de esos ejercicios de estilo en los que un autor vomita toda la rabia, toda la ironía, todo el cinismo que lleva adosados a la espalda y lo transforma en una creación tan llena de dulces envenenados que es imposible no sentirse identificado con lo que le sucede a nuestra comatosa protagonista. Me gusta Marzia, me gusta porque no se calla, porque se caga en lo que hay que cagarse, hombre ya, porque se ríe hasta de la más ínfima de las desgracias buscándole ese lado sarcástico que toda realidad tiene y que a veces nos da miedo mostrar al mundo. Y reflexiona, no vayáis a pensar que todo es exabrupto y mala intención, sobre la familia, sobre las relaciones, sobre el trabajo, sobre la sociedad en general que se ha convertido en una especie de oasis que más que una balsa de aceite parece una fiesta de jubilados ensillados.
Carolina Cutolo, si alguna vez lees estas líneas, yo me arrodillo ante ti. Pero no para pedirte matrimonio, eso sería demasiado trillado y a la vez una comedia romántica que aborrecería sin dudar. Por lo que me arrodillo es porque con Romanticidio he vuelto a congraciarme con esa parte de mí que tenía un poco escondida desde hace un tiempo. Me río sí, me río, de mi propia soltería, de las relaciones que sabes desde el principio que van a salir mal, de lo beatas que son algunas personas, de las excusas empresariales que esconden un “te jodes y no cobras”, de la precariedad sentimental y del exceso amatorio. Me río del sexo más cerdo e incluso del light, como tú, Carolina, como Marzia, que aunque en coma sabe de lo que escucha, de lo que habla, de lo que responde y de lo que se calla. Has creado a una diosa que, por mucho que se parezca a una princesa por haber caído en un sueño profundo, en realidad no se les parece en nada porque ella misma sabe cómo manejar su cuerpo, su mente, su todo aunque tenga que amoldarse a lo que le viene. Porque a veces, con las lecturas, nos damos cuenta que lo que nos venden son sólo cortinas de humo para esconder todo lo que realmente importa. Y es que también, en ocasiones, el amor está sobrevalorado.