Ronin, de Francisco Narla
Leer una novela de Francisco Narla (Lugo, 1978) es sinónimo de entretenimiento, concentración, evasión, inmersión en una historia fascinante…. vamos que yo ya sabía perfectamente cuando tomé la determinación de leer Ronin, que su lectura me iba a exigir una dedicación exclusiva de mis horas de asueto, incluyendo muchas horas que iba a tener que robarle al sueño (!buf!), más que nada porque una vez que se empieza es difícil poder parar: siempre quieres saber qué va a ser lo siguiente que va a pasar. El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y yo lo suscribo pues ya me había pasado con su anterior novela, Assur. Cuando me enteré que iba a salir Ronin, miré el calendario y recuerdo que pensé (porque ya sabía lo que me iba a pasar), “casi que va a ser mejor que me lo deje para el puente de la Constitución que tengo tres días libres y lo mismo llueve y todo…..” ¡Bah! paparruchas, al final no pude resistirme y ni puente ni nada, tocó dejar de dormir porque, para más inri, estas últimas tres semanas han sido las que más liada he estado desde abril. Pero no había marcha atrás, ya había leído las primeras 10 páginas.
Lo primero que me llamó la atención de la novela es un hecho histórico al que se hace referencia y que yo desconocía: el desembarco en España de un grupo de samuráis procedentes de Japón durante el reinado de Felipe III con el objeto de establecer relaciones comerciales entre ambos países, algunos de ellos llegaron a establecerse en Coria del Río. Sinceramente, el punto de partido es muy interesante y, desde luego, inaudito. Personalmente, nunca había oído hablar de este particular hecho histórico.
Hasta ahí, lo que me aportó la contraportada. Una vez acomodada en mi butaca favorita con una humeante taza de té al lado, me pongo en faena y descubro una historia apasionante, o mejor dicho, dos historias apasionantes que poco a poco convergen hasta convertirse en una sola. Para ello, Francisco Narla nos regala dos personajes de los buenos, de esos que dejan huella. Por un lado está Saigo Hayabusa, al que durante el asedio a la fortaleza de Fushimi, cuando no queda otra que matarse para evitar una bochornosa rendición, es designado para llevar a cabo una misión de lo más bochornosa e ingrata: renunciar al final de los valientes, soportar la deshonra y convertirse en un ronin para averiguar quién había sido el traidor de su señor.
Por otro lado, nos encontramos con Dámaso Hernández de Castro, alférez de los tercios de Flandes de origen gallego (concretamente de Monforte de Lemos) cuyas ganas de medrar lo llevan a Filipinas para intentar alcanzar una posición social que lo haga digno de pedir la mano de Constanza de Accicoli, la mujer de la que está enamorado. Una vez allí, comprobará que las cosas no serán tal y como las había planeado en un principio y deberá enfrentarse a una encerrona con objeto de desprestigiarle.
Así pues las vidas de nuestros dos personajes, se cruzarán y a pesar de las diferencias culturales que los separan, se darán cuenta de que, en realidad, no son tan diferentes y que luchan para alcanzar las mismas cosas: finiquitar las deudas pendientes y recuperar el honor perdido.
Me gustaría destacar, sobretodo, lo bien contada y estructurada que está una historia en la que todo está perfectamente pensado y tejido y en la que la labor de documentación resulta realmente encomiable, una historia que, en definitiva, deja un gran sabor de boca. Asimismo, resulta muy interesante el trasfondo histórico de la época, un periodo de la historia fascinante, en el que España era la nación sobre la que pivotaba el mundo (y en la que nunca se ponía el Sol) y cómo, a su vez, nos transporta en un fascinante viaje que nos llevó por Filipinas (la más importante colonia española en Asia) así como por Acapulco, Veracruz, Japón, Madrid y Sevilla. Todos los escenarios están descritos de una forma precisa y detallada.
Como ya viene siendo habitual, las novelas de Francisco Narla regalan al lector unos personajes muy bien construidos y que resultan totalmente inolvidables. Ya lo hizo con Assur y su inseparable Furco y ahora, con Ronin, nos presenta a Saigo y Dámaso a los que resultó verdaderamente difícil decirles adiós cuando cerré el libro por última vez.
Francisco Narla se ha convertido por méritos propios en uno de los grandes escritores españoles de novela histórica y de aventuras, con un estilo propio y perfectamente definido en la que la acción trepidante no está reñida, para nada, con la belleza de las palabras: cada capítulo (o magari) es una pequeña joya. Enhorabuena, Francisco.