Ronson

Reseña del cómic “Ronson”, de César Sebastián

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Dicen por ahí que Autsaider es una editorial especializada en marcianos y en mierda y no les falta razón. Y ojo cuidao, que yo no he leído mucho de Autsaider, pero El caso de Alain Lluch fue mi lectura tremebunda de 2018. Aún se me caen lagrimitas de emoción al recordar tan entrañable paja mental. Menudo viaje… Nunca, jamás de los jamases, en la puta vida, he disfrutado tanto con un cómic. (Bueno, igual sí, pero no me acuerdo y ahora estamos hablando de la editorial de los marcianos y la mierda, así que procede este peloteo).

El caso es que además de marcianos y mierda, Autsaider a veces cambia de palo y edita cosas de las serias, de las de echar la vista atrás y recordar viejos recuerdos que parecían olvidados y que, sin venir a cuento vuelven para apalizarte la memoria sin reparar en daños.

”Qué caprichosa es la memoria…No soy capaz de recordar qué cené anoche… Y sin embargo recuerdo infinidad de detalles de mi vida hace casi sesenta años.”

Suele pasar, la verdad. La nostalgia ataca a medida que uno se va haciendo viejo y se hace fuerte cuanto más caso la haces. Es una mierda. Como la vida, que es otra puta mierda si se piensa bien. Pero hay que apechugar con ello si se quiere seguir adelante y una manera de hacerlo es hablarlo, escribirlo para exorcizar.

César Sebastián echa la vista atrás a los años de su infancia (que me ha engañado bien, porque en realidad habla de los de su padre), cuando no se pensaba en el futuro y solo se vivía, como todos los niños, el momento, y nos hace así un retrato de lo que era la vida en un pequeño pueblo en la España franquista, una España oscura y hostil, una España de curas, tricornios que abusan de su autoridad y pobreza generalizada, por más que unos fueran menos pobres que otros. Una vida recordada en tonos blancos, negros y ocres, como postales en sepia envejecidas. Y un pueblo, da igual qué pueblo, todos eran iguales, en el que las calles no estaban asfaltadas, no había casi vehículos a motor, y los dulces se elaboraban artesanalmente y solo se comían una vez al año.

Sebastián aborda sus recuerdos a partes iguales de nostalgia y denuncia. No le gusta nada, incluso se avergüenza, del trato que de niños daban a los animales, en particular a los pájaros que cazaban como entretenimiento más que otra cosa. Reconoce que la memoria, que las memorias de todos, son acomodaticias y recuerdan como ciertas cosas que nos conviene creer en cada momento, alterando a nuestro antoja las vivencias.

Los capítulos de Ronson se leen con ganas, entran por los ojos porque el dibujo es muy bueno, limpio y rico en detalles, y se quedan dando vueltas en nuestra sesera. La vida en el pueblo con sus costumbres, sus habitantes, la cuadrilla, la mencionada crueldad animal, el cine (sobre todo del oeste), los juegos en la calle, el sexo, las travesuras y, siendo esta la editorial que es, la mierda volando y la abundancia de cagondiós van a desfilar ante nuestros ojos para deleitarnos por dentro y por fuera, mientras el autor va contándonos los años de infancia y juventud.

Un cómic este que merece ser tratado con gran respeto por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por la cuidada edición (las peculiares y llamativas páginas cortadas en picos), el lomo, el papel,… ¡Por todo! Un cómic que, al contrario que muchos otros, no me importará releer en el futuro.

¿Es posible que Ronson sea el sucesor de El Pacto como Premio Nacional del Cómic? Por mi parte sí, joder. Claro que sí. Así que ya estáis tardando en haceros con esta puta maravilla.

Imprescindible y necesaria.

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