No sé a ciencia cierta qué día se publicará esta reseña, pero me jugaría bastante a que a lo largo de esta semana saltará algún caso nuevo de corrupción en nuestro país. También incluyo en el boleto que buena parte de la sociedad, capitaneada por los batallones de Twitter y Facebook, mostrará un rechazo total contra este hecho, con claros mensajes de hartazgo hacia el sistema. Y cierro ya la apuesta con la profecía de que la semana siguiente el caso en cuestión se habrá olvidado o lo habrá tapado uno más llamativo y doloroso para las arcas públicas y que los imputados/investigados/nombre-que-le-pongan-en-el-futuro-para-que-no-suene-a-lo-que-es recibirán una condena proporcional al número de amigos que tengan en el Ejecutivo o de la posición que ocupen en la línea sucesoria a la Corona. Lamentablemente no creo que acabe echando esta apuesta, ya que la cuota que me ofrecerán por ella será realmente ridícula.
Cuento esto porque los delitos de cuello blanco, esos que tan baratos salen para el perjuicio que causan, son el punto de partida de Rumbo a la noche, la última novela de Alberto Vázquez-Figueroa. El autor canario, acostumbrado a poner sobre la mesa temas de profunda actualidad, nos lleva en esta ocasión a las cloacas de la delincuencia de puro y esmoquin, donde los grandes corruptores y corruptos chapotean alegremente, sabedores de que los que se juegan el cuello son los que portan navaja y van a cara descubierta.
Caribel, prostituta por decisión, trabaja en El Convento, uno de los clubs de alterne más selectos del país, en el que alquila su cuerpo a personas enormemente influyentes y poderosas. Una noche escucha fuertes ruidos en la habitación de al lado y al salir comprueba que han asesinado brutalmente a una de sus compañeras, un asunto que los dueños del local se encargan de silenciar. Sin embargo, la joven decide valerse de sus contactos y de su notable inteligencia para averiguar quién es el causante de estos hechos, lo que le lleva a implicarse más de lo habitual con Arturo Fizcarral, uno de sus clientes habituales. Este hombre, el otro gran protagonista de la novela, se nos presenta como un ser sin apenas escrúpulos, consciente de lo que ha tenido que hacer para amasar su inmensa fortuna y de lo que tendrá que hacer en el futuro para mantenerla y aumentarla. De su gran círculo de influencia solo parece mostrar cierto cariño por Caribel, ya que considera que es la única persona que se atreve a ser realmente sincera con él; a la prostituta le pasa algo parecido con el millonario, ya que su profundo desprecio por las prácticas que éste lleva a cabo le genera a su vez una fuerte atracción.
Figueroa juega mucho con las personalidades de estos personajes, presentando las fuertes diferencias entre las formas de actuar de cada uno. Así, mientras que a Caribel se la presenta como a una mujer de buen corazón, inteligente y con espíritu práctico, que es lo que le lleva a emplear su cuerpo para asegurarse un futuro próspero, Fizcarral se muestra como un ser mucho más oscuro, amoral y falto de empatía. Ambos son conscientes de lo que hacen para conseguir su sustento y ninguno sufre ningún tipo de problema moral por ello, si bien la prostituta muestra mayores dosis de bondad y de humanidad que el reputado empresario.
Esta es una novela que gana más por sus personajes y sus diálogos que por su trama, la cual en algunos momentos se mantiene en un discreto segundo plano. De hecho, el cierre de la misma no ha acabado de convencerme; me ha dado la impresión de que la historia se deshincha en los últimos capítulos. No lo calificaría como un mal final ni mucho menos, pero creo que se podría haber explotado mejor una relación tan intensa como la que tan bien ha construido el autor entre los dos protagonistas. No obstante, creo que es justo decir que Rumbo a la noche es un retrato interesante y de rabiosa actualidad sobre aquellos que se enriquecen a manos llenas desde la cómoda penumbra.