Supongo que no es solo cosa mía, pero, de pequeño, en la infancia, adolescencia, e incluso tardoadolescencia, cuando no sabía o entendía algo y me lo explicaban, imaginaba que llegaría el momento en el que lo sabría todo y no tendría que consultar a nadie. Al crecer te das cuenta de que no, de que básicamente, sigues siendo la misma persona, tal vez con otro carácter, con una suma de vivencias acumuladas que lo han forjado, con experiencias traumáticas (o no) y, en definitiva, con años de experiencia. Pero no lo sabes todo. Ni de coña. Ni lo sabrás. Es el mismo caso que el de mucha gente que está convencida de que al morir, de golpe será supersabia y trascendente que te cagas y que en ese momento en el que el “espíritu” abandone la carne, todos los misterios de la vida, el propósito del ser humano, el “qué somos, a dónde vamos y de dónde venimos”, les será revelado. Y no. Eso tampoco va a pasar.
«Podría haber contado esta historia de otra manera, salvándome a mí mismo como suele hacer la gente. Pero ¿qué sentido tendría? »
Ray Loriga nos ofrece un relato de estilo minimalista y en dos tiempos de un perdedor que acepta desde muy temprano su derrota, con un tono vital no pesimista ni optimista, sino, en su mayor parte, indiferente. Una vida contada en primera persona en unas páginas en las que de inmediato calamos a nuestro protagonista, que parece vivir en un constante estado de cobardía e indecisión a la sombra de su amigo, pero no amigo de la infancia, Chino, como demuestran las frases recurrentes del tipo «tenía que haber hecho “x”, pero no lo hice» o «tenía que haber dicho “i”, pero no lo hice» o «dije “h”, y ni siquiera sé por qué».
Si bien es cierto que en ocasiones comprendes al joven y te pones en su lugar porque a veces te identificas con él, otras le abofetearías para que espabilara, sobre todo, si sigue igual veinticinco años después.
«Ahora me doy cuenta, pero claro, todos somos muy listos un año después»
El motor central de Sábado, domingo es la culpa, y es posible que también las decisiones tomadas. Una culpa que nace un sábado noche y con la que el protagonista va cargando toda su vida, haciendo que esta se convierta en la metáfora de una resaca de domingo. Una culpa, por cierto, que se achaca a sí mismo sin siquiera saber si tiene motivos para hacerlo, pues no está nada claro si sucedió algo de lo que sentirse “culpable” o no, pero que él ha decidido que sí.
Un domingo de veinticinco años después el hombre en el que se ha convertido el chico, con experiencias de todo tipo, fracasado como escritor (aunque no como poeta de «cierto relieve»), habiendo viajado vendiendo vino inglés por Chile, habiendo sido traductor y con otro largo etcétera de trabajos bajo el brazo, confirma que sigue siendo un perdedor con ganas de emprender tareas imposibles destinadas a fracasar, incluso, creo yo, a sabiendas de ello.
La lectura es gustosa, fácil y fluida, como si un amigo te estuviera hablando directamente, confesándose en la intimidad, sacando a relucir los demonios que le reconcomen, desde la confianza que da compartir los recuerdos con un par de cervezas sentados sobre el respaldo del banco de un parque. No hay frases largas ni emperifollamiento o descripciones innecesarias, cosa que agradezco mucho, y el ritmo es ágil y con nervio. Tiene garra Loriga para contar cosas del día a día, del pensamiento interior, verbalizado o no, de cada uno y para mantener el interés de una trama que, a priori, vista la sinopsis, prometía algo de más enjundia o misterio, pero que una vez metido de lleno en materia no decepciona.
Sábado, domingo es un libro interesante e inteligente. Porque la vida está llena de detalles que a los demás pueden parecerles tonterías, pero que cada uno los vive y valora como quiere. Porque cada uno tiene sus tonterías, sus demonios, sus culpas inconfesas, sus errores y sus malas decisiones, y sus propias pequeñas historias de las que no quiso saber el final. Y con todo eso uno puede elegir entre cargar con ello o mandarlo a la mierda.
Este libro va de eso. De la vida, del paso del tiempo, de los cambios, y de la culpa. Sobre todo de la culpa.