En mitad del desierto y bajo un sol de justicia, una cigüeña llamada Jiri y un zorro bastante afelinado que responde al nombre de Polka tienen calor y pasan sed. Parten en busca de algo que beber, pero, tras una serie de encuentros con personajes a cual más curioso, no encuentran más que un coco. ¿Cómo abrirlo?
A veces, para ser felices no necesitamos más que un trago de agua. Y a veces, no hace falta más que combinar un puñadito de elementos para crear un cómic tan extraordinario como éste. Dos personajes principales, un problema existencial (¿hay algo más existencial que la superviviencia?), un poquito de imaginación, un mucho de absurdo, un montón de talento y… voilà! Una obra sencillamente magistral y magistral sencillamente. Que no es lo mismo.
Dicen los entendidos que en Sabor a coco Dillies rinde homenaje a Krazy Kat, la legendaria tira de cómic que aupó la viñeta a la categoría de arte. Y aunque, a los que no conocíamos al gato en cuestión, un rápido vistazo nos confirma que eso es así, las referencias literarias y las relaciones que evoca esta obra en el lector son incontables. De entrada, la cigüeña y el zorro nos remiten a las fábulas de Esopo (¿recordáis aquélla en que el zorro se pitorreó de la cigüeña, y la venganza que ésta se cobró?). También es evidente que, con esa pipa y ese lenguaje rimbombante, Jiri ha tomado prestado mucho de Sherlock Holmes. Por su parte, el personaje de Polka, de carácter mucho más pragmático y de lenguaje más prosaico, se nos antoja una recreación de Sancho Panza, pero un Sancho pasado por el prisma de Samuel Beckett. En efecto, uno no puede ver a estos dos animalillos vagando por el desierto en busca de un agua que nunca aparece sin acordarse de Vladimir y Estragón, aquel par de vagabundos que, en Esperando a Godot, nos regalan algunos de los diálogos más absurdos y, por ende, más profundos de la historia del teatro.
Y ya que hablamos del teatro, resulta evidente que Sabor a coco también está en deuda con escenarios y pantallas. No obstante, aquí los referentes se nos antojan mucho más eclécticos, hasta tal punto que uno se pregunta si la riqueza visual y la fantasía que Dillies consigue imprimir a un escenario tan desolado no habrá hecho que veamos espejismos allí donde no hay más que arena. Así, ¿es posible que ese enorme pez volador que aparece por las noches esté tomado de Arizona Dream, una película hoy casi olvidada? Y de entre todos los bares que la historia del cine ha plantado en medio del desierto, ¿por qué éste me recuerda tanto al de la olvidable Abierto hasta el amanecer? Pero hay más. Las andanzas de Jiri y Polka, vapuleados por el infortunio e inasequibles al desaliento, no pueden dejar de recordarnos a Laurel y Hardy, o incluso, permitidme la salida de tiesto, a Leoncio el León y Tristón. En definitiva, sean cuales sean sus referentes culturales, todo lector los encontrará reflejados en esta historia sencilla y universal, que, recuperando el sabor de los primeros cómics o del teatro de marionetas, nos cuenta la aventura primordial del ser humano.
Todas y cada una de las páginas de Sabor a coco, y me atrevería a decir, sin miedo a exagerar, que incluso cada una de sus viñetas, es una obra de arte, una deslumbrante puesta en escena de un desierto que es nuestro mundo, y donde, entre flores, garabatos y cuadros enmarcados como paisajes, trípticos o tapices, el telón sube y baja una y otra vez para maravilla de este espectador que, por la magia del arte, vuelve a ser niño y a asomarse por primera vez al misterio y la maravilla del mundo.
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