Sal en la piel, de Suzanne Desrochers
Para entender una novela, muchas veces hay que entender la Historia que encierra dentro. Lugares conocidos, épocas pasadas, sociedades atrasadas a las que atender y con las que descubrir unos mundos que nos son desconocidos. Y como un juego del destino, del azar más maravilloso que pueda existir, mi reciente viaje a París me permitió conocer el lugar, la sociedad, la Historia en la que transcurre “Sal en la piel”. Porque siempre pasa con las injusticias, son las que más permanecen en nuestra retina, en el cuerpo ajado por el aire que llena de surcos nuestra piel, nuestras heridas, tiñéndolo todo con una pátina de asombro, de crudeza, que a día de hoy nos sorprende, nos horroriza. Pero, como siempre digo, para hablar, hay que saber entender, hay que ponerse en el lugar, y una vez allí, cabalgar con nuestras palabras, con nuestros sentimientos, por lugares tan recónditos como esta novela, como esta historia, como esta realidad.
Laure es una de las chicas que pueblan los pasillos de La Salpêtrière. Pero su desdicha no acaba ahí. Dado su mal comportamiento, es llevada a Canadá para ser la esposa de los colonos que han viajado buscando riquezas. Allí, en un lugar tan apartado de su casa, encontrará la desgracia, pero en el túnel que es la vida siempre se encuentra una luz al final: el amor.
Como desconocedor de ciertas partes de la Historia, intento llenar los huecos que la educación me ha proporcionado. Por ello, cuando apareció ante mis ojos la posibilidad de hacerme con “Sal en la piel” no lo dudé. Quería saber cómo había podido ser la vida de aquellas mujeres que, ajenas a su suerte, eran obligadas a viajar a un nuevo continente para ser esposas de alguien completamente desconocido. Pero la novela de Suzanne Desrochers tiene algo más. Es un aliento, un pequeño susurro que se te lanza al oído y que te invita a conocer más, y más, y más, sobre la historia que estás leyendo. Por ello, como he dicho al principio, no perdí la oportunidad de viajar a aquel hospicio que reunió, en una época bastante funesta de nuestra historia pasada, a toda clase de personas que simplemente por haber nacido en malas circunstancias, vieron su suerte truncada, su vida cortada como las tijeras que cortan un fino hilo. Mientras leía, cerraba los ojos para imaginarme el desaliento, la fortaleza que se saca de donde casi no se tiene, para poder seguir adelante sin tener claro que vaya a servir de algo. Pero lo más importante en esta historia, en esta vida de una mujer como tantas otras, es la valentía, la fuerza que llena un cuerpo menudo y abatido por la inclemencia de una sociedad que no la comprendía. Y es que todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, debemos hacer algún viaje, algún trayecto que supone un punto y final a nuestra vida anterior, pero cuán penoso es que el mismo sea obligatorio, que no tengas oportunidad de elegir porque, simplemente, se presupone que no la debes tener.
En un mundo como el literario, historias como “Sal en la piel” te enseñan que, a pesar de todo, sentirte libre para tomar tu propio rumbo es algo tan vital, tan básico, que sientes que tú, sentado en tu sofá, acurrucado bajo una manta con o sin compañía, no lo has tenido tan difícil. Suzanne Desrochers es una de esas escritoras nóveles que insuflan vida a cada palabra, a cada coma, a cada punto con el que trazan una historia que nos envuelve, que nos hace sentir escalofríos y nos convierte, por unos momentos, en personajes de una época que, hoy en día, no entenderíamos.
Porque, si no tenemos libertad para elegir, para tomar las riendas de nuestra propia vida, decidme, ¿qué nos queda?