Siempre es un placer leer poesía, pero ese placer se incrementa cuando se trata de un poemario viajero, porque conocer lugares de la mano de un poeta es algo más que viajar. Me gusta especialmente que en esos viajes no haya solo diferentes destinos, sino que hay siempre un origen, el lugar donde nace todo para el poeta que no solo conoce nuevos lugares sino que los compara con aquel, que nos lleva de la mano a esas ciudades en las que vive tanto como al pueblo en el que vivió, entonces es cuando la experiencia es verdaderamente literaria. Eso ha sido para mí Salama, el privilegio de acompañar a Javier Omeñaca a conocer los lugares en los que ha vivido en Estados Unidos y Reino Unido, los lugares en los que ha añorado su Villafranca de Ebro natal.
No es nuevo, siempre se ha dicho que no hay mejor manera de ser universal que desde lo local, pero es que la relación del poeta con Villafranca del Ebro no es únicamente la añoranza de una infancia feliz, si hay un detalle que indica la intensidad de su relación con sus raíces es el precioso poema que dedica un árbol, al pino del palacio del Marqués de Villafranca, un árbol de más de trescientos años y cuatro metros de diámetro que fue derribado por una tormenta en 2018 (no pudiste/con un tornado asesino/en este agosto de trance). No sé si hay mayor muestra de identificación con un ligar que la sensación de orfandad al perder las referencias de su paisaje, de su vida.
Nuestro perfil queda emasculado
Para siempre.
Las torres de la iglesia preguntan
a la cúpula que no entiende.
Hasta las campanas suenan
a exclamación, desespero e incertidumbre,
porque el pino del palacio,
nuestro pino,
ya no es
sino en nuestra memoria.
De nosotros depende que
viva para nuestros hijos
su magna leyenda.
Hasta en la estructura se le nota a Salama su alma viajera. Sus partes tienen títulos tan elocuentes como la partida, la diáspora, añoranzas o paisajes, además de creación y Salama y recorren las andanzas de Javier Omeñaca que partió de su tierra para ser profesor de español en la Universidad de la Florida primero y en Reino Unido después. La añoranza y esa vocación tan definitoria de la poesía de compartir la belleza, como dice uno de sus poemas, son los hilos conductores de este poemario que es de los que están anclados a la realidad, de esos que dice Margarit que son buenos poemas, los que está escritos para ser entendidos. La añoranza del poeta no es amarga, Salama no se lee con tristeza ni con sensación de pérdida, recorrer el mundo y recordar sus raíces con Javier Omeñaca es una experiencia placentera, positiva (elegí partir/pero los recuerdos, la familia y los amigos/siempre me acompañan). No es por lo demás un libro de viajes, el autor ha vivido en diferentes lugares, lo que no hace de él necesariamente un viajero: habla de lugares en los que ha vivido, no que ha visitado, su mirada no es de quien simplemente recorre kilómetros sino de quien pasea, mirada de caminante por lugares sin tribuna, como dice en otro de sus poemas.
Compartir la belleza
de estelas en caminos
envolviendo una fragancia
de magnificencia en el aire.
Con el poeta no emigran solo sus vivencias o sus recuerdos, se lleva con él vocablos propios de su tierra y es un placer encontrar palabras como cudiblancos, blanqueros, sisotes, varellos, Urdana o purna en los textos de alguien que ha respirado el aliento de la ciudad y no ha olvidado la brisa del pueblo.
Salama es un poemario rico, encontrarán en él más de lo que les he contado en primer lugar porque siempre hay más de lo que una sola persona ve pero también porque me he centrado deliberadamente un uno de los aspectos del mismo. El que más me ha gustado, cierto, pero no el único. Y lo he hecho así desde el convencimiento de que cada lector debe descubrir por si mismo el mundo que se presenta ante sus ojos: una presentación puede ser bienvenida, pero un guía es innecesario en este viaje. Sin embargo sí quisiera fijarme en un último aspecto de este libro, las ilustraciones. Esta editorial cuida mucho este aspecto y en este caso el encargado de ilustrar la obra es Fernando Ferro cuyo trabajo de confiere al libro una gran personalidad. Es de justicia destacar lo destacable.
Andrés Barrero
@abarreror
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