Si trabajas en el sector editorial y eres un amante de la literatura es normal que a veces te sientas mal por el excesivo número de novedades que salen a la calle, provocando que voces nuevas interesantes duren muy poco (a veces, según las circunstancias, nada) en una mesa de novedades. En el trabajo, tienes que facturar. En tu vida, quieres no tener que decidir qué leer entre tanto libro tentador. En esa diatriba no queda más que entregarte a la suerte del acertar en la elección del libro, del confiar en la recomendación de tal persona, del encontrarte con la novela que debías encontrar. Y yo confío mucho en esto. Por eso las más de las veces considero que tengo suerte con los libros que leo. Normalmente novedades. Y normalmente acertadas. Por lo menos para mí. San, el libro de los milagros es un acierto más. Ahora explicaré por qué.
A Manuel Astur no lo conocía de nada. Si escogí este libro fue gracias a un fragmento que Acantilado, la editorial que lo publica y que tan bien sabe elegir, decidió poner como parte de la promoción de la novela. Casi toda la sinopsis de la contra es un fragmento del interior. De hecho, de la primera página. Además lo acompaña con ese ánimo de darse a esta novela al lector que quiera «limpiar en ella su mirada hasta dejarla tan clara como la de su protagonista». Y claro, ¿quién no quiere eso?
En San, el libro de los milagros, que parece por el título una especie de evangelio (y quizá lo es), nos encontramos con cierto narrador plural (hasta el final no descubriréis quiénes son ellas, las que nos hablan) que nos cuenta la historia de Marcelino, más conocido como Lino. Lino vive en una aldea cercana a San Antolín, pueblo de montaña asturiano. De él, tanto del pueblo como de Lino, iremos sabiendo cosas a grandes saltos. Conoceremos a Lino de mayor y al poco después iremos a su infancia, y así sucesivamente, todo mezclado con historias míticas, leyendas, anécdotas del pueblo y pueblerinos y mucha, pero mucha, creencia popular. Ellas nos lo cuentan todo como si fueran espectadoras de una totalidad creada a partir de la figura de Lino, a quien de repente vemos huyendo. Lo siento pero viendo a un hombre huyendo por los bosques de la España vaciada por culpa de un trágico suceso, intentando apartarse del estancamiento mental de su gente a través de verde y más verde, me ha sido inevitable pensar en Los asquerosos. ¿Es esto algo parecido a la tan vendida novela de Santiago Lorenzo? Sí y no. Porque el móvil y el ansia de huir y el poner el foco en lo rural de nuestros días son parecidos, pero todo lo que estalla después de la huida no. Así que mejor decir que no.
Estamos en algún punto de la Reserva Natural del Neva y ese va a ser durante unos días, durante unas páginas (por cierto, con letra quizá un poco demasiado condensada), nuestro universo. Porque es en los pueblos donde está el origen del mundo. Allí se crean los santos, las leyendas, la Historia. Y en todo ello, Lino. De él se nos dice que «era tonto y no entendía nada», aunque vayamos viendo que tonto y santo cada vez es más lo mismo, que es «buen guaje, sin maldad, pero calladín, tonto, para adentro». Lino creció con una madre considerada por todos bruja, con un padre alcohólico que pasaba las tardes bebiendo en el bar y las noches pegando en casa, con un hermano que en cierto momento de la niñez se volvió loco. Y claro, algo pasa con el padre, y algo pasa con la madre y, sobre todo, algo pasa con el hermano. Y Lino tiene que huir.
Es a lo largo de esa huida cuando el pueblo parece coger vida. Y la gente ya no necesita la televisión ni las cartas, aunque, cómo no, sí el bar. Y la gente cada vez habla más mientras que la barba y el miedo de Lino crecen a partes iguales. Con muchos flashbacks y rimas y leyendas intercaladas (todo unido a una musicalidad en las frases genial) la historia de Lino va fluyendo como el río que él sigue para huir. Es cosa vuestra saber si al final Lino consigue huir del todo o es atrapado. Si en Los asquerosos todo nos era contado por una persona, aquí la multiperspectiva es total. Porque la historia nos es contado por ellas, por todas (aunque alguna vez sean solo una).
Nos encontramos en San, el libro de los milagros con jerga local, con verbos y palabras de la zona, con tres cantares que en su título avecinan el final de cada uno de ellos. Pero sobre todo nos encontramos con un ensayo sobre el poder de la mente rural, que de ensayo particular sobre una persona y un pueblo pasa a ser fácilmente uno general sobre todos nosotros, sobre la cultura y la historia y el mundo entero. Sobre lo falso que puede llegar a ser lo santo, sobre la imposición de la santidad, sobre la universalidad de los pueblos. Todo pueblo es uno y todos, igual que todo hombre es uno y todos. Aquí le pasa a Lino, tonto y santo, pero cuántos tontos (¿y santos?) hay en el mundo. No sé, quizá también nos pueda pasar a nosotros. Quizá algún día también nos pase a nosotros. ¿Y sería eso un milagro?