Sandman 1: Preludios y Nocturnos, de Neil Gaiman
Si tuviera que empezar esta reseña de una forma tranquila y sosegada sería de la siguiente manera: Sandman es la mejor novela gráfica que he leído en mi vida. Pero eso, hasta para mí, sería demasiado aburrido y no contendría más que una verdad que, a medias, contemplaría todo lo que esta publicación significa para mí. Así que aquí estoy, en mi retiro espiritual, escribiendo sobre esta serie, e intentando que las palabras fluyan como siempre lo hacen, pero no consiguiéndolo del todo. Es curioso cómo una publicación puede dejarte sin palabras y te cree un nudo en la garganta del enorme placer que ha sido su visita para tu cerebro, para tu cuerpo, para tu alma, y en definitiva, para todo tú. Porque tengo que hablar de Morfeo, de Muerte, del mismo Diablo, de el concepto mitológico y filosófico de esta obra de corte gótico, que mezcla la oscuridad y la luz, que mezcla lo que conocemos y lo que desconocemos, lo que es verdad o simplemente un sueño, lo que contempla y mantiene fuera de la vida, lo que se ha dado en llamar: la cumbre, el pico más alto, la obra maestra de las novelas gráficas y que yo, siendo humilde, creo no estar a la altura de reseñar. Porque hay lecturas que se atascan cuando quieres recomendarlas, cuando quieres encontrar las palabras adecuadas, y es entonces cuando te das cuenta que quizá no existan las palabras necesarias para describirla, que simplemente tienes que exhalar un suspiro y sentarte a disfrutar de las horas que pasas al lado de su lectura. Sean bienvenidos al mundo de Sandman, todo lo que conocen, está a punto de cambiar…
Neil Gaiman. Un escritor que revolucionó el mundo editorial cuando salió publicada su serie más ambiciosa: Sandman. Y un escritor que, con sus ojos tristes en cada una de las fotos que aparecen en algún medio, ha contribuido a que el imaginario popular se llene de personajes que ya es imposible olvidar. Esta historia, editada perfectamente por ECC, contiene el perfecto equilibrio entre lo que se quiere mostrar y lo que se dice, aunque no necesariamente con palabras. Vivir las lecturas, sentirlas, es uno de esos objetivos que toda publicación tiene cuando sale a la venta. Ésta es, quizá, una de esas ocasiones en las que no debo hablar de un argumento, de un solo argumento al menos, porque desmerecería todo aquello que se encuentra en el interior, sino de un sentimiento que perdura en el tiempo. Conocí esta colección hace un tiempo, cuando todavía mis ojos no se habían acostumbrado a las novelas gráficas ni me consideraba un erudito (todavía no lo soy, ni mucho menos) en la materia. Fue por aquel entonces cuando, como si hubiera encontrado el Santo Grial, me topé con esta historia, que es una dentro de muchas, y mi mundo cambió por completo. Nada, ni siquiera todo lo que he leído tiempo después, se ha parecido un ápice a lo que aquí se cuenta y eso que mis lecturas se van amontonando poco a poco en la mesilla de noche esperando a que sean leídas. Es la perfección, el summum de aquello que se quiere encontrar y que muchos lectores me dicen que quieren encontrar.
Saber en todo momento lo que queremos decir de algo está sobrevalorado. A veces, es mucho mejor quedarse sin palabras. Sandman, lo he dicho desde el principio, contiene esa peculiaridad. Con su mundo onírico, con su Morfeo, con su hermana Muerte vagando por las calles, con Lucifer y su infierno, con los sueños de los pobres desgraciados que no saben vivir su vida, se convierte en esa clase de vida lectora que te deja anonadado, que te deja sin respiración, que te deja ciego al contacto con la maravilla, con el brillante trabajo de Neil Gaiman, que no alardea, que simplemente nos cuenta lo que él siempre quiso contar, siempre quiso mostrar al mundo, a los espectadores que somos los lectores de hoy en día, de hace años, e incluso de las generaciones que vendrán y que descubrirán que Sandman no es una obra más, no es que sea simplemente un divertimento de los que se olvidan y se dejan acumulando polvo en una estantería. Esto no es algo que pueda contemplarse de reojo, casi furtivamente, porque aquí hay que recrearse, hay que contemplar los matices, los pequeños elementos que convierten una historia simple en algo grande, en algo monstruoso, en algo de proporciones universales, que se expande, que no deja de hacerlo nunca, que vive y muere en cada lectura, porque si esta novela se trasladara al teatro, sería una de esas obras que visitaríamos una y otra vez, que tendría diferentes lecturas, diferentes visiones y que, cada vez que apareciera, sería como si la viéramos, por primera vez. Sandman. Tengan en cuenta ese nombre. Esta obra maestra se lo agradecerá.