Reseña del cómic “Sandman. Preludios y Nocturnos”, de Neil Gaiman
Hablar sobre Sandman cada nueva edición de sus títulos es como realizar una arqueología del saber. Me sudan las manos ante la responsabilidad de, una vez más, exponer mi lectura de este hito de la historia del cómic. ¿Quién se atreve a volver a hablar de Don Quijote o de la Odisea? La única excusa en esta ocasión es la edición Pocket, es decir, en rústica y en pequeño formato, que ha sacado ECC. Y, sin embargo, mi yo de más de 40 años actual no ha leído la misma historia que mi yo veinteañero, que tanto se identificaba con la Rachel del cómic, deseando soñar y soñar, sin importar lo que hubiera que sacrificar en el camino y sin aceptar que somos criaturas condenadas a ser libres, que diría Sartre. Buscando que el sol y la luna saliera a la vez, que diría el Bicho, absolutamente enamorada del Morfeo de Neil Gaiman.
No sé si al resto os pasa, pero cada vez que releo alguna página de Sandman, especialmente estos Preludios y Nocturnos, disfruto de efectos psicoactivos y me adentro en noches de sueños rarunos, al estilo David Lynch. Hoy he visitado un espacio de reunión de magos, como un sótano con paredes de ladrillo visto, donde estaban tirando cartas de algo parecido al tarot. Así parece que comenzará también la serie anunciada para plataforma, calcando el arranque del primer libro que recoge el tomo: “El sueño de los justos”.
Una orden mágica situada en un lugar secreto realizando un ritual ancestral, captura a Sueño, uno de los eternos, cuando en realidad quería retener a Muerte, su hermana, para asegurarse la inmortalidad. Con los años, las posibles mejoras del guion que reconoce el propio Gaiman en la intro a la edición de 1991, siguen siendo insignificantes en comparación a la grandiosa mitología que salió de su ingenio. De la mano de Sam Kieth y Mike Dringenberg en los primeros títulos y con la incorporación después del gran Malcom Jones III como entintador, cada página es una obra de arte. Suena una frase vacía, hueca, estereotipada. Cierto. Pero el mensaje es que Sandman, como experiencia lectora, es mucho más que el diálogo entre texto e imagen. Es la inmersión en un mundo del que nunca sales indiferente.
De ahí que, los Preludios y Nocturnos, no solo avancen el recorrido del protagonista Morfeo en su historia. O en sus historias, que serán las tuyas para siempre. Sino que son la antesala de un universo propio. En la precuela publicada posteriormente, Obertura, Neil Gaiman narra el contexto en el que se encontraba Sandman que explica por qué pude ser capturado por unos simples mortales. En esta ocasión, lees cómo se libera de la trampa y recorre barrios chungos, el mismo infierno y la locura del psicópata para recuperar sus atributos robados: una bolsa con polvo de sueño, el yelmo y el rubí. Si jugáis videojuegos o vivís experiencias transmedia, o si amáis la épica tradicional, no tengo que convenceros de la importancia de los símbolos. Sandman había depositado un poco de sí en cada objeto, como luego recogerá la tradición de Harry Potter en los horrocrux. Estaba debilitado y su mundo se venía abajo. El castillo del Sueño, al que cada noche me encomiendo, huyendo de Corintio, se había convertido en ruinas y Caín y Abel, esos hermanos que han alcanzado la fama como el origen del mal gratuito, eran los dueños y señores del territorio.
Imaginaos las posibilidades narrativas de un mundo lleno de humanos, primero que no pueden dormir, luego que sucumben a las pesadillas o al eterno despertar, y finalmente que actúan desde la crueldad de sus peores sombras en las terribles 24h con el Dr. Dee. O la primera aparición de esa chica, ochentera, con una espiral debajo del ojo y un anj colgado al cuello, ya sabes, Muerte. Unas pistas que para quienes releáis serán caricias nostálgicas y para quienes nunca hayáis visitado aún la mitología de Sandman, espero despierten vuestra curiosidad. Si aún no estáis convencidos, solo buscad las portadas de Dave McKean para ilustrar la excepcionalidad de la historia de los Eternos.