Hay algo profundamente atrayente en Sangre en el ojo, de Lina Meruane. Quizá sea la hondura que tiene para lo simple que parece; quizá la sensación de cercanía y a la vez de asombro literario, quizá la novedad de un Santiago de Chile tan poco novelado para mí; el caso es que este texto es uno de esos que se atraviesan en un suspiro y se terminan con cierta pena porque uno comprende que no les cabe segunda parte.
Recorre Sangre en el ojo un esqueleto tan inadvertido como resistente. Un orden dentro del desorden que supone la trama, claro. Lina, Lucina, hija y pareja, centro absoluto del relato, se queda de repente ciega, o casi, durante una fiesta. Nada sobrenatural, sino una consecuencia de la insistencia de sus venas por llenar sus ojos de sangre, algo que ya había advertido su oculista (un maravillosamente bien trazado doctor Lekz), que también le da cierta esperanza de recuperar la vista en un futuro cercano. A su alrededor, un novio reciente, Ignacio, es el único punto de referencia en una ciudad monstruosa como Nueva York, en la que por lo demás Lina solamente tiene un puñado de amigos fugaces y una beca que se menciona casi únicamente para hacer referencia al seguro. Para colmo, una mudanza, preparada desde hacía semanas y, por tanto, inevitable, termina de descolocar lo poco que antes había tenido un lugar fijo.
Una ciega, o casi, en la capital del mundo. Por fortuna Meruane no cae en la tentación de describirnos con todo detalle sus vicisitudes por NY como invidente. La novela retrata su entorno, cierto, pero lo hace más como el recuerdo de lo que vio que como lo que puede palpar y sentir en ese momento. Además abandona pronto la metrópolis y pone rumbo a Santiago de Chile, para pasar un angustioso mes de espera entre diagnósticos con sus padres, familia y el propio Ignacio. Y en Santiago se descubre la verdadera naturaleza del relato, que no es otra que trazar un mapa de las relaciones de Lina (y, en general, de las relaciones). Un entramado complejo de sumisiones, rencores, atrasos y faltas, una interesante visión de cómo las dependencias sentimentales, tanto las elegidas como las impuestas, condicionan nuestra vida.
Sangre en el ojo es una novela en apariencia simple, autoficcional, engranada en torno a un suceso que da la impresión de que le podría pasar a cualquiera y que, inicialmente, parece que podría escribir cualquiera. No plantea grandes complejidades técnicas y sin embargo en ese sentido me parece perfecta, justa en el detalle, sin ser aburrida y tampoco sin resultar banal. Un ejemplo de cómo se puede conseguir la calidad muy lejos del barroquismo. Quizá, como ya se apunta, la autoficción comienza a cansar un poco y les puede resultar cargante a quienes busquen libros menos pegados a la realidad y, por qué no decirlo, menos personalistas. Pero no sería justo achacar nada de ello a Lina Meruane, por supuesto.
En la faja de mi edición, antes de hacerla pedacitos como hago siempre, decía que este es uno de los cien mejores libros de los últimos 25 años según Babelia. Una verdad a medias, que no deja de ser una mentira, porque aquella lista se refería solamente a los libros escritos originalmente en español. No obstante, estoy dispuesto a perdonárselo esta vez. Sangre en el ojo merece tener esa segunda vida en las listas, en las conversaciones, en las traducciones.
Pero sobre todo merece ser leído antes de que nos quedemos, todos, ciegos.
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