Dos motivos fundamentales me llevaron a acercarme a Sé bueno hasta la muerte, en primer lugar mi convicción de que las letras húngaras son un pozo sin fondo de libros y autores más que interesantes y en segundo que la sinopsis me recordó a un libro que reseñé no hace mucho, El alumno Gerber, de Friedrich Torberg, que me gustó especialmente. Debo decir, aun a riesgo de parecer autocomplaciente, que acerté en ambos casos: sigo sin haber leído a un autor húngaro que me decepcionase (y llevo bastantes) y este nuevo libro está sin duda a la altura de aquel que hizo que me llamara la atención. No son, sin embargo, libros especialmente parecidos más que en el planteamiento. Ambos retratan la escuela austrohúngara y los rigores que le eran propios con tanta brillantez como talento, ambos logran a partir de esa escuela esbozar un retrato crítico de la sociedad en la que se ambientan las obras (aunque esta segunda en ese aspecto es, por así decirlo, mucho menos política) y en las dos se trata de la fragilidad de la infancia y la adolescencia y de los peligros de una mala influencia en esa época, entendiendo como mala influencia especialmente la de los educadores insensibles que tanta fortuna hicieron en aquel sistema. Pero los protagonistas y sus andanzas son muy diferentes. El de Sé bueno hasta la muerte parece más frágil y de hecho es más pequeño, pero no lo es y su azaroso discurrir, si bien es difícil e ilustrativo de una sociedad en la que los prejuicios y las ideas preconcebidas tenían un peso difícilmente justificable, es radicalmente opuesto.
Misi es brillante y sensible, también humilde y está tan lejos de la arrogancia que resulta extraordinariamente sencillo encariñarse con él. Y por tanto sufrir con él. Sufrir por la distancia a la familia, por las dificultades de adaptación en un ambiente sordamente hostil, por las penurias que pasa en determinados momentos y sobre todo por su condición de presa fácil de las injusticias. No se asusten, también disfrutarán juntos, explorarán la amistad, el deslumbramiento del primer amor, las satisfacciones de las cosas bien hechas y de la buena gente encontrada. También aprenderán sobre la historia de Hungría, cómo no.
Podríamos convenir en que son familia, escuela, amigos y amor las fuerzas que más influyen en la conformación de la personalidad de los niños y los adolescentes, y al pequeño Misi los que no le faltan, le fallan y debe por tanto construirse con sus propios medios, que siempre son escasos aunque en muchos casos sean tan intensos que aparenten ser indestructibles. Evidentemente no lo son y el periodo crucial de la vida en el que se centra en la novela pasa del optimismo a la angustia con más facilidad que aquella con la que el lector pasa la hoja.
Sé bueno hasta la muerte es ante todo una historia muy bien contada, lo que bien se podría deducir del párrafo anterior ya que si uno acompaña al protagonista, vive con él y siente con él, es que algo está bien hecho, pero el talento de Zsigmond Móric va más allá y logra construir todo un clásico a partir de una historia pequeña, local y sencilla. Una reflexión sobre la infancia perfectamente extrapolable a nuestros días. Lo dicho, un clásico.
Andrés Barrero
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