Segundos negros, de Karin Fossum
Karin Fossum no es Jo Nesbo, así como Konrad Sejer no es Harry Hole. Nesbo y Hole tienen un tempo rápido, lo suyo es la acción policial -y, en el caso de Hole, la autodestrucción y los malos hábitos-; Fossum y Sejer tienen un tempo lento y profundo. Pero también para Sejer -que responde más al prototipo de hombretón noruego sano, discreto, solitario y algo melancólico- hay un lugar en el mundo de la novela criminal y de quienes la disfrutamos.
Sejer es el investigador del alma humana, y las almas encarnadas en las novelas de Karin Fossum son, habitualmente, almas torturadas, almas que atesoran secretos de los que no pueden desprenderse y que marcan su destino, que viven las vidas normales y corrientes de la gente de cualquier pueblo o ciudad de provincias, que pueden llegar a cometer un crimen en un momento dado. En las novelas de Karin Fossum, tenemos la sensación de estar oyendo hablar de nuestro propio pueblo o ciudad, de un vecindario cualquiera donde hayamos vivido, donde los convecinos están unidos por el desconocimiento total y absoluto del otro.
En Segundos negros, Karin Fossum vuelve a hacer despliegue de lo que mejor sabe hacer: su retrato de esas personas en el momento en que han cruzado la línea que separa la vida normal, cotidiana, del horror. La acción comienza cuando desaparece la niña Ida Joner, hija única de Helga, una mujer divorciada que vive por y para su hija. A partir de ahí, se nos narra el pasaje del tiempo, que es un elemento clave en Segundos negros desde su mismo título; los distintos personajes habitan tiempos diferentes, perciben el tiempo de formas muy dispares, y Fossum nos describe esas sensaciones casi como de pasada, pero lo hace con una gran plasticidad. La novela nos muestra cómo el tiempo se encoge o se dilata según nuestro paisaje psicológico de cada momento, y esa faceta de la novela adquiere, hacia el final, un peso muy específico para uno de los personajes.
Las novelas de Fossum son delicadas, muy descriptivas, y la autora utiliza las descripciones para crear impresiones muy difíciles de olvidar. En Segundos negros, la autora vuelve a hacer gala de su gran habilidad para crear belleza a partir de lo perturbador o de lo macabro; la compasión que las víctimas suscitan en el inspector Sejer suaviza el paisaje cada vez más siniestro que se va dibujando en Segundos negros.
La acción avanza tomándose su tiempo. Pronto se establece un paralelismo entre la madre que ha perdido a su hija, Helga, y Elsa, la madre que teme perder a su hijo, un hombre con cierta incapacidad mental que enseguida se convierte en sospechoso. No es éste un tema nuevo en las novelas de Karin Fossum, quien no se limita, sin embargo, a explorar el tema de las relaciones entre padres e hijos, sino que extiende su lupa de gran aumento a la exploración de todos los lazos familiares: las relaciones entre hermanos, entre tíos y sobrinos, entre primos.
No se debe esperar de Segundos negros una novela criminal de grandes aspavientos ni de revelaciones sorprendentes; es una novela criminal que pone el acento en el aspecto psicológico, en aquello que atisbamos de los demás pero no llegamos a ver o no queremos acabar de ver, en las sospechas entre seres queridos o allegados, en las reacciones inesperadas que sorprenden incluso a uno mismo. En Segundos negros, Karin Fossum vuelve a demostrarnos que, más que novelas de misterio, escribe novelas tristes, muy humanas, con un componente de misterio humano. Y, sí, son tristes, lo que pasa es que también están muy bien escritas. Es muy fácil quedar atrapado por su melancólica magia.