Semblanza 05: Witold Gombrowicz
Cada escritor tiene unas obsesiones y éstas se reflejan en sus libros. En el caso de Gombrowicz (Maloszyce, Polonia, 1904) su principal obsesión fue la lucha contra lo establecido, contra la forma dada, contra el discurso impuesto: El hombre debe ser dueño de las formas que adopta, no esclavo de ellas. Que la forma no deforme, en definitiva. Que todo aquello que nos rodea y moldea no desfigure nuestra individualidad hasta el punto de no poder distinguirla de otras individualidades. Y el símbolo de esa lucha lo situó el escritor polaco en la inmadurez, término que para él carecía de cualquier connotación negativa. La inmadurez como madurez: ésta es una de las enseñanzas más interesantes que el lector puede encontrar en su obra. Por lo que tiene de liberadora.
Witold Gombrowicz nació en Polonia y allí se educó y vivió hasta una semana antes de la invasión nazi en el verano de 1939. Se marchó en el transatlántico Chrobrsy rumbo a Argentina. Su intención era pasar allí unas tres semanas, pero cambió de planes. Se quedó veinticuatro años. En 1963 se instaló en Berlín becado por la Fundación Ford, por entonces sospechosa (hoy sabemos que era cierto) de recibir financiación de la CIA, encargada durante aquellos años de captar a aquellos intelectuales que pudieran servir para luchar contra el comunismo. Pero esa es otra historia, y desconozco si Gombrowicz supo entonces dónde se metía, aunque sería consciente de la situación política y cultural de una época marcada por la paranoia de la guerra fría y la obsesión de ambos bloques por la propaganda y el espionaje. Allí, en Alemania, donde nunca se sintió a gusto, permaneció un año y luego se marchó a Vence, localidad cercana a Niza en la que murió en 1969, dos años después de recibir el Premio Internacional de Literatura, que aumentó su visibilidad y la cantidad de lectores, además de proporcionarle un alivio económico, como tantas veces, quizá demasiado tarde.
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La mayor parte de su obra la escribió en tierras argentinas. Su primer libro fue Memorias del tiempo de la inmadurez (1933) y contenía siete cuentos que años después, en 1957, se editarían junto a otros cinco relatos con el título de Bakakai (Tusquets, 1986), el nombre de la primera calle en la que vivió Gombrowicz cuando llegó a Buenos Aires. En 1937 aparece Ferdydurke (Seix Barral, 2002), quizá su novela más conocida (como la mayor parte de su obra, no se publicó en Polonia hasta veinte años después, aunque volvió a ser prohibida de nuevo hasta 1986). Surgió como respuesta a las críticas que tacharon su primer libro de inmaduro y se convirtió en una sátira del mundo de la cultura, en un tratado de la inmadurez como símbolo contra el dogmatismo, contra toda forma consagrada e inamovible. Tras la primera novela vino un folletín publicado por entregas bajo el seudónimo de Zdzisław Niewieski y titulado Los hechizados (1939). Después vendrían la novela Trans-Atlántico (1953, Seix Barral, 2003) y dos obras de teatro: El matrimonio (1953) e Ivonne, princesa de Borgoña (1958). Ya en los años sesenta publicó sus dos últimas novelas, Pornografía (1960, Seix Barral, 2002), según el autor un posible intento de renovar el erotismo polaco, y Cosmos (1965, Seix Barral, 2002), una especie de novela policial que recibió dos años después el citado Premio Internacional en Formentor.
Pero, como ocurre en otros casos, puede que Gombrowicz alcance la plenitud literaria en sus Diarios (Seix Barral, 2005). Comenzó a escribirlos en Buenos Aires en 1953 y fueron publicándose fragmentariamente en distintas revistas, de manera clandestina, antes de editarse en tres volúmenes a partir de 1957 y hasta la muerte del escritor. Los temas tratados en sus páginas son innumerables: la literatura, el comunismo, la educación, la adolescencia, la Forma, por supuesto, especialmente la artística. Y un tema que no suele ser muy tratado y que resulta interesante: la actitud del lector ante el libro, las diferencias entre el momento creativo y el momento en que esa creación es leída, y cómo todo eso se olvida a menudo en el debate artístico, que se pierde por cauces supuestamente más legítimos y académicos. Dice: La obra sale a la calle, llega al lector, y lo que ha sido engendrado a fuerza de sufrimiento total y absoluto se recibe muy parcialmente, entre una llamada telefónica y una chuleta de cerdo. Aquí, el escritor que nos nutre con su alma, su corazón, su arte, su trabajo; allí, el lector que no quiere, y si quiere, quiere como quien no quiere, quiere hasta que suena el teléfono […] ¿No veis, pues, cuántos factores de los más diversos y a menudo extraestéticos (la enumeración de los cuales podría prolongarse monótonamente hasta el infinito) conforman la grandeza del artista y de su obra? Sea hasta que suene el teléfono o sea hasta que haya que darle la vuelta a las chuletas, el escritor polaco merece una lectura. Ya digo, es liberador.
Leo Mares
Hace tiempo que tengo ganas de leer a Gombrowicz, Leo. Y ahora más, claro. ¿Por dónde me recomiendas comenzar?
No sé, quizás los cuentos, Ferdydurke, los diarios. Pero puede que a ti te llamen más otros, cada lector es un mundo. Un saludo, Javier
No he leído nada de este hombre aún, pero tras leer esta entrada, ahora sin falta voy a tener que lanzarme en la búsqueda de alguna obra suya. Los Diarios me llaman mucho, espero que no sea difícil de encontrar.
Besotes!!!
Tengo dos válidas razones para leer algo de el: soy argentina y tengo ascendencia polaca.
Me parece interesante toda su obra.
Saludos.
Margarita: Espero que te sea sencillo, yo creo que sí, siendo Seix Barral…
Georgina: Pues sí que son dos buenas razones, sí 🙂