Semblanza 12: Macedonio Fernández
Dice Ricardo Piglia, uno de sus principales valedores actuales, que no podríamos imaginar a Borges, a Cortázar y a tantos otros escritores argentinos sin la existencia previa de Macedonio Fernández. El Universo o Realidad y yo nacimos en 19 de junio de 1874, dice el narrador o el propio Macedonio (esto sería difícil delimitarlo) en el libro Papeles de Recienvenido. Las biografías oficiales, no obstante, fijan su nacimiento unos días antes, el 1 de junio, en Buenos Aires. Se licenció en Derecho y publicó sus primeros poemas en periódicos y revistas literarias. Empezó a ejercer el cargo de fiscal en un juzgado federal y se casó y tuvo cuatro hijos con Elena de Obieta, que falleció en una intervención quirúrgica en 1920. Macedonio tenía 45 años. La pérdida de su mujer le dejó profundamente tocado. Abandonó la profesión y las amistades, y dejó a sus hijos al cargo de unos familiares para emprender una vida austera de pensiones y habitaciones prestadas. En 1927, varios autores, entre ellos Borges, proponen a Macedonio Fernández como candidato a presidente del país. Aunque no se tratase más que de una astracanada surrealista y no parece que en la cabeza del escritor estuviese llegar a gobernar la nación, sí que buscaba generar algún tipo de movimiento político. Quizás para él no fuera más que una manera de rescatar algo del espíritu utópico que tuviera Macedonio décadas antes, a finales de siglo, cuando fundó junto a unos amigos una comuna anarquista en una isla. De aquella intentona quedó un libro de poemas, La nueva argentina, una especie de programa utópico para una supuesta sociedad futura. En 1947, Macedonio se fue a vivir al barrio de Palermo con su hijo Adolfo de Obieta, el único que quedaba vivo: el hombre que dedicó buena parte de su vida a rescatar los textos de su padre, de ese fantasma porteño que iba de un lado a otro con su maleta llena cuadernos con obras eternas, inacabadas, inacabables. Murió en 1952 tras pasarse más de media vida tratando de eternizar el alma de su difunta mujer, tratando de escribirla para la posteridad.
Macedonio Fernández dejó una obra original y arriesgada que se adelantó a su tiempo. Hay que tener en cuenta que, sin caer en la pose de muchos autores, fue uno de esos narradores en los que la necesidad de escribir superaba la ambición por publicar, etapa a la que muchas veces llegaba empujado por los demás más que por su propia iniciativa. De ahí su escasa producción pública, y quizás, el hecho de que el relato oficial –el mito- haya preponderado siempre por encima de la propia obra, conformadora en parte de la vanguardia literaria argentina. Su primer libro fue No toda es vigilia la de los ojos abiertos, de tintes filosóficos y en donde aparece ya la pasión, uno de sus temas predilectos. Luego vendrían Papeles de Recienvenido y continuación de la Nada (Barataria, 2010), dos libros que fueron escritos de manera independiente pero publicados juntos en 1944, y que suponen una especie de tratado humorístico y filosófico. Después llegó Adriana Buenos Aires (Península, 1998), a la que el autor se refería con ironía como última novela mala, y la publicación en México de sus Poemas (Visor Libros, 1991). Y en 1967, quince años después de la muerte del autor, se publicó al fin la primera novela buena, su obra póstuma, y la más conocida: Museo de la Novela de la Eterna (Cátedra, 1995). Este libro tuvo una larga gestación, puesto que quería abarcarlo todo. El hijo de Macedonio, aquel con el que viviera sus últimos años, recuerda a su padre con apuntes de biología, economía, filosofía y todo tipo de materias mientras escribía aquel manuscrito de nunca acabar. El libro trata de ser un museo donde se conservan las experiencias, los sueños, los pensamientos. Es a la vez novela, diario, ensayo sobre el arte y hasta un plan de vida, en palabras de Piglia, guionista de un excelente documental sobre Macedonio. Museo de la… es una especie máquina de contar, de hacer novelas si se quiere: algo así como un software para fabricar ficciones que se adelantó al siglo XXI y a novelas en la línea de Rayuela de Cortázar o Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, aunque con características diferentes.
La relación entre Macedonio Fernández y Borges es curiosa. Macedonio fue amigo del padre de Borges y con el paso de los años, el propio Borges convirtió a Macedonio en su maestro literario e incluso reconoció que lo imitaba hasta el plagio devocionario. Macedonio aparece como personaje en distintos textos de Borges, que llegó a escribir el guión de una película, Invasión, en donde una serie de conspiradores planea asesinar al presidente. El protagonista de esa película bien puede verse como un doble de Macedonio, bigote, sombrero y poncho. Pero no es la única obra tras la que anda el fantasma de este escritor tan admirado como poco conocido, sobre todo fuera de Argentina. El propio Piglia cuenta que escribió su novela La ciudad ausente pensando en Macedonio Fernández. Posteriormente, a partir de esa novela, Gerardo Gandini compuso una ópera en la que un hombre construye una máquina para perpetuar el alma de su mujer, que se está muriendo. La máquina que a Macedonio le hubiera gustado tener y que nosotros, de alguna manera, podemos disfrutar gracias sus libros.
Leo Mares
Menuda historia nos has traido, Leo! Seguro que ahora me intereso mucho más por este hombre.