Semblanza: Charles Dickens
Probablemente, si alguien se tomara la molestia de preguntar a una muestra representativa de ciudadanos del mundo por su imagen de la Inglaterra victoriana del siglo XIX, además de un número notable de no sabe/no contesta, obtendríamos por respuesta no un resultado estadístico, sino una novela de Dickens. Porque entre los muchos méritos del autor de cuyo nacimiento celebramos el bicentenario destaca el de monopolizar la imagen que de su época permanece en nuestro imaginario colectivo. Era un escritor realista, claro, pero el hecho de que sus novelas fueran hasta cierto punto fieles a la realidad de su sociedad y de su época no explica por sí solo el éxito atemporal del autor de Grandes Esperanzas, hay en ello grandes dosis de talento, también es evidente, pero también se debe buscar parte de la explicación en su vida, no en la que vivió en su día a día, sino en la que de ella se reflejó en su obra, consciente o inconscientemente, que es la que, a fin de cuentas, importa.
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Dickens (Portsmouth, 7 de febrero de 1812-Gadshill Place, 8 de junio de 1870) nació en el seno de una familia de clase media que arrastró no pocos problemas económicos hasta que el padre fue encarcelado por deudas y el joven Dickens hubo de empezar a ganarse la vida y el sustento de su familia a los doce años, motivo por el que debió interrumpir sus estudios iniciados apenas tres años antes. En esta circunstancia se resumen varios de los factores que influyeron en su narrativa: su condición de autodidacta se reflejó en su estilo tan fluido y en la naturalidad de sus vívidos personajes, y las penurias económicas junto con las diversas fatalidades familiares, le llevaron a desarrollar su gran compromiso social, por un lado, y su gran capacidad para retratar los diferentes ambientes de la sociedad que tan ampliamente conoció. Dickens trabajó en una fábrica de betún y en un despacho de abogados, además de cómo periodista (empezó a publicar bajo el pseudónimo “Boz”), y algo que se mantiene más o menos constante en su obra es tanto la denuncia de las inaceptables condiciones de trabajo de las fábricas (y de los trabajadores en general) y el retrato especialmente poco bondadoso que hace de la profesión legal.
Como periodista hizo crónica parlamentaria y viajó por el país cubriendo procesos electorales, de ahí su conocimiento profundo del mismo, y en 1836, año de su matrimonio, comenzó a publicar por entregas su primera novela, la ya citada “Los papeles póstumos del Club Pickwick”. El suyo no fue un matrimonio feliz, tuvo diez hijos, pero acabó por separarse en 1858. Existe en este sentido una cierta controversia en torno al hecho de que la “imagen moral”, por así decirlo, que se traslada de sus novelas a los lectores no se compadece del todo con su propia vida, que no vivió como escribía, en definitiva, lo cual es notablemente absurdo en primer lugar porque afortunadamente nadie lo hace (de ser así la literatura sería un reality show que merecería más bien poco la pena, la verdad), y en segundo porque de un escritor lo que importa es la obra. No se sabe de nadie que dude de la Teoría de la Relatividad porque Einstein escribiese una carta al Presidente de los Estados Unidos dando su beneplácito a la utilización de la tecnología nuclear en forma de bombas de hidrógeno en Hiroshima y Nagasaki.
Es probable que, como se dice, Dickens sea mejor como narrador que como escritor, que su lado más brillante sea el de contador de historias, pero como escritor lo es de una gran calidad. Destacan su gran talento en lo que a la construcción de personajes se refiere, personajes, además, de toda condición (puede que hayan trascendido más los de extracción humilde, pero todos lo son), su compromiso ético y social a través de las historias que cuenta, no junto a ni pese a ellas, y su gran humanidad. Pero por encima de todo, si tuviera que elegir uno de los aspectos de su narrativa por los que Dickens es grande, elegiría el sentido del humor. El sentido del humor como instrumento, no el humor como fin: Dickens utilizaba la risa y la sonrisa como medio para desarrollar su historia, para exponer los conflictos sociales que puso de manifiesto y sobre todo, para llegar al alma. Y para ese objetivo, no hay instrumento más eficaz. A menudo la sonrisa se le hiela en el rostro al lector cuando ya es demasiado tarde para que se de cuenta de que asiste a un drama, lo que multiplica el efecto de lo narrado en el lector. No es un truco, sino un recurso y uno tan brillantemente utilizado por Dickens como erráticamente por muchos otros, porque es difícil de manejar sin caer por un lado en lo grotesco y por otro en lo sensacionalista.
Y pese a la niebla y la melancolía que a menudo impregnan la obras de Dickens, no sería justo no señalar que pese a todo, pese a las injusticias y a la crudeza de las condiciones de vida que frecuentemente expone, existe en su obra un cierto optimismo vital. Se especula con que en el Dickens maduro que nos hurtó su relativamente temprano derrame cerebral, junto con una mayor calidad técnica en su obra (que ya era notable), se presumía una cierta disminución de ese optimismo, pero eso, junto con el final de su obra inacabada (El misterio de Edwin Drood), es terreno para los estudiosos. Lo que como lectores nos debe importar de Dickens es lo que queda, la obra de un genio y la obra de un buen hombre, pero sobre todo una obra imprescindible en la historia de la literatura y el placer que sin duda seguirá proporcionando su lectura a las generaciones venideras. El mejor homenaje posible en este bicentenario, el que además, él hubiese preferido, es leer sus libros. Y si ya se han leído, releerlos, porque las obras de Dickens, como todas las grandes obras, están vivas, y cambian con cada relectura, con cada nuevo descubrimiento y, claro, con el propio lector.
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Muy buena semblanza Andrés, y estoy de acuerdo contigo en que fue un gran cronista de una época pero sobre todo en que fue un gran escritor.
Genial la semblanza Andrés. Enhorabuena. Coincido completamente contigo en el particular sentido del humor de Dickens, es muy especial, y para alguna gente puede ser un poco complicado “cogerle el punto”, pero a mí me encanta.
Gracias por vuestros comentarios, aunque seguro que el mejor homenaje serán las reseñas de los libros. Esto no ha hecho más que empezar.
El realismo es subjetivo, depende de tus vivencias porque éstas marcan tu forma de ver la realidad y además te enriquecen. Dickens describe su realidad desde su experiencia.
Gracias por participar, Sandra. Uno no es realista por la fidelidad con que describa algo, sino por su actitud, por intentarlo, lo que hace obviamente desde su propia experiencia. No he pretendido decir que las novelas de Dickens sean ensayos historiográficos, sino que es necesario tener mucho talento como escritor para que 200 años después tus obras conformen en gran parte los lugares comunes que la conciencia colectiva asocia a tu época, a menudo sin saber siquiera el origen de esos tópicos.
Muy linda semblanza; para alguien como yo, que lo leyó poco, es importante este texto para tener ganas de empezar a leerlo; saludos!