Semillas del ayer – saga Dollanganger – 4, de V. C. Andrews

Semillas del ayerJoaquín Sabina decía en una canción que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. He escuchado esa canción como un millón y de veces y siempre he tratado de buscarle un significado a esa frase. Al final he llegado a una conclusión: las personas cambian, evolucionan, crecen, maduran. Para bien o para mal. Volver a un sitio donde fuiste muy feliz no garantiza en absoluto que allí lo vuelvas a ser. Es más, te darás cuenta de cómo eras antes y entenderás por qué ahora no puedes ser feliz como lo fuiste en aquél entonces. Pero, ¿qué pasa si es al contrario? ¿Si en vez de tratarse de un sitio que te trae buenos recuerdos, es un lugar en el que solo asolan las pesadillas del pasado? Aquí, entonces, según esta teoría que llevo años desarrollando, nos encontraríamos con dos opciones: una, que al volver allí te des cuenta de cuánto ha cambiado tu vida y te sientas feliz por ello. Y, dos, que al volver a aquel lugar rememores todo aquello que te impidió disfrutar de la vida y, por lo tanto, haga que no te sientas dichoso, sino triste y angustiado.

Esta teoría, desencadenada en mi caso por Sabina y alimentada por la cantidad de mudanzas que he vivido, ha visto su reflejo en el libro que nos ocupa, Semillas del ayer, cuarta y última parte de la saga Dollanganger; aunque después de esta va a venir una precuela (contabilizada como quinta parte), pero que en realidad narra la historia sucedida antes de Flores en el ático, primer tomo de la saga.

En esta última parte, nos encontramos que el experimento de V. C. Andrews consistente en que los narradores de la historia fueran los hijos de Cathy, parece que no ha terminado de convencerla. Otra vez, como anteriormete, es Cathy la que nos va a contar la historia desde su punto de vista, aunque sí es cierto que el libro gira en torno a sus dos hijos, Jory y Bart. Han pasado veinticinco años desde el anterior tomo. Cathy y Chris ya no esconden su amor, ya no les parece impuro y no se avergüenzan. Ahora las historias de amor protagonistas son las de los hijos de Cathy pero realmente, lo que nos interesa de este libro es de nuevo una herencia: la abuela de los chicos, aquella que encerró a sus cuatro hijos en un ático durante tres años, en su testamento le ha dejado a Bart la casa del ático. Pero por unos problemas legales, la herencia no se puede liquidar y toda la familia se ve viviendo allí.

Así que imaginaos lo difícil que se vuelve la vida de Cathy y de Chris cuando tienen que retornar a la casa donde estuvieron encerrados y donde vieron morir a uno de sus hermanos pequeños. Las pesadillas y los malos recuerdos acechan en cada esquina y eso puede hacer tambalear la relación que tantos años les ha costado mantener. Ahora deberíais entender por qué empecé la reseña citando aquella canción de Joaquín Sabina que, por otra parte, quizá halle su significado en Pedro Páramo y no aquí, por lo de Comala y esas cosas… Pero el caso es que a mí me ha ayudado enormemente a seguir elaborando mi teoría y como conclusión se me ocurre esto: no se debe volver al lugar donde se ha sido feliz, pero tampoco al lugar donde sufriste. Los recuerdos malos a veces pesan más que las alegrías presentes y eso puede hacer que tu vida se venga al traste con la facilidad con la que los pétalos de una flor se caen cuando se marchita.

Semillas del ayer nos da un final necesario. Para algunos este final es el que tenía que ser, para otros no tanto. Yo me quedo contenta con él, la verdad. Y no puedo más que agradecer a V. C. Andrews por habernos dado esta saga eterna que será un referente de la literatura dramática y romántica a lo largo de muchos años. Me quito el sombrero.

 

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