Tenía muchas ganas de leer algo de Ismael Martínez Biurrun y ha querido la casualidad que haya tenido la suerte de ser su último libro, Sigilo, un libro que me interesó desde que leí su sinopsis.
La estructura del libro es la de capítulos no muy extensos en las que se reparte el protagonismo de los principales personajes de forma circular.
Por un lado tenemos a Fede, que ha sido contratado como vigilante de un edificio de 50 pisos que va a demolerse en breve y que recibe una jugosa oferta a cambio de dejar subir al ático a unas personas la medianoche siguiente. El dinero le tienta. Es mucho, pero sospecha que tal vez si accede sea cómplice de un suicidio masivo. Aunque bien pensado, ese dinero sería el empujón que tanto ansía para alejarse de un Benidorm atestado de guiris y jubilados y de un portaviones yanqui que parece vigilar la costa. Además tiene a su ¿novia?, una tatuadora creyente y firme practicante del poliamor, algo que Fede no acaba de encajar y cree que escapar de la ciudad con ella sería lo mejor para su “relación”.
Por otra parte está Andrés, hermano de Fede, parado y aprendiz de chantajista en plena acción criminal. Su primera extorsión y, las primeras veces son importantes, realmente será la que marque su vida.
Otra protagonista es Claudia, la madre de los dos anteriores, que sueña con el fantasma de su difunto marido, Rafael, pero no para meterle miedo ni darle sustitos. Al contrario, la reconforta. Tan solo cambia libros de sitio, enciende el ordenador, roba pequeños objetos,… como uno de esos malditos duendes que no tienen otra cosa que hacer que volver loca a la gente y hacerles perder el tiempo buscando lo que han trastocado. ¿Porque es él el que hace eso, no? ¿No será Magaly, –la asistenta dominicana que vive con ella y la cuida, le hace la compra, y cree firmemente en las historias de apariciones de la señora–, la que esconde cosas, roba anillos…?
Pues ya tenemos, más o menos, todos los ingredientes para una buena mandanga. Empecemos por lo principal. La lectura atrapa y lo hace no por la primera hoja, que es algo críptica, sino por la curiosa forma de contar como Magaly va a comprar bombillas a un chino. Puede parecer una chorrada, pero esa descripción de algo tan cotidiano y universal me empujó a leer como un descosido sin freno y cuesta abajo.
El vocabulario es sencillo, las frases no son grandilocuentes pero eso no quiere decir que no se haya cuidado ese aspecto, sino que se ha cuidado de hacerlas así, para que el conjunto sea una narración fluida como los ríos de lluvia en plena gota fría, rica y de ritmo rápido.
En cuanto a la trama me ha gustado lo dosificada que va apareciendo la información de forma que no la suelte toda de golpe ni a destiempo, sino justo cuando hace falta y de forma que al final todas las piezas del puzzle, un puzzle del que ni siquiera somos conscientes que estamos haciendo, encajan a la perfección. ¡Si hasta se oye como los dientes de los engranajes van engastándose! Una trama en la que el pasado juega una parte importante para todos los implicados, los cuales están llenos de fantasmas de los que deberían deshacerse en algún momento.
Sigilo es uno de esos libros que merece leerse una segunda vez para que captemos bien los detalles que comprenderemos mejor en la relectura y comprobemos que esas piezas no se despegan, y para darle el barniz que las mantendrá fijas, y afirmar que Biurrun ha dejado todo atado y bien atado.
Esperaba algo más de componente terrorífico psicológico cotidiano, pero tengo que admitir que me ha gustado terriblemente el desarrollo global de la historia. No me extraña nada que Biurrun sea considerado uno de los autores más destacados de thriller fantástico de España.
Un libro que mola por lo que cuenta, que engancha por cómo lo cuenta y por la coherencia que mantiene. El desarrollo, la manera en la que avanzamos y conocemos los secretos de los protagonistas, los diálogos… todo es perfecto en este libro. En algún sitio he leído que lo comparaban con King, pero a mí, que también me gusta, no me lo ha parecido para nada. Y además, hace mucho que King la caga en sus finales. En Sigilo Biurrun no solo no la caga, sino que ni salpica al mear.
Totalmente recomendable.