Reseña del libro “Sinántropos”, de Carlos Bassas
Si pienso en Carlos Bassas, me viene una palabra y un olor: “juntaletras”, como se definió él mismo en la primera edición del Festival Granada Noir. La fragancia del perfume de Issey Miyake que llevaba siempre me ha cautivado. Depende de quien la use el resultado es diferente, sin perder su esencia. Esta extraña condición es propia de los protagonistas de sus obras. De nuevo en Sinántropos vas a encontrar personajes arquetípicos y marginales que, sin embargo, cuentan con su propia voz.
Algunos pasajes son jodidos de verdad. Lo escribo así, como vallekana y desde el estilo directo de esta novela negra. Contar con el dominio de las letras de Carlos Bassas obliga a tu imaginación a ver cada escena, con todo detalle, con las tripas fuera. Y se queda en la retina impresa como un recuerdo traumático. Cualquiera que haya crecido en un barrio donde las mafias y la droga lo dirigen todo sabe que dejar huella es clave para la supervivencia. Que todo el mundo sepa quién eres y lo que haces a quién te traiciona te da poder. Al menos hasta que llegue otro Sinántropos.
El libro se abre con la definición de este curioso concepto: “Del griego syn (junto a) + antrhopos (ser humano). En biología, capacidad de algunas especies vegetales y animales de adaptarse a ecosistemas urbanos para sobrevivir”. Y es que vivir no es lo mismo que estar vivo. Algunas formas de vida humana degeneran hasta convertirse en engendros monstruosos y violentos. Corto, el protagonista, intenta escapar de su condición. Evitar el determinismo de la exclusión, pero la sangre, la venganza, la amistad rota, son fuerzas que tiran hacia el pozo y de las que es difícil escapar.
Sinántropos es una obra para leer sin respirar con la angustia propia de las tragedias donde el destino macabro e inevitable de los personajes es conocido desde la primera página. El buen oficio del escritor está en que, a pesar de esta crónica anunciada, disfrutas de cada adjetivo elegido con precisión, mientras indagas en la mezquindad humana. Sí, esa que está a la vuelta de la esquina en cada barrio y en cada casa, no necesariamente unido a la pobreza como determinados medios hacen creer. Una estructura circular que cierra como empieza, acaso como la misma puta vida.