¿Alguna vez habéis sentido pena y alegría al mismo tiempo? Yo sí, leyendo Sofá para siempre, la última parte de la trilogía del sofá, de Diana Pardo Varela.
Estaba feliz por reencontrarme con todos esos personajes a los que tanto había echado de menos, pero a la vez estaba triste, porque sabía que una vez terminada la novela tendría que despedirme de ellos para siempre. Y cuando una historia te llena y te hace disfrutar tanto, la despedida es dura.
La verdad es que cuando me senté por primera vez en ese Sofá para tres y luego me acomodé en aquel Sofá renovado, ya sabía que no me iba a querer levantar de este Sofá para siempre. Pero he de decir que a pesar de sufrir por terminar esta fabulosa trilogía, el viaje ha sido espléndido y debéis comprar el billete para montar en este avión diseñado por Diana Pardo Varela.
Un avión que nos lleva de nuevo a Roma para seguir de cerca los pasos de nuestra querida Aurora, que está decidida a dejar atrás los miedos y a convertirse en su mejor versión.
Ahora Aurora es más independiente, más fuerte. Se siente mejor consigo misma y mira hacia delante, gracias siempre al apoyo de sus amigos Carlo y Lola, y también de su tía Paloma —que me ha encantado que tenga más protagonismo en esta tercera parte—, que es casi como una madre para ella.
Además, en este libro la autora no solo nos deleita con Roma, —que ya sabéis por mis otras dos reseñas anteriores de esta trilogía que me fascina— sino que también nos lleva de paseo por Milán y por Lugano, una ciudad encantadora del sureste de Suiza.
Porque Lugano, al igual que la tía Paloma, también es esencial en este libro para Aurora, para conseguir su paz interior, para pensar en su hermana y aclarar sus sentimientos hacia su amore —ya entenderéis por qué escribo en italiano esta palabra cuando leáis la novela—.
El caso es que aunque Aurora ya no quiere saber nada de enamorarse, Italia no piensa dejarla tranquila y sigue poniéndole en su camino a ese médico llamado Fabio con el que siempre se tropieza.
Afortunadamente para ella, para mí y para todos los lectores, Fabio no tiene nada que ver con el odioso Álvaro. Es un personaje con el que he empatizado mucho, se hace querer, es un buen hombre y cae bien. De hecho, me parece estupendo que la autora haya creado estos dos personajes, estos dos hombres tan distintos y tan fáciles de encontrar en la vida misma, para que podamos vivir de verdad esta historia, con gente real, hombres malos y hombres buenos que aparecen en nuestra vida y con los que tenemos que lidiar.
No obstante, como he comentado antes, Aurora ahora es una mujer diferente, mucho más segura y valiente. Y en mi opinión, esta evolución que experimenta el personaje principal es de las mejores cosas de la trilogía, ya que poco queda ya de esa chica ingenua y reservada que conocimos en el primer libro. Ella se ha convertido en una mujer de armas tomar, que no se corta ante nada y no tiene pelos en la lengua. Ya no le teme al lobo feroz aunque tenga que enfrentarse a él cara a cara con la familia de por medio. Debe hacerlo y lo hace.
Y es que muchas veces somos nosotros mismos los que tenemos las respuestas. Solo tenemos que encontrar la llave que abra la puerta que nos empuje a nuestra nueva y mejorada vida.
Para Aurora no existe solo una llave, sino varias: Carlo, Lola, Fabio, Paloma, Roma, Violeta, Nena, y por supuesto Valentina.
Sí, Valentina, ese personaje sacado de su imaginación, su terapia personal. Un personaje cuya historia también nos engancha sin remedio a esta trilogía y, gracias a esos capítulos tan cortos que se alternan con los de Aurora, llegaréis al final antes de lo esperado y os quedaréis como yo, con lágrimas en los ojos pero felices por haberos adentrado en las vidas de estos personajes.
En resumidas cuentas, Sofá para siempre me ha enamorado por última vez y me ha emocionado muchísimo. No diré que es el libro que más me ha gustado de la trilogía —no sería justo porque los tres forman un todo y no tienen sentido por separado—, pero este, al ser el último, es el que hace que todo encaje, que todas las puertas abiertas se cierren con maestría.
Y así, la oruga se transformó en mariposa y voló alto, muy alto, viviendo el presente y sonriendo a la vida cada día, a gusto consigo misma, con su entorno y, sobre todo, con su corazón.