Disfruté como cualquiera de la trilogía de Stieg Larsson, de las interminables cuitas doméstico-criminales de las novelas de Camilla Läckberg, de las novelas-protesta de aquel dúo seminal que formaron Maj Sjöwall y Per Wahlöo y, sobre todo, de la mala leche y el espíritu destroyer de mi favorito, el señor de los señores de las letras criminales escandinavas, Leif GW Persson. Dicho esto, todo tiene un límite, hasta el gusto por algo que nos agrada sobremanera; en este caso, por la novela policíaca del norte de Europa. Ya son años desde que llegaron los primeros aires de esa moda, y la saturación de lectores y editoriales no es algo nuevo. Venía haciendo falta un cambio de clima y de ambiente, un nuevo estilo de hacer las cosas. Y, cuando se busca algo nuevo, lo mejor –pues, en efecto, todo está inventado, y desde hace mucho- es recuperar lo antiguo. En este caso, el thriller de factura mediterránea, alejado de la melancolía y del trauma escandinavo, aún no superado (eso dicen los que saben), del magnicidio de Olof Palme, que (vuelven a decir) es el verdadero origen de tamaña marea de títulos de género negro.
Volviendo los ojos a países cercanos y amigos, como Italia, nos encontramos con una nueva primavera de autores, algunos de los cuales no son precisamente unos recién llegados (véase al maestro Camilleri, superadas ya las noventa primaveras y con muchas cosas que decir y ganas de decirlas todavía) y que tienen soltura y desparpajo más que suficientes para atraer a los lectores sedientos de cosas nuevas (o cosas viejas con un barniz nuevo). Entre los autores jóvenes destaca, entre otros, Antonio Manzini, cuya novela Sol de mayo es la primera que leo de él, pero que seguro no será la última, a juzgar por la buena impresión que me ha dejado. El protagonista y enorme hallazgo de sus novelas es el subinspector Rocco Schiavone, un auténtico cascarrabias, faltón e iracundo, aunque en el fondo muy justiciero, ahora establecido en Aosta, pero todavía con muchas conexiones en Roma y una relación de amor-odio con su ciudad. En muchos momentos, me parecía estar leyendo las andanzas de un doppelgänger territorialmente cercano de Salvo Montalbano, quizás algo más amargado que aquél (motivos no le faltan), más asilvestrado, más ambiguo en su definición hacia la ley, la justicia y la misión de hacer el bien, pero igualmente capaz de medirse con el criminal más desalmado sin ningún tipo de temor ni reparo.
Rocco Schiavone es un personaje curioso. Me parece interesante y original, para variar, su desmarque del tópico de policía protagonista presa de la depresión clínica y crónica y sin deseo alguno de salir de ella. Schiavone también se deprime, pasa por baches (bien profundos, al parecer, por lo que vemos al principio de Sol de mayo), pero ello no le impide pasar a la acción y comprometerse una vez más con su placa y su misión para con la sociedad, a pesar de que sea ésta una sociedad que, al menos en cierta medida, no se merece ese compromiso. Schiavone es un tipo encallecido pero con un fondo tierno que todavía sufre por la corrupción y el desencanto de la sociedad en la que vive, a la que juzga incorregible pero por la cual, pese a todo, sigue luchando, aportando su granito de arena para seguir desfaciendo entuertos. En otras palabras: se trata de un héroe (o antihéroe, como prefieran) cuyo estado de ánimo no contamina su visión, ni tampoco las páginas de toda la novela, sino que actúa como revulsivo para sacarse a sí mismo de su postración y darse un buen chute del antídoto que mejor conoce: su indignación vocinglera por todo aquello –y es mucho- que marcha mal o que simplemente le supone, en sus propias palabras, una “tocada de cojones” (sí, es así de malhablado).
El personaje de Schiavone es uno de los mejores alegatos a favor de Sol de mayo. Pero hay más razones para elegir esta novela. Por ejemplo, la trama criminal, que nos pondrá ante un auténtico desfile de bestias, pero también, a ratos, con personajes verdaderamente nobles y sorprendentes en su nobleza, por ser ésta aparentemente carente de motivo; la historia secundaria, también de tipo policíaco, y que contiene a su vez una historia de amor y otra triste historia de auténtico fracaso existencial; y, sobre todo, los pasajes humorísticos, ora de tipo satírico, ora de puro sarcasmo algo acrimonioso, ora llenos de ternura y humor más o menos inocente; todo lo inocente que puede ser un humor ambientado en una comisaría que ha de lidiar con mafiosos irredentos que compran su salida temprana de la cárcel, ladrones de alto standing y asesinos que venden su mano de obra al mejor postor.
Sol de mayo es la cuarta entrega de las aventuras protagonizadas por Rocco Schiavone, un personaje que, como suele ser habitual en este tipo de sagas, nos va desvelando su propio pasado y compartiendo con los lectores su propios quebraderos de cabeza, derivados de su común condición humana, lo cual constituye otro gancho más para esperar con curiosidad la siguiente entrega.