Reseña del cómic “Solo el fin del mundo otra vez”, de Neil Gaiman y P. Craig Russell
Parece que (re)leer a Neil Gaiman es un must que toda persona lectora debe cumplir. También podría parecer que el fin del mundo imaginado por la humanidad es único y responde a lo contado en las escrituras sagradas. Ninguna afirmación es necesariamente verdadera. El relato apocalíptico hoy día está en cada noticia, así que volver a Solo el fin del mundo otra vez, esta historia escrita originalmente en 1998, resulta casi placentero, a pesar del horror narrado y de esa estética nauseabunda.
Para los amantes de Lovecraft, de los seres mitológicos sublimes y de los licántropos, la adaptación de Solo el fin del mundo otra vez de P. Craig Russell con el “amigo” Gaiman es pura fantasía. Podría ser una historia noir porque el hombre lobo trabaja como detective y hay una “psíquica” o adivina con cartas de tarot, que podrían servir a la trama para anunciar todos los personajes malignos implicados. Sin embargo, el todo general es el del terror. Desde el desagradable comienzo con la versión humana del monstruo vomitando restos de huesos de perro y dedos de niño, el recorrido apesta. No por la calidad literaria, sino por el ambiente.
El bar huele a humedad y suciedad, las calles solitarias de ese pequeño pueblo pesquero de Nueva Inglaterra, mostradas en esos contrapicados parecen mostrar hediondas alcantarillas en cada esquina y el protagonista, a pesar de su asquerosa ducha para librarse de la resaca, seguro que apesta. Ese olor asociado en el imaginario colectivo al de los desgraciados, marginales y alcohólicos que solo siguen viviendo por satisfacer su curiosidad morbosa. De hecho, este impulso será el que le lleve hacia el bicho ancestral, al estilo kraken, con el que tendrá más que palabras y rituales con el supuesto fin de salvar, otra vez, a la humanidad.
En Solo el fin del mundo otra vez los rostros están deformados, al estilo de Francis Bacon, en consonancia con una personalidad grotesca y espeluznante. De hecho, el protagonista me recuerda, por contradictorio que parezca, a Sartre. Y claro, leer una historia de otro fin del mundo anunciado pensando en el existencialista francés más nombrado, no ha sido fácil. Aunque, bien pensado esta corriente filosófica se cuestionaba sobre el sentido de la existencia y Gaiman ha dejado claro en todas sus historias que la humanidad encuentra ese significado en la muerte o mejor dicho, en la posibilidad de la muerte. También en la posibilidad y en la capacidad de matar y de hacer sufrir que conforma al ser humano.
En este cómic queda claro que la humanidad no es un producto siempre positivo donde la rectitud moral y la belleza son sus rasgos inherentes y principales. Más bien, de nuevo con Lovecraft, la oscuridad, lo siniestro, lo que se oculta pero sostiene y cierta inclinación hacia el asesinato, es lo que nos hace “humanos, demasiado humanos”. A pesar de los planos inclinados, de los colores elegidos y de la suciedad patente, me sigue recordando también al famoso texto de De Quincey, “Del asesinato como una forma de las bellas artes”.
El relato corto incluye muchas referencias tanto en el dibujo y los planos, como en la narración. Y además este volumen de Planeta Cómic dedica la mitad del tomo a mostrar los bocetos y páginas originales, con lo que se convierte en un pequeño tesoro. Aunque si soy sincera, de los múltiples Gaiman que habitan el mundo de la literatura, en la cabeza que me gustaría vivir es en la de la mitología, Sandman o American Gods. Sin embargo, todos los símbolos que enriquecen sus historias están aquí presentes. ¿Te animas a buscarlos?